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El día a día ha cambiado lo justo. Levantarse, aseo, desayuno, trabajo con los fisios, actividades con los animadores... Eso sí, todo a distancia y hasta por turnos. Y con una idea clara: no hay visitas y no se puede salir a la calle. Es el panorama en las residencias para mayores de Cantabria. El que describe Rubén Otero, presidente de la Federación Empresarial de la Dependencia en la región. «Estamos actuando con total normalidad». Hasta el ánimo resiste, dentro de la preocupación lógica de los residentes y sus familias. Por ahora -y él mismo insiste en ese condicional temporal- no hay positivos en ningún centro cántabro. Pero Otero, que además es gerente de cinco residencias en la comunidad, tampoco oculta la situación. «¿Tenemos Equipos de Protección Individual (EPI)? No. Se los hemos pedido al Gobierno, pero el Gobierno tampoco los tiene». Habla, de hecho, de mascarillas de tela fabricadas por el propio personal, ante el que «hay que quitarse el sombrero». Cuenta eso y que a los mayores tratan de no saturarles con las noticias. Bastante tienen. Y también que estos días lo que palpa entre muchos residentes es que «piensan mucho más en nosotros (los más jóvenes) que en ellos». Eso enternece a cualquiera.
Que las noticias que llegan de contagios y muertes en residencias de otras comunidades son un foco de miedo, no es un secreto. Para residentes, para familiares y para el propio personal. «Estamos a tope», arranca Otero tras una videoconferencia y otras mil llamadas. Empieza por la «normalidad», por la ausencia de positivos en este tiempo que llevan cerrados y por las «muchas más medidas de precaución» que toman estos días. Entrada por una única puerta, desinfección, lavado de ropa en el propio centro sin que salga fuera, un único cuarto para cambiarse... También por los esfuerzos para que los familiares, que no pueden entrar, no dejen de estar cerca de sus mayores. «Con videollamadas o con Skype. Para que puedan hablar o simplemente, en el caso de los que padecen alguna demencia, ver que están bien». De hecho, a través de una aplicación con la que ya contaban envían ahora informes a diario de lo que hacen.
Habla de las terapias, los bingos, las comidas o la gimnasia que siguen haciendo en los centros. Aunque Otero, llegado a este punto del resumen, se adelanta a la pregunta sobre el material de protección. «No tenemos». Lo han pedido, pero no lo hay. «Va a llegar importado, pero se irá distribuyendo y llegará primero a los lugares donde hay positivos». Y pone el ejemplo de las mascarillas. «En un centro hay dos, tres o cuatro». Habla de las que están haciendo de tela, ellos mismos, «para ponerse algo, de choque», aunque recuerda que el uso de esta protección está indicado para el contacto con los positivos. «No las tenemos ni las tiene el Gobierno. Si no las hay, nadie las tiene».
Desde el Ejecutivo sí que les han pedido listados actualizados de nombres de residentes, de todos los trabajadores, patologías especiales... «Les pasamos informes contando si alguien tiene fiebre». En caso de sospecha de positivo -que ya tuvieron algunas, aunque resultaron una falsa alarma-, la indicación es el aislamiento en la propia residencia («en una habitación individual y entrando lo justito con el material que tenemos»), avisar y, una vez valorado, el traslado al hospital «o a lugares habilitados que ya están preparando para evitar contagios». Cuando han surgido estos casos «te asustas, claro».
¿Y cómo lo llevan? «Bastante bien». Como a todos, les cuesta quedarse, no salir. «Y es lógico. Yo tengo personas que salen una vez al mes o cada quince días, pero basta que no puedan para que ahora tengan más ganas. Es normal. Cuando te quitan algo es cuando lo quieres». Tratan de no atosigar con las noticias, de «no asustarles». «Pero no son tontos». Se ven más espaciados en el comedor, organizados en turnos... «Lo saben, te preguntan o te dicen que si no entra nadie están protegidos, aunque entremos nosotros». O eso de «marchar vosotros que nosotros ya tenemos la vida hecha» y que emociona a los que conviven con ellos.
Otero advierte que los que peor lo llevan son los que están en centros para personas discapacitadas. «Me han llegado a preguntar que por qué les hemos castigado». En ese sentido, desde la Consejería les han transmitido que el Ministerio plantea permitir pequeñas salidas en grupos pequeños y controlados «para dar un paseo» en estos casos concretos. Excepciones.
En todo caso, y más allá del miedo -«en Madrid tengo amigos con residencias que ya tienen infectados y unos problemas enormes»-, la crisis está sacando también a la luz en las residencias los mejores valores del ser humano. Primero, entre el propio personal (otros para el aplauso). «Nadie ha dicho que se va a casa por miedo. Todo el personal y todas las familias están poniendo todo de su parte». Y no sólo ellos. El teléfono suena con ofrecimientos. Una empresa ha donado 2.000 litros de desinfectante para las residencias y varios restaurantes, obligados a cerrar, también han contactado para ofrecer toda la comida que tenían para estos días y que ya no será para sus clientes. «Estamos recibiendo mucho apoyo».
Gestos de ida y vuelta. Con los centros de día cerrados y la ayuda a domicilio controlada al máximo, desde la Federación Empresarial de la Dependencia se han puesto en contacto con los ayuntamientos para ofrecer una especie de catering. «Hacemos más comida y preparamos unos recipientes sin retorno para los usuarios de los centros de día o de la ayuda a domicilio que no pueden salir de casa. Hemos enviado una carta a todos los asociados para que se sumen. La idea es ayudar entre todos para poder salir de esta lo antes posible».
Todo mientras miran con recelo las cifras y tratan de mantener protegidos a los mayores. «Aquí nos pusimos muy pesados con el Gobierno y exigimos muy pronto que se cerrara. Pudimos tomar medidas muy rápido». Es, entiende (y sin ningún alarde), la ventaja de ser una comunidad pequeña. «Nos conocemos todos y podemos hacer las cosas mucho más rápido».
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