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La falta de relevo generacional es un virus que se extiende imparable por toda la escena comercial de la provincia sin hacer ningún miramiento. ... Lo mismo da lo que se venda, si alhajas, peinados o regalos, quién lo venda, si Salvador, Araceli o Jesús, o dónde se venda, si en Los Corrales de Buelna, Reinosa o en la capital, Santander, donde raro, muy raro, es el mes en el que los periódicos no publican la esquela de alguno de ellos, sobre todo si el que echa la persiana tiene historia y tradición. El viernes, para qué ir más lejos, se publicó aquí un réquiem por Somoalgodón.
Propietario de la joyería El Leonés, en Los Corrales de Buelna, y presidente de la Asociación de Comerciantes del Valle de Buelna, Salvador Victorino se expresa con absoluta claridad en esa doble condición que ha adquirido como comerciante minorista y portavoz del sector.
«Me jubilo en marzo», adelanta el conocido joyero corraliego, que con esa decisión va a poner el punto y final a 41 años detrás del mostrador del negocio heredado a la muerte de sus padres. «Y yo no tengo relevo», advierte. «Tengo dos hijos pero ninguno de los dos desea hacerse cargo. Han visto lo que sufre un comerciante y no lo quieren para ellos. No quieren hipotecar sus vidas», dice con pesadumbre el hombre, que tampoco tiene empleados a los que ofrecerles la continuidad ni personas que hayan mostrado interés en recoger el testigo. «Con el problema tan grande que tenemos ahora mismo con el oro, que sube cada dos por tres, y el poder adquisitivo de la gente...» no hay quien se decida a apostar por su actividad.
«Lo tengo puesto a la venta, pero sospecho que así va a estar un largo tiempo», dice Victorino, «porque joyería que cierra, joyería que no abre más».
Concertando el futuro de su negocio anda también Araceli Aguado, propietaria de una peluquería con su nombre en Reinosa que una de sus empleadas está meditando quedarse. Es, curiosamente, la misma situación que ella vivió hace casi treinta años, pero apostada entonces al otro lado de la negociación.
«Entré a trabajar como empleada a los 14 años», dice la mujer. «Y hace treinta, 29 exactamente, cuando la propietaria se jubiló, yo decidí quedarme con el salón», añade la mujer, que cree que después de toda una vida de 'curro' es hora de descansar.
«Tengo un hijo enfermero que, como usted puede comprender, no tiene el más mínimo interés por el sector de la peluquería», dice Araceli, que en su día propuso la continuidad del negocio a las empleadas a su cargo. «Una me contestó con un 'no' rotundo y las otras dos no se atrevían porque no tenían clara la rentabilidad de esa operación. Saben los gastos y los sacrificios que conlleva una empresa así. Pero esta semana hemos estado negociando y es posible que se produzca un acuerdo».
Si no es así, Araceli devolverá el local a su legítimo propietario, que tendrá que decidir qué es lo que hace con él.
En esa misma tesitura se va a encontrar en tan solo unos días la dueña del bajo que hoy ocupa en la santanderina calle San Francisco Las Cosas de San Francisco, antaño Garplex.
Abierta en el año 1957 y dedicada entonces al género del plástico, la tienda cerrará para siempre «el 1 ó el 2 de octubre», calcula Jesús García, que no ha encontrado quien le revele detrás del mostrador en la hora de su bien ganada jubilación.
«Si el negocio funcionase hubiéramos animado a nuestros hijos». Dos, ambos estudiantes y sin ningún interés por el comercio minorista. «Pero iban a trabajar como cosacos para nada», se lamenta el hombre, que augura «un futuro muy negro» al comercio minorista.
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Ana del Castillo
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