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En estas semanas se ha hablado mucho de El Puntal, sobre todo después de que se difundiesen esas imágenes del arenal abarrotado con tanta chavalería de juerga. Durante estos últimos fines de semana ha llamado también la atención la gran concentración de barcos en ... la playa, con cientos de ellos fondeados frente a la orilla hasta dar la impresión de que no cabía uno más.
¿Estamos ante un boom de la náutica de recreo? Cualquiera puede decir que nunca ha visto tanto barco junto, una impresión que parece confirmar el aumento en el número de matriculaciones registrado en la región durante la primera mitad del año, de un 59%. Lo llamativo del caso es que este incremento supone una excepción -junto con Valencia, con una subida más moderada-, en el panorama nacional, que experimenta una caída media del 20%.
A ese último escenario se acerca más la descripción del mercado que hace Jaime Piris, al frente de Yates & Cosas, quien habla de un «ajuste» progresivo de la demanda después de la explosión que se vivió tras la pandemia. En este punto hay que detenerse para buscar una explicación a aquel fenómeno: el atractivo de una actividad al aire libre después del encierro, la posibilidad de huir de las concentraciones de gente o la simple reflexión de la conveniencia de disfrutar de la vida antes de la próxima catástrofe empujó a muchos a romper la hucha para darse el capricho de comprar un barco, como otros se decidieron a adquirir una camper o a hacer un viaje.
«La demanda ha sido tan grande que incluso las empresas no pudimos ofrecer lo que nos demandaban -reconoce Piris-; con el mercado de barcos usados sucedía lo mismo: teníamos veinte consultas y sólo podíamos atender dos. Como consecuencia de esto, las fábricas incrementaron su producción... y ahora hay un exceso de barcos, con más oferta que demanda».
Es un mundo, el de la náutica de recreo, que se asocia irremediablemente al lujo, una imagen con la que los profesionales del sector no están nada de acuerdo. «Creo que generalizar no es lo correcto -sostiene Jaime Piris-; si vas a un barco de lujo, por supuesto que sí, pero es el mismo caso que si hablamos de un coche o una casa de lujo. Hay barcos muy económicos; el mundo de la vela es supereconómico: tiene poco gasto de mantenimiento, nada de combustible... ¿A qué llamamos elitista, a un bote, a una piragua? El mundo de la náutica de recreo va desde un barco de vela de cinco metros a un megayate de esos que se habla cuando a uno le toca la lotería». De hecho, apunta, el tipo de embarcación más solicitado en Cantabria es una motora de unos siete metros con motor fueraborda.
En su opinión, lo que sí tiene Cantabria y, en particular, Santander, es la bahía, una baza fabulosa para atraer el turismo náutico. «Ese es el tipo de turismo que buscamos, un turismo cautivo, porque va a tener su barco aquí y va a volver cada verano y no es un turista de bocadillo. Es una actividad que genera un turismo de calidad, y Santander lo tiene perfecto para aprovecharlo, pero también hay que cuidarlo».
Ángel Cruz, gerente de Cruz Marina, comparte estas impresiones. «Después de la pandemia se ha notado una caída terrible en las ventas: entonces, la gente lo que trató es de disfrutar de la vida, porque no sabemos lo que va a ocurrir. No obstante, esa no fue la mejor época: eso pasó en 2006, cuando la gente metía el crédito del banco en la hipoteca del piso, pero eso pasó a la historia».
«En verano puede haber más trabajo de reparaciones, todo el que quieras, pero la cifra de invernajes es la misma o muy parecida. Conclusión: no hay boom. Es verdad que hay gente que viene de fuera, que ve los barquitos en la bahía o fondeados en El Puntal y dice 'yo también quiero uno', porque es muy bonito. Pero la mayor eslora que se vende es de siete metros, y barcos grandes, muy poco; de vela, de más de diez metros, igual se vende uno al año».
Subraya que, a diferencia de las ventas, lo que sí ha aumentado es el negocio del alquiler. «Hay muchos barcos de alquiler, y por eso también da la impresión de que la bahía está más llena de lo que está: parece que hay cien barcos, pero son treinta que no paran de dar vueltas».
«Cantabria se ha puesto de moda, pero más en la tierra que en el mar. Además, las posibilidades de crecimiento están limitadas por el número de atraques disponibles. En Marina del Cantábrico, el único puerto donde se puede coger un amarre, la concesión está en el aire después de una reciente sentencia. Y, ¿dónde vas a hacer un puerto nuevo?».
En la Velería Yarda, Juan Manuel González-Torre no para de trabajar. «Este año estamos haciendo menos velas, pero hay más trabajo porque hacemos tareas de puesta a punto, de aparejar barcos... No me puedo quejar».
Él tampoco cree que la náutica de recreo esté viviendo un auge en estos momentos. «Más bien me da la impresión de que ha llegado a un pico y se ha parado. Se vendía más el año pasado que éste, que el negocio se está reajustando; se vende, pero más ralentizado. Es tan fácil como mirar qué barcos hay por aquí: muchos botes, muchos barcos de alquiler y las motos, que hacen mucho ruido. Pero como la bahía es pequeña, se llena. Yo veo más turismo de alquiler y barco pequeño que otra cosa».
Ni siquiera hace demasiado caso de las cifras de matriculaciones, que aunque digan que en Cantabria ha subido mucho, reflejan que en otras comunidades con mucha mayor actividad, como las Islas Baleares, haya menguado. Además, ni siquiera una nueva matriculación garantiza que haya otro barco navegando por la costa: hay gestorías que optan por tramitar los permisos en otras comunidades donde resulte más ágil o se acumule menos trabajo y, por tanto, haya que esperar menos para obtenerlos.
¿Son cosa de ricos los barcos? «A mí me parece que cada vez menos. La gente gasta dinero en muchas cosas, y a la mayoría no le da para todo, pero si te quitas de unas sí te da para un barco. Mucha gente piensa que se trata de un lujo, pero quizás por desconocimiento: vete a esquiar a Baqueira Beret cinco veces y mira lo que te cuesta y cuánta gente hay esquiando. O lo que cuesta una furgoneta camper o un buen coche, algo a lo que aquí siempre se le ha dado mucha importancia. En Francia, donde hay más costumbre y tradición de navegar, la gente tiene un Renault o un Citroën y también barco: en vez de comprarse un coche de 60.000 euros, pueden tener un coche de 30 y un barco de otros 30».
«Estamos a tope», asegura Alejandro Ramos, gerente de la escuela náutica Cabo Mayor y también del club de navegación Alpha Sailing. «Cada año está yendo a más. La gente no tenía inculcada la navegación en su cultura, pero poco a poco va accediendo al sector. Siempre se ha considerado algo elitista, pero a través de clubes y de alquiler va para delante, porque hay mercado para todos: hay un cliente que compra barcos, otro que alquila o el que se apunta a unas clases de vela y aprende».
«Julio ha estado más flojo que otros años para alquileres, posiblemente por el tiempo, pero en agosto va bien. En cursos estamos parecidos a la época posterior a la pandemia: aunque el año siguiente fue el mejor de todos, seguimos manteniendo la misma línea. Sobre todo tenemos clientes que quieren obtener la Licencia de Navegación y el PER (Patrón de Embarcación de Recreo). Durante el año podemos tener unos quinientos alumnos, entre titulaciones y prácticas».
Para Alejandro Ramos, el suyo es un sector en expansión que podría crecer más si se diesen las condiciones adecuadas. «Los servicios no están mejorando, y se nota falta de reconocimiento, de ayudas y de infraestructura».
«Con el potencial turístico que tiene, la bahía no está preparada: el puerto de Raos ni siquiera tiene un servicio de autobús, no hay pantalanes de tránsito; tampoco hay amarres en Puertochico, y se echa en falta una zona azul, porque no hay ni pantalán de cortesía ni nada, algo que a nosotros nos limita bastante. Esta es una actividad que va a más en todo el norte, pero está habiendo competencia desleal, barcos que están llevando gente sin tener la titulación adecuada, y debería haber más control».
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