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En psicología, cualquier cambio en la vida se considera un motivo de estrés: «Incluso que te toque la lotería, aunque parezca algo bueno». ¿Qué provoca entonces luchar con un enemigo invisible, que está en todas partes y en ninguna? «Cuando tiene lugar ese cambio, tenemos ... que valorar cuánto afecta a nuestra vida y por cuánto tiempo», explica el psicólogo Baltasar Rodero. «Es como una mochila en la espalda, no es lo mismo un kilo que diez kilos, y tampoco llevarla un minuto o muchos días». Desde marzo llevamos el acrónimo de un virus en la mochila cuando vamos al trabajo, al colegio, al supermercado, y teniendo en cuenta que se está alargando y que no sabemos hasta cuándo, «esa incertidumbre es la que está desgastando a toda la sociedad».
¿Se notan las consecuencias de ese peso en las consultas? Jesús Artal, jefe de servicio de Psiquiatría, no alza la voz, pero tampoco silencia la alarma: «La situación en este momento es que los ingresos por urgencias psiquiátricas han bajado, y lo mismo las consultas», pero eso no evita que el servicio de Valdecilla se esté preparando: «Todos los indicadores nos dicen que los casos van a llegar».
Los psicólogos también asumen ese futuro en el que «la asistencia va a ser crucial para sobrellevar la situación de estrés e incertidumbre» a la que el virus está exponiendo a toda la sociedad: «No tenemos una 'foto finish' de las consecuencias, pero sí se está empezando a observar, y los datos así lo sugieren, que la gente presenta más sintomatología depresiva y ansiosa por ese efecto de desgaste y tensión por la incertidumbre, el temor al contagio, las noticias», admite Baltasar Rodero. En su clínica, de un año a esta parte, las consultas han aumentado un 15%. Y lo mismo apunta el decano del Colegio Oficial de Psicología de Cantabria, Francisco Javier Lastra Freige, que cifra en un 25% el incremento de peticiones de ayuda. Si este es el balance de la sociedad en general, ¿cómo está afectando este contexto al entorno laboral?
No todos los trabajadores se enfrentan por igual al covid y cada sector se ve obligado a convivir de distinta manera con su amenaza; mientras los sanitarios lo hacen desde la trinchera armados con EPI, con el desgaste emocional y físico que eso conlleva, otros sectores como la hostelería o la educación libran sus propias batallas con esa tensa convivencia entre seguir adelante con sus funciones laborales y convivir con confinamientos puntuales de aulas y niños que tosen o entre costes fijos, barras cerradas y un género que se pudre. Trabajar a pesar del covid se puede, pero ¿cuál es el coste? Esta es la «factura» que, a día de hoy, está pasando a los trabajadores.
«Estamos viendo un aumento del sufrimiento psicológico en profesionales sanitarios por toda la carga que tienen de estar trabajando en primera línea, y a pesar de que hemos puesto en marcha desde marzo un programa de asistencia, los sanitarios son los que menos ayuda piden». Jesús Artal lo explica no sólo como jefe de servicio de Psiquiatría de Valdecilla, sino también como médico: «Estamos más pendientes de lo que les pasa a nuestros pacientes», dice, y recuerda «que no daban abasto sobre todo en la primera parte de la pandemia». Y cita a los intensivistas, neumólogos, internistas, enfermería, personal de laboratorios, rayos... «No tenían un minuto para pensar en ellos mismos».
¿Qué repercusión puede tener esto? «Si la primera ola fuera ya un mal recuerdo con consecuencias económicas o políticas, estaríamos hablando de un análisis de lo que pasó, pero estamos en este momento en una segunda ola, viviendo una situación que se va a prolongar mucho más. Y la factura que esto va a pasar estamos seguros que va a llegar», dice el psiquiatra. «Esto no sirve para asustar, sino para poner en marcha programas y que se tenga en cuenta lo que necesitamos los profesionales sanitarios: recursos humanos y materiales». Porque aunque los sanitarios «no sean los más ayuda piden, seguramente la necesitan, y en las próximas semanas y meses vamos a empezar a ver esa factura; por eso ya nos estamos preparando».
Para la psicóloga Isabel Diego, el riesgo viene motivado por el efecto de la segunda ola, es decir, «ante la novedad de semejante calibre que vivieron en marzo, ellos fueron los más expuestos, y ahora es volver a revivir aquello», dice, y advierte del efecto que puede tener «este resurgir de emociones, sentimientos y de situaciones de alta intensidad al que estuvieron expuestos, y qué impacto puede generar en ellos revivirlo». Esto hay que cuidarlo mucho, insiste, «prevenir que no haya ansiedades, problemas de tristeza, depresión, cuidar su salud mental. Me preocupa los niveles de estrés que puedan alcanzar y que les haga entrar en bloqueo». De protección también habla Lastra Freige: «Los profesionales sanitarios están siendo los primeros pacientes de la situación y deben ser protegidos y acompañados psicológicamente», dice: «El límite lo marca la pérdida de la normalidad y el llegar a manifestar estados que desbordan nuestra capacidad de enfrentamiento y la pérdida de constantes como la alimentación, el sueño o el ánimo». Con el agravante, además, que apunta Rodero: «Presentan más problemas de insomnio, ansiedad o depresión, y además está el miedo a la infección no solo por ellos sino también a llevarlo a casa, lo que hace que representen desgaste o fatiga», dice, unido también a cierto «temor a ser estigmatizado» por ser sanitario, que se les señale «con carteles en ascensores» diciendo que no los usen por temor de los propios vecinos.
En las aulas, los profesores no sólo conviven con la amenaza del virus en grupos burbuja, como apunta el decano del Colegio de Psicólogos. Dada su experiencia como orientador educativo en centros escolares de la región, para Lastra Freige «en los docentes hay una carga añadida de estrés al tener que acompañar emocionalmente al alumnado, catalizando su estado anímico y su comportamiento para poder superar la situación y enfrentarse a ella». Los profesionales de Educación, dice, «son los verdaderos artífices de la salud emocional del alumnado». Por eso, dos meses después de haber comenzado el curso, «los centros educativos e institutos son válvulas de escape de muchas situaciones de estrés que se están padeciendo y el profesorado se constituye en un auténtico terapeuta que ayuda a canalizar tanta tensión». ¿Con qué coste? «Con mucho estrés añadido al miedo a contagiarse y a llevarlo a casa», dice Isabel Diego: «Están muy expuestos, pero nos están demostrando que son lo mejor que podemos tener para nuestros hijos». De esa exposición también habla su colega, Baltasar Rodero: «No es tan directa como la de los sanitarios, pero están muy expuestos», dice, aunque, «por ahora, no hay evidencia de que esta población refiera más nivel de estrés que el resto de colectivos».
Si bien cada persona está «al amparo de su propia capacidad de afrontamiento», la situación incierta y desconocida hasta el momento hace que se estén padeciendo «niveles de tensión y estrés anormal». Sin embargo, hay sectores o colectivos que llevan consigo una dosis extra de incertidumbre, y la hostelería es una de las más vapuleadas por la variabilidad de las normas y el efecto económico que tiene. «El cierre de locales y comercios, medida sanitaria necesaria, añade a los trabajadores una incertidumbre aún mayor porque se les suma el factor económico y de supervivencia. Si a estos cierres y limitaciones les unimos las dudas que, en muchas ocasiones, nos transmiten nuestros gestores políticos, vamos multiplicando los niveles de estrés que irán generando mayor desazón, tristeza, dudas y desesperanzas», explica Lastra Freige. Un argumento que coincide con el del psicólogo Rodero, que usa el término «desesperación». Dice: «Con casos que estamos viendo de gastos permanentes, en los que el profesional se expone al paro y al desempleo, en la hostelería te enfrentas también a la desesperación, no sólo al miedo al contagio», dice, y cita estudios con una correlación directa entre desempleo y salud como mayor factor de riesgo.
«En hostelería se han esforzado mucho en llevar a cabo medidas con gran inversión para seguir adelante con sus negocios, y como personal de hostelería genera rabia y frustración ver que a pesar de todo, se cierra», apunta Isabel Diego: «Parecen el premio y el castigo de la sociedad». Además, dice la psicóloga, «el sector se ha estado exponiendo de forma constante al virus, una exposición altísima, por eso el nivel de estrés lo veo muy similar al del resto de colectivos que están en exposición más o menos directa al virus», dice, pero en su caso, además, «hay que añadir la inseguridad y la desestabilización a nivel económico».
«Estamos en un momento inicial del teletrabajo colectivo que antes de la pandemia se contemplaba mínimamente, así que ahora deberemos ser flexibles en el tiempo y no descuidar otras actividades más vitales», dice el decano de los psicólogos cántabros. ¿Qué riesgos entonces hay que vigilar, se empieza a ver desgaste en ese sentido? «El mayor desgaste que puede haber es una excesiva monotonía de estar solo en casa, incluso que uno se exponga a más demanda laboral, que no tenga horarios establecidos», apunta Baltasar Rodero. De hecho, añade, «que no tengas ese referente externo hace que tiendas a 'sobre estresarte'». Por eso propone vigilar hábitos de vida saludables como «ponerse horarios, cuidar la alimentación y el descanso, caminar, y a ser posible caminar acompañado».
Parecen medidas sencillas, pero el teletrabajo ha desmontado rutinas, y precisamente por ahí dirige sus pautas el psiquiatra de Valdecilla: «La clave está en cuidar y mantener la rutina y hábitos saludables; por ejemplo, no estés en pijama, aféitate si eres hombre, ponte el chip de trabajar en casa aunque no hace falta que te pongas corbata. Y aunque el entorno se mezcle (mismo espacio de trabajo y ocio), no mezcles las rutinas y mantén los horarios, sobre todo al levantarte, porque no hay ninguna razón para que una persona se levante más tarde de las nueve. Aunque no tengas nada que hacer mañana, mantén la rutina que tenías antes».
«Hemos ido construyendo una sociedad en la que, aunque tuviéramos preocupaciones, se irían solventando, una certeza de que vivíamos en un primer mundo que nos aportaba todo en un instante». Los jóvenes, por su parte, aunque «veían con pesimismo su situación laboral y su futuro, tenían a sus padres y familia que constituían su soporte y resorte económico». Ahora, explica Lastra Freige, «padecen como los demás una situación que lo invade todo y que les enseña limitaciones que impiden su círculo tan poderoso de contactos. Gracias a las nuevas tecnologías pueden reunirse, pero necesitan el contacto y roce directo porque entre sus iguales están construyendo sus egos», advierte el psicólogo. «Están sufriendo la situación y pueden llegar a manifestar cuadros psicológicos que pueden ir desde la apatía y el desdén, a la ansiedad y depresión, añadiendo a esta sintomatología otros componentes clínicos que deberán ser atendidos por profesionales de la salud mental».
¿Les afecta de igual manera la imprevisibilidad a los jóvenes que a los adultos? «Mucha gente joven que viene a la consulta, la mitad no estaría si la situación externa fuera otra», responde Baltasar Rodero. «Su salud mental está condicionada por la incertidumbre ante el futuro y los efectos que tiene el paro en esta población, que está además en peor situación económica. Su salud se está viendo perjudicada».
¿Y cómo les está afectando no socializar, en un momento de desarrollo personal en el que los vínculos son otra forma de aprendizaje? «El mundo ha dejado de ser un lugar seguro para los jóvenes, y también para nosotros. Hay inseguridad e imprevisibilidad, y no tener el control a toda la población nos genera malestar», dice Isabel Diego. «Esa incertidumbre en los jóvenes estudiantes que están en la universidad, preocupados por la calidad en la enseñanza o el aprendizaje que pueden adquirir online, los que se han trasladado a otras ciudades y se preguntan si están siendo responsables cuando les toca vivir otra cosa, les genera un nivel de ansiedad que te hace ser 'preocupón'; un 'y si' se te puede quedar en la boca, así que hay que cuidar mucho eso en los jóvenes», dice, porque «el contacto restringido está haciendo que generaciones futuras estén cambiando su forma de acercarse al mundo», explica. La ventaja es que son generaciones de nuevas tecnologías y a través de ello mantienen contacto, aunque en el fondo les genere cierta frustración porque al final el vínculo no se establece de la misma manera».
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