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David Maza, al frente del negocio de frutas y verdura que lleva su nombre, hace un repaso rápido de la subida de precios desde la semana pasada: «Las cebollas, de 55 céntimos a 75; las patatas, de 35 a 45. Fresas, un producto que estaba ... a 2,25, hoy está a 3,50. El tomate, una barbaridad: de 60 céntimos a 1,25. Y el calabacín, que está a 45 en Almería, aquí cuesta 1,90». Contra lo que pudiera parecer, la cosa no es tan sencilla como subir los precios y que pague el consumidor, que eso lo sabe hacer cualquiera. «El problema es que si el viernes se resuelve el tema y tienes un palé de fresas pagado a tres euros, salen fresas a tope, y como no hay exportación por la guerra, bajan el precio un euro y ni se inmutan: no es una bajada de cinco o diez céntimos, que se pueden asumir. Un palé de calabacín, que son mil kilos, mira qué hostia has liado: 1.900 euros que te comes con patas. Hay que andar muy fino».
En la nave de la fruta y la verdura se respira un ambiente de expectación, y todo el mundo anda pendiente de a ver qué pasa con la huelga de transporte. Desde el domingo no han vuelto a entrar camiones, y se va tirando con ese poco de más que se compró aquel día y que desde entonces permanece en las cámaras. Con las cosas que aguantan -naranjas, manzanas, plátanos,...-, no hay tanto problema, pero con el producto con menos vida, como la verdura o las fresas, la fórmula no vale. «De momento hemos resistido porque tenemos mercancía de lo que compramos el lunes, y alguna cosilla que ha entrado, alguna lechuga del país, alguna cosa vía Bilbao -explica Jesús Briz, de Frutas Briz-. Pero de Levante, Almería o Murcia no va a entrar nada. Hasta hoy hemos resistido, pero pronto empezarán a faltar cosas».
Mercasantander funciona como cualquier mercado, solo que aquí, en esta nave, la clientela la componen los propietarios de fruterías, pequeños supermercados y negocios de hostelería; las grandes cadenas de alimentación tienen sus propios canales de distribución. Los lunes y los jueves son los días de más actividad, aunque se trabaja durante toda la semana, con unos horarios que no se sabe bien si se madruga o se trasnocha. El miércoles, aunque no sea jornada de gran trajín, sí debería haber más movimiento que en esta ocasión. En la cafetería, Laura Gutiérrez dice que está «flojito». «Igual viene gente porque están desabastecidos, a ver si han traído algo de Bilbao, porque la zona norte no está tan afectada». Pero después de que un camionero se llevase una pedrada en la cabeza en Vizcaya parece que los colegas que no querían sumarse a la huelga se lo han pensado mejor.
Para evitar follones con los piquetes, un coche de Policía hace guardia a la puerta de Mercasantander, aunque no espera a que termine la mañana y se marcha: como no hay camiones, no hay nada que vigilar. Los pocos conductores que han llegado duermen ahora en sus cabinas, así que no están para contar batallas. En la parte de atrás de uno de los negocios del recinto hay aparcado un vehículo con daños evidentes. Lo cuentan a condición de que no se les nombre. «Le adelantaron con dos coches y les tiraron unos puñados de canicas de acero. Cuando tiras los rodamientos en la carretera, empiezan a botar, y a cien por hora... la luna jodida, la delantera jodida y los chavales acojonados. Tenemos las matrículas, pero el problema de esto es que, dentro de un mes, para el chófer a comer y cuando vuelve al camión se lo encuentra pinchado».
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Los camioneros que surten a José Combarro -José María Combarro S.A.- han evitado percances: «Los nuestros se han limitado a decirnos que no iban a recoger la mercancía, por miedo a represalias o lo que sea. Un 90% no ha venido. Hay huelga de transporte y no sabemos hasta dónde va a llegar la repercusión. Llevamos tres días y todavía no hay desabastecimiento prácticamente de nada. Pero pueden empezar a escasear las verduras».
«Que no te engañen diciendo que esto es por la guerra de Ucrania, de eso nada: esto viene de mucho antes y está mal desde hace mucho tiempo. Todo esto se rige por una ley de oferta y demanda: cuando hay muchos tomates, valen una mierda, con perdón por la palabra, y cuando hay poco, valen mucho dinero, a diferencia de la gasolina, que haya mucha o poca siempre cuesta mucho. La gente se aburre de perder dinero, y si su trabajo lo único que reporta son pérdidas, igual es mejorar parar y esperar tiempos mejores».
Luz Arcos, de Frutería Gama, tiene también su diagnóstico de la situación. «A nosotros nos afecta la crisis a raíz del covid, lo de la guerra todavía no ha llegado. Los ERTE que ha habido, los que se han quedado sin trabajo... La gente gasta menos, no tiene dinero; muchos negocios que han cerrado, la hostelería va para abajo...».
Su puesto se dedica exclusivamente a abastecer a sus tres fruterías y a media docena de franquicias de los familiares. Cuenta que, un día como hoy, lo normal es que hubiera más género, «pero hay lo justo y necesario». «Hay un poquito de temor al desabastecimiento, pero, aparte de todo ello, la gente no tiene dinero y se nota muchísimo: vamos a cuentagotas».
«Ya desde octubre hemos notado un parón grande en el consumo», reconoce Pedro Pacheco, que acude a comprar para su establecimiento, Fruitea, en el Mercado de México. «Venimos arrastrándolo: hay falta de ventas, la gente no consume... No se nota la alegría de cuando la situación está boyante, y cuando está apretada, se consume mucho menos. En la pandemia hubo un boom, y la gente acudía más al comercio minorista, pero ahora los centros comerciales se llevan gran parte de la venta».
También la nave de las frutas y hortalizas de Mercasantander conoció tiempos mejores, cuando albergaba más de veinte negocios abiertos. Ahora cuenta la mitad, con módulos cerrados desde hace años. «Entonces era un santo mercado, y ahora es tercermundista», se lamenta un trabajador, antes de lanzar un negro vaticinio: «Como esto siga así, acabará desapareciendo».
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