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Un paseo por la calle San Francisco, en Santander. No llega a trescientos pasos. A derecha e izquierda, 16 locales cerrados. 'Se alquila', 'se vende'... En Juan de Herrera, un poco más arriba, ocho. Justo frente a la plaza del Ayuntamiento, dos más. ... En Miguel Artigas -con media calle afectada por las obras del edificio QO-, tres. Y si uno va andando desde el mercado de La Esperanza hasta los Jesuitas (por Rualasal) contará 16 persianas bajadas. Eso, en la capital.
Lo de Torrelavega, en proporción, es más desolador. Por tamaño y por su luminoso pasado comercial. Ruiz Tagle: entre cierres y carteles de liquidación, ocho en apenas 150 metros. En Consolación, la joya de la corona, la lista de negocios en vías de extinción llega a nueve. Y en la calle de Carrera, en los 150 metros que separan la plaza de la Llama de la Mayor, los negocios abiertos al público están más cerca de ser la excepción que la norma. «Lo que en Santander está pasando en algunas calles, en Torrelavega es una enfermedad crónica», apuntan desde la Federación del Comercio de Cantabria (Coercan).
16locales cerrados en la calle San Francisco, en Santander. En febrero de 2021 eran trece.
Si uno se plantea hacer un informe, una radiografía de la situación del pequeño comercio en los dos núcleos de población más importantes de Cantabria -cada uno tiene sus peculiaridades-, el tema de los locales es un buen síntoma. Hay más cosas (la competencia de internet, el descalabro provocado por la pandemia, los efectos de la inflación disparada, cargas impositivas...), pero el hecho de que la renovación de los espacios de los negocios que cierran no se produzca es una conclusión demoledora. «Muchos negocios van de temporada en temporada. Aguantando tirón a tirón a ver si mejoran con la Semana Santa, las Navidades o el verano. Es raro que alguien cierre un 30 de junio porque aguanta a ver si salva con el verano, aunque su situación pueda ser ya crítica», explica Gonzalo Cayón, de Coercan. De hecho, este verano «pinta bien turísticamente hablando». «Todo lo que sea personas en la calle son posibles compradores, aunque el comerciante será el que tenga que tirar el lazo». Un rayo de luz.
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Cayón tiene claro que en esta radiografía «de dificultad» pesa el «cambio en las tendencias de consumo en la gente joven». Los mayores de cincuenta son, en general, «fieles al comercio minorista o a las grandes superficies». Pero los jóvenes no. Compran por internet en las gigantescas plataformas de venta. Aunque «la esperanza es que en esas grandes plataformas están -amplía Cayón- cobrando en algunos casos las devoluciones y expulsando a clientes que no les resultan rentables. Eso puede hacer que no crezcan en la misma proporción que en estos años. El objetivo del comercio minorista es atrapar a ese comprador joven».
En el pequeño negocio, pese a años de mensajes asegurando que debían adaptarse a la venta por internet, han claudicado. «Una cosa es la teoría y otra, la práctica». No hay herramientas. Ni medios, ni personal para seguir los pedidos... «Un cliente de Murcia es raro que acabe comprando en una tienda de Santander salvo que sea algo muy muy especializado». No sale a cuenta (sí las redes sociales, que permiten un contacto directo con el cliente concreto, «incluso con mensajes de WhatsApp»).
Todo esto se traduce en pérdida de peso. En el PIB, en el empleo... Cayón estima que entre diez y quince puntos en los últimos años. Pero claro, sectores como la alimentación (que se han comportado bien en la pandemia y que salvan mejor la competencia digital) no son comparables con otros como el textil o el tecnológico. Ahí la caída es mayor.
Hasta la localización marca diferencias. «A simple vista, donde peor se está pasando es en Torrelavega. La mayoría de establecimientos funciona en régimen de alquiler y es el principal factor para no cubrir. Eso no pasa tanto en localidades más pequeñas (Coercan aglutina a las principales asociaciones de comerciantes de toda la región), con locales en propiedad, lo que les ha permitido salvar mejor la situación. Si no hay clientela, si no hay demanda, y tienes que pagar una renta, estás abocado al cierre en pocos meses. En ese sentido, en Santander puedes aguantar un poco más porque hay un número de clientes potenciales más elevado». Así, según Cayón, en Torrelavega hay «contagio de cierres». «Parece un virus y hace que en algunas calles acabe cerrando prácticamente todo». Es, además, la pescadilla que se muerde la cola. Si buscas local para un negocio y ves que los de al lado están cerrados, no te interesa.
Y así Cayón llega a sus conclusiones. Situación complicada en Torrelavega, mal «crónico», con muy poca alternancia, y en Santander, «aunque hay zonas mejores», las hay que «han dejado de ser comerciales» y se están, igualmente, «desertizando».
«Los mejores metros cuadrados de Torrelavega (de los más caros) están vacíos», señala Miguel Rincón, de la Asociación de Pequeños y Medianos Empresarios, Comerciantes y Autónomos (Apemecac). Dice que el «consumo necesita tranquilidad y estabilidad». «Hasta que no tengamos lo primero, no tendremos esa estabilidad. Coste de la luz, transporte, pandemia, guerra... La renta es fundamental, pero, además de eso, está el factor psicológico: la tranquilidad política. No la hay en el mundo, en Europa, en España, en Cantabria ni en Torrelavega». Torrelavega, dice, tiene «una ventaja que también es desventaja: los espacios con posibilidades de hacer eventos están en las afueras (Malecón, Ferial...)». «Hay que dinamizar la ciudad, pero dentro de la ciudad. Un plan sostenido en el tiempo».
Y mientras, en Santander, en la Asociación de Comerciantes del Casco Viejo ponen sus esperanzas en el verano, aunque la situación «está provocando -apunta Agustín Ordejón- que algunos comercios tengan que echar la persiana».
¿Cómo ven la situación en las inmobiliarias? Ellos hablan de 'zona prime'. La buena, la apetecible en lo comercial. Pues bien, según José Andrés Cuevas, de San Fernando Grupo Inmobiliario, la de Santander se ha reducido hasta quedarse en la franja que va del Ayuntamiento al arco del Banco Santander (con Juan de Herrera, Calvo Sotelo y el Paseo de Pereda), y la de Torrelavega («que era una potencia comercial») ahora es «prácticamente sólo la calle Consolación y allí hay locales disponibles de sobra».
En las calles principales de la capital el experto apunta a que en la propiedad de los locales «sigue primando un precio muy por encima del mercado». «Están acostumbrados a una renta muy alta que, aunque baje, no lo hace en la proporción que tiene que bajar. Y para que un negocio lo sea, tiene que haber negocio por ambas partes». Cuevas asegura, además, que el sentido comercial de algunas calles «se está diluyendo», «dejan de tener potencia comercial» y que «hay locales que, incluso bajando mucho, no se van a alquilar». Los que ocupaban los bancos (que eran los más apetecibles) ahora «cuesta muchísimo alquilarlos». Porque, además, las franquicias que podían venir ya han venido o, incluso, «pasa lo que ha pasado con Zara en Torrelavega». Cierre.
La competencia digital, la falta de relevo generacional (se prima más el tiempo libre trabajando en otro sector)... Motivos. Y eso sin entrar en locales «de segunda o tercera línea». «Ahí la tendencia no va a cambiar ya». Por eso apuesta por ideas como los cambios de usos (conversión en viviendas) o por iniciativas de acuerdos de comercios para especializarse en calles concretas «y que se vuelva a pasar por allí». «Algo hay que hacer».
En 2020, Torrelavega impulsó unas ayudas para que los negocios instalados en las plantas altas bajaran a los bajos y contribuyeran a una apariencia más dinámica. El Consistorio se dispuso a prestar hasta 30.000 euros para pagar una parte de la mudanza, pero la iniciativa no cuajó por la imposibilidad de muchos negocios para encajar en los requisitos. El perfil estaba demasiado acotado, como demostró el exiguo número de candidatos a la subvención. El municipio quiere retomar esta iniciativa con un cambio en las condiciones y los técnicos revisarán las disposiciones exigidas en la medida para abarcar al mayor número de comercios posible.
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