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La versión del revuelo ocurrido la tarde del martes en Urgencias de Valdecilla es distinta cuando la cuenta una de las personas que protagonizó el conato de rebelión: «Nos rebelamos porque no nos atendían por no estar vacunados», dice indignada M.M.C., una ... joven de 24 años, embarazada de tres meses que acudió con su marido, que al igual que ella presentaba síntomas compatibles con la infección por covid. «En mi caso sí estoy vacunada, pero mi marido, que llegó con casi 39 de fiebre, no. Y fue por eso que no le cogieron ni los datos, no consta en ningún sitio que hubiera estado durante horas en aquella sala de espera, porque se negaron a atenderle. Y lo mismo le ocurría a varias de las personas que estaban con nosotros. Al menos seis con las que hablé», señala.
La explicación que aportan desde el hospital es que, cuando se producen situaciones de atasco, como ocurría el martes, la demora va en función de la gravedad de la urgencia, «priorizando a las personas más graves sobre los que presentan síntomas leves, que son siempre los que más van a esperar». Pero más allá de eso, esta joven incide en que «nos discriminaron por no estar vacunados».
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De hecho, la semana pasada por vez primera llegaron a ser más los enfermos críticos sin vacunar (procedentes del 7% de la población que ha rechazado inyectarse el suero anticovid) que los que habían recibido la pauta completa, que suponen un volumen de personas veinte veces superior (el 87,3% de los cántabros).
De otro lado, esta testigo niega que hubiera agresión hacia el personal sanitario, como han declarado desde el equipo de Urgencias de guardia de aquella tarde. «La versión del hospital es mentira. Es cierto que en un momento dado salimos a reclamar que atendieran a una mujer de 89 años que estaba mucho peor, que casi no podía respirar. Y un hombre levantó la voz para que hicieran caso a aquella señora 'porque se está muriendo'». Según su relato, «había gente en aquella sala, a las ocho de la tarde, que llevaba desde las diez y media de la mañana sin que le hicieran caso».
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Siempre según su versión, ella tuvo que esperar cuatro horas para ser vista por un médico, «pero a mi marido me lo llevé para casa sin que lo viera nadie, casi delirando por la fiebre. Es una negligencia». Y como tal ha puesto dos denuncias ante la Policía Nacional, además de dejar constancia de sus quejas en el propio servicio. «Al ver todas las reclamaciones que puse (once), ahora me han llamado de Urgencias para mirar a mi marido y ya les he dicho: 'A buenas horas'. Sé que mi marido es positivo, pero es que no le han hecho ni una PCR».
Otro de los puntos que tampoco casa entre la versión del hospital y la de los pacientes es quién llamó a la Policía Nacional (cabe la posibilidad de que se cruzaran las llamadas desde uno y otro lado), que tuvo que intervenir para rebajar la tensión. «Fuimos nosotros quienes llamamos a la Policía porque veíamos que aquella mujer estaba muy mal y seguía sin ser atendida», indica M.M.C. «Y no nos fuimos de allí, como se ha dicho», añade. En el relato de los hechos que Luis Prieto, médico de Urgencias, hizo a este periódico explicaba que «al ver a los agentes», el grupo de pacientes que estaba protagonizando el conato de rebelión para expresar su malestar por la espera («primero haciendo ruidos, rompiendo objetos de la sala y agrediendo física (empujones) y verbalmente al personal sanitario) salió corriendo y no volvieron».
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