![«Rusos y ucranianos somos primos hermanos, es como si la mano izquierda pega a la derecha»](https://s1.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202203/02/media/cortadas/rusa-kSzE-U16011641990286EC-1248x770@Diario%20Montanes.jpg)
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Galina Kovalenko tiene madre rusa y padre ucraniano. Simboliza, en todos los sentidos, la personificación de la hermandad que existe entre ambos pueblos. Por eso, cuando habla, se afana en repetir el mismo argumento: «Somos como primos hermanos. No tiene sentido lo que está pasando. ... Es como si la mano derecha le pega a la izquierda en un mismo cuerpo».
Tiene 43 años y los últimos seis los ha pasado en Santander, donde formó una familia. «Me casé con un cántabro y tengo dos hijas. Desde la distancia, pero conociendo aquella realidad, no entiendo cómo las personas nos dejamos llevar a este tipo de guerras montadas por los políticos, sean los estadounidenses, los europeos, los rusos, los ucranianos, o todos juntos». Sus compatriotas le cuentan lo que los medios de comunicación rusos no publican «que muchos de los soldados rusos veteranos están renunciando a ir al frente porque no quieren masacrar ucranianos, que los jóvenes están yendo engañados y que la gente en Rusia está muy enfadada por lo que está pasando».
La propaganda del régimen se ocupa de tapar esas voces discordantes. Hay amenazas. Lo peor de esta crisis de reputación la llevan también los más pequeños. Hay miles de familias rusas que viven en países de la antigua Unión Soviética y que están empezando a sufrir también las consecuencias de la imagen negativa que empieza a asociarse con la palabra 'ruso'. «Hay niños que están empezando a sufrir acoso en el colegio. No tiene sentido porque ellos, los inocentes, no tienen nada que ver con esto ni saben lo que está pasando».
Galina ha pasado los últimos cinco días sin apenas probar bocado. Dice que tiene un nudo en el estómago. Se alivia la ansiedad sintiéndose útil. Reparando, de alguna manera, el daño que Putin está infligiendo a sus vecinos. Por eso acude todos los días a la tienda Slavianka, en Santander, para ayudar en la recolección de medicamentos, alimentos, ropa y demás productos de primera necesidad que se van a empaquetar y a enviar a la frontera con Ucrania.
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«Todo esto no tiene ningún sentido. Hay mucha gente en Rusia que no comparte todo lo que está ocurriendo, lo que pasa es que no se atreven a salir a la calle a protestar porque te pegan, te detienen y te meten a la cárcel», explica. Piensa que es cuestión de tiempo que el pueblo se rebele ante su mandatario. «Por lo que he preguntado acerca de las últimas elecciones, nadie, absolutamente nadie de cuantos rusos conozco, votaron a Putin, y sin embargo ¿ganó con un 70% de los votos?», cuestiona.
Al final, comenta Galina, «todas nuestras vidas penden de un hilo fino que mueven estos hombres poderosos que nunca piensan en el pueblo». «Yo abrazo todo cuanto puedo a mis dos hijas y aprovecho cada día porque una no sabe si al día siguiente estaremos aquí», comparte.
Reconoce que le tiene miedo a la amenaza nuclear de Putin. «Si a ese hombre le da por apretar ese botón rojo, y los del otro lado responden, todos nos olvidaríamos de cuanto conocemos». Por eso, por las noches, cuando se acuesta, desea con todas sus fuerzas «que regrese la paz y que no se derrame más sangre en ninguna parte, nunca más».
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