«Queríamos empezar y trabajar, aunque fuera cubriendo gastos»

La visible bandera de España que hay junto a la entrada ondea a media asta. «Hotel Gran Victoria, dígame», dice respondiendo a una llamada la joven que hay en recepción tras una mampara y con mascarilla. «¿Sólo alojamiento?». Entre diez y media y once menos veinte el teléfono suena dos veces. «Sí que están llamando, pero sobre todo para informarse. Todo lo que se haga de cara al verano va a ser a última hora». Justo en ese momento, el camarero sale a poner un par de cafés a unas señoras en una de las muchas mesas que hay en la terraza. La cafetería, como la sala que hay que hay en el vestíbulo o la cabina para llamar por teléfono, está cerrada al público. Zonas comunes, nada. Lo dice la norma de la fase uno y las paredes están llenas de carteles informativos. Pero eso, la fase uno, es la que dio a los hoteles la opción de abrir. Sin movilidad geográfica entre provincias, la mayoría decidió esperar. Por eso el Victoria, en Santander, es una excepción. ¿Tienen clientes? «Estamos con una media del 40%. No daría para que estuvieran abiertos todos, pero estando solos, lo poco o mucho que hay...».

Lo que tienen, como explican Menchu Guadalupe y Carmen Carral, son personas que vienen a Cantabria por trabajo. «De empresas que necesitan un técnico para una tarea puntual o de obras que empezaron antes del confinamiento y deben continuar». Estancias de una o dos noches «o de una semana». Incluso, explican, «algún cliente de Santander» reservó habitación, «pero ha sido algo puntual». «La gente que está viniendo al hotel está tranquila. Tienen asumidas las medidas que debemos tomar por seguridad y son conscientes del uso que pueden hacer en este momento de las instalaciones».

Las responsables del establecimiento destacan que, en su caso, la decisión de abrir estuvo marcada, sobre todo, por las opciones que ofrece su propia infraestructura. «Poder completar el hotel con las terrazas de fuera y las que hay en las habitaciones fue lo que nos impulsó. De no ser así, posiblemente hubiéramos tomado otro camino. El cliente no está encerrado en la habitación». La terraza, confirman, está trabajando bien. «A partir de las doce el movimiento es continuo. Hay bastantes reservas para comer y para cenar, gente que viene a tomar el aperitivo o a pasar la tarde...». De hecho –y la terraza es grande–, en ocasiones han cortado el acceso al completar el aforo disponible.

–Viendo el rendimiento, ¿se arrepienten de haber abierto?

–No nos arrepentimos. Cero. El esfuerzo ha merecido la pena. Queríamos empezar y ponernos a trabajar, aunque sea cubriendo gastos. Con las instalaciones que tenemos pensamos que era el momento de hacerlo.

Empezar a rodar, trabajar fuerte la terraza y prepararse para los próximos meses. «Esperamos que sí que venga gente. Ahora no es significativo el porcentaje, pero ya empezamos a tener reservas y, sobre todo, llamadas para informarse. Lo primero, los clientes habituales. Muchos son madrileños. Tienen ganas de volver y este año, incluso, con más motivo. Preguntan si vamos a seguir igual. De cara a agosto, sí que se ve movimiento. Nada que ver con otros años, pero se está moviendo. Salvar el año sabemos que es muy complicado, pero, si pasamos a la fase dos y avanzamos, las cosas se irán normalizando».

Son optimistas, dentro del descalabro económico que deja tras de sí la pandemia. «Sí que creemos que en Cantabria se va a trabajar. Ofrecemos playa y montaña en poco espacio y eso nos va a beneficiar. La gente no quiere aglomeraciones». Dicen eso y también que será importante saber «cómo se regulará la playa». La que tienen a tiro de piedra desde la entrada y la que, si se pasa de fase, ya se podría disfrutar desde el lunes.