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José Antonio Fernández-Dívar acaba de salir del quirófano cuando atiende la llamada de este periódico. Es cirujano cardiovascular de Valdecilla y dice quirófano con la familiaridad con que un taxista apunta su última carrera, un periodista entrega un artículo o un comerciante envuelve un ... regalo: «Es mi día a día», dice consciente de lo que impone fuera del ámbito sanitario la palabra quirófano. Sin embargo, la pandemia le provoca la misma extrañeza que al resto de los ciudadanos, por lo imprevisible y brutal que ha sido su efecto desde aquel brote en un pueblo de China. Pasamos la primera ola, y ahora que estamos sumergidos en la segunda, en un momento en que las decisiones políticas no pueden doblegar la curva de contagios en Cantabria, cabe preguntarse qué hemos hecho mal para llegar a esta situación. Y la respuesta no está en un único colectivo, ni en el político, ni el de la hosteleros ni en los jóvenes, sino en la interacción de los intereses de todas las partes implicadas.
Sin intención de juzgar el pasado desde el presente, seis voces de diversos ámbitos sanitarios y académicos engarzan su conocimiento con la actualidad para trazar un mapa de aciertos y debilidades que no hemos sabido usar a tiempo. «Esto es una responsabilidad compartida por parte de todos, los políticos, los ciudadanos, sanitarios, la prensa», dice el médico de Valdecilla, Fernández-Dívar. Y para explicarlo pone el ejemplo de una trainera: «Es como si cada uno hubiéramos llevado nuestro remo a una velocidad diferente». Ahora bien, en toda trainera hay un timonel, ¿era el remo de sanidad o el de la economía el que marcaba la dirección?
En vez de aplazar, sustituir la atención tradicional: «Había que haber fortalecido la Atención Primaria y mejorado la telemedicina y las teleconsultas: hemos aplazado operaciones y consultas, en vez de sustituir la manera tradicional de llevarlas a cabo»
Desarrollar el Centro Estatal de Salud Pública: En 2011 se aprobó la Ley de Salud Pública y preveía la creación del Centro Estatal de Salud Pública, una estructura nacional de salud pública que, «nueve años después sigue sin existir».
Mensaje más ecuánime de lo que había en el hospital: Se ha mostrado «la cara amable de la pandemia, celebrando cómo salían pacientes de la UCI, aplausos en los balcones, por proteger a la población, habría que haber sido más ecuánime».
Una apertura más limitada en verano en la hostelería: Se hizo una «apertura muy amplia en vez de un ocio limitado a los ciudadanos, y a los hosteleros una actividad necesario para mantenerse en funcionamiento, no a plena actividad como en verano».
Turismo más restrictivo en la vuelta a la normalidad: «España es receptor de muchos turistas, de inmigración, además de ser zona de paso hacia Europa. Deberíamos haber sido más restrictivos a la hora de volver a la normalidad».
Complejidad del ordenamiento jurídico: «La complejidad del ordenamiento jurídico y de competencias dio lugar a diversidad de respuestas autonómicas: esto provocó aún más desconcierto y que la gente ya no prestara atención a las medidas».
«Creo que el de los sanitarios es el estamento que menos ha fallado; incluso cuando no tenían medios, los compañeros que estaban en la puerta de Urgencias recibiendo a los pacientes nunca han bajado los brazos. Ahora bien, nos ha faltado visibilizar más lo que estábamos viviendo dentro del hospital, hemos querido proteger a la sociedad con cierta actitud paternalista». Por eso, dice Fernández-Dívar, que actualmente es residente de Traumatología a punto de acabar su segunda especialidad en el hospital cántabro, echa de menos un «discurso más realista» en torno a lo que estaba pasando: «Creo que se ha mostrado sólo la cara amable de la pandemia, sólo celebrando cómo salían pacientes de la UCI, aplausos en los balcones, entrevistas a gente que superaba la enfermedad, pero de la cara menos amable se ha visto poco, y deberíamos haber sido más ecuánimes a la hora de mostrar la pandemia, tanto los medios como los sanitarios, porque intentamos proteger a los pacientes y a la sociedad en su conjunto, y en eso tenemos parte de culpa». Ahora bien, ¿se podía haber cambiado algo en su estamento con lo aprendido en la primera ola? «Debíamos haber fortalecido mucho más la atención primaria y haber mejorado en cuestiones como la telemedicina y las teleconsultas, pero lo que hemos hecho ha sido aplazar operaciones y consultas, en vez de sustituir la manera tradicional de llevarlas a cabo». Ahora los sanitarios vuelven a convivir con términos como 'presión asistencial', habilitando nuevos espacios para las UCI, ¿era evitable?
«Me chocó como sanitario la campaña de salvar el verano y ahora me choca la de salvar la Navidad. Lo que hay que salvar son vidas, no la Navidad», dice el facultativo. «Cuando me refería a remar todos juntos es a remar como sociedad, no a acompasar el remo de sanidad al de la economía, porque sin salud no va a ser posible reflotar la economía y, además, nadie va a tener confianza en gastar en la tiendas, ni comprar regalos o productos navideños».
Javier Llorca, Catedrático de Salud Pública, investigador del Idival
¿Se ha elegido entonces entre economía y salud? «Esa pregunta es una 'inecuación' que no tiene solución», dice la economista María Angustias Muñoz, «porque en el momento en que se decide la apertura de la economía, eso va a ir en detrimento en la salud». Para ella, uno de los errores cometidos ha venido por esta dualidad que obligaba a elegir: «Como economista, soy consciente de que lo primero es la salud, pero veía el deterioro económico de pequeñas empresas, tanto pymes como micropymes, y eso asustaba», explica. «Cualquier gobierno ve las consecuencias de la parada, pero entonces teníamos que haber hecho lo que estamos haciendo ahora, es decir, no apostar por una apertura tan amplia y seguir pidiendo a los ciudadanos un ocio limitado o sucinto; que las actividades de hostelería fueran las necesarias para mantenerse en funcionamiento, pero no a plena actividad como en verano». ¿Se hizo mal entonces al abrir la puertas, al dejar que se llenaran terrazas y locales después de varios meses encerrados en casa? «Nuestra cultura en términos antropológicos es típica de ágora, en la que la sociabilidad tiene una importancia extraordinaria», dice el antropólogo de la Universidad de Cantabria, José Gómez Pellón, que interpreta las medidas adoptadas en verano sin perder de vista «la aportación del 12% al PIB» de este sector en la región: «Somos una sociedad muy terciarizada, el empleo procede de ese sector, y la hostelería y lo relacionado con el turismo cumple una función muy importante. No creo que aquello fuera hacer las cosas mal, pero no nos percatábamos del riesgo que corríamos». Ahora jugamos con la 'ventaja' que da el presente y cabe un ejercicio de reflexión y autocrítica para evaluar dónde estaba la improvisación o la necesidad y dónde los aciertos, y en ese sentido, la economista apunta que teníamos que haber previsto que España es «receptor de muchos turistas, de inmigración», además de ser zona de paso hacia Europa: «Debíamos haber sido más restrictivos a la hora de volver a la normalidad».
Antonio Fernández-Divar, Médico del Hospital Valdecilla
El equilibrio entre cuidar la economía y también la salud debe contar con un elemento añadido; el de la sociedad intentando hacer funambulismo sobre el único cable tendido entre su antigua vida y la actual: «Los responsables sanitarios que toman medidas tienen que buscar una estabilidad entre cerrar la sociedad completamente de nuevo y no hacer nada, que sería no controlar la pandemia, y ese es un equilibrio muy difícil», dice el experto en epidemiología, Javier Llorca. Catedrático de Salud Pública e investigador del Idival, Llorca hace un análisis retrospectivo que va más atrás del mes de marzo para entender la actual situación de la tasa de contagios: «El gran problema en la respuesta a la pandemia en España es algo que no se resuelve en seis meses y es la falta de estructura de salud», dice Llorca, también profesor de Medicina en la Universidad de Cantabria. Es decir, para el seguimiento de contactos con la presencia de rastreadores «se ha contratado a gente para poder hacerlo, pero eso no crea una estructura para recoger datos, ni crea una mecánica de análisis, ni un sistema que reconoce que tengo más casos de los que debería tener, y para eso hace falta algo más que contratar gente, requiere de un tejido de salud pública y en España hemos estado carentes durante décadas de esta estructura». Es entonces cuando pone fecha a una carencia: «Esta necesidad no es de ayer ni de principio de la pandemia, sino de 2011», dice, cuando la necesidad ya estaba identificada y se aprobó la Ley General de Salud Pública con los criterios de funcionamiento del futuro Centro Estatal de Salud Pública, pero nueve años después, no se ha creado».
Las decisiones políticas han sido el marco legal de actuación, pero en ese juego entre lo que se puede y lo que se debe hacer, Cantabria está a la cabeza en tasa de contagios: ¿nos hemos confiado como sociedad, podríamos haber velado mejor por la seguridad de todos o hay un componente de hartazgo? «Hemos valorado poco el cansancio de la gente y es un cansancio comprensible, pero queda mucho partido por jugar y aunque acabe la curva, esto va a seguir», advierte el epidemiólogo. De ahí que lo que ahora toca sea ponderar la responsabilidad individual y el bien colectivo, como si fuera el imperativo categórico de Kant la forma de sociedad que reclama la pandemia: «Cuando Sanidad pone en marcha medidas de forma paulatina, esas medidas las tienen que asumir 600.000 personas en Cantabria, y con que uno las pase por alto, la efectividad de la medida no será tan buena», apunta el profesor Llorca.
Olga de Cos, Geógrafa del l Grupo de Economía y Salud de Idival
¿Toca entonces mirar hacia la ley y preguntarse si las medidas coercitivas pueden reconducir ese comportamiento individual que contradice el bienestar colectivo? Las multas están ahí, ahora por ejemplo, como medida disuasoria ante el confinamiento. Pero la problemática hunde sus raíces en conceptos menos punitivos y que apelan a la ética como solución: «Ninguno está seguro hasta que todos estemos seguros», dice el profesor de Filosofía del Derecho de la Universidad de Cantabria, José Ignacio Solar Cayón. «La pandemia nos ha dado una lección que tenemos que aprender frente a la concepción individualista y atomizada de nuestros derechos y conductas», dice, «porque dependiendo del ejercicio que hagamos de nuestra libertad, eso puede causar la muerte en otras personas».
José Ignacio Solar Cayón, Profesor Filosofía del Derecho de la UC
¿Y en cuanto a la seguridad jurídica, cómo ha influido tantas órdenes dispares recibidas, sobre todo entre comunidades? «Lo mismo que la pandemia ha puesto de relieve las tensiones en las costuras del sistema sanitario, también ha puesto en relieve las costuras del derecho, y aquí los juristas tenemos que hacer autocrítica», confiesa Solar Cayón. Al hecho de emitir normativas distintas sobre la marcha y detrás de los datos lo llaman «una legislación motorizada, desbocada, lo cual genera desconfianza en la población», explica. «Dada la complejidad de nuestro ordenamiento jurídico y el reparto competencial tan complejo, las respuestas autonómicas han sido muy distintas y ha generado aún más desconcierto, con medidas idénticas en distintas autonomías donde unas eran aceptadas y otras no, y ante esto la gente no sabe muy bien qué hacer». La consecuencia ha sido que «a la gente deja de preocuparle lo que digan las autoridades, y eso es un factor que ha incidido en la marcha de la pandemia». Por eso, cuando esto pase, insiste, «será necesario repensar ese ordenamiento, porque en el campo de la sanidad son necesarias herramientas jurídicas que faciliten la coordinación de los 17 sistemas de salud».
Eloy Gómez Pellón, Antropólogo, Universidad de Cantabria
La situación tan dispar entre comunidades también dio lugar a situaciones en las que la ética que el profesor plantea en su clase con casos hipotéticos se hizo realidad: en algunos hospitales, profesionales de la salud tuvieron que elegir a qué paciente le daban un respirador o cuál entraba en la UCI, y muchos murieron al no poder acceder a los cuidados, porque no había para todos: «La pandemia nos obliga a establecer criterios de justicia distributiva desde punto de vista filosófico y jurídico», y en ese sentido habla de «dimensión intergeneracional». «Los jóvenes con los que trato en la universidad tienen una preocupación relativa del peligro por su propia juventud y en general les puede afectar de manera más leve, pero sus acciones puedan tener repercusiones más graves en los mayores», explica.
Cuando Olga de Cos habla del Sitar, el Sistema de Información Territorial de Acción Rápida, que han diseñado en el grupo de Economía de la Salud del Idival para seguir las pautas de transmisión del virus por la región, acto seguido sobreviene su impulso científico: «¿Y si se pudiera usar a tiempo real para que la gente supiera cómo está la situación del covid en su entorno más inmediato?, dice la geógrafa de la Universidad de Cantabria. «En geografía hablamos de comportamiento subjetivo en el espacio al referirnos a esa sensación de seguridad que nos dan los espacios vividos, como mi barrio o mi municipio», explica. Conocer esos datos «permitiría amoldar nuestro comportamiento espacial al tener información sobre la situación de nuestro entorno» ya que es precisamente en esos 'espacios vividos' donde nos sentimos más seguros. Ante la pregunta de si pecamos de exceso de confianza en esas ganas por recuperar la normalidad tras el confinamiento, De Cos señala que el término 'nueva normalidad' no ayudó: «Normalidad no tiene connotación negativa y lo nuevo es lo que más ansiábamos, pero lo que venía era la nueva etapa de convivencia con el virus y esa frase quizá nos hubiera hecho más conscientes a la hora de movernos espacialmente».
¿Existe en realidad esa irresponsabilidad, los jóvenes fueron parte del problema? El antropólogo Gómez Pellón lo denomina 'sensación de inmunidad', y en esto los medios de comunicación entran en el argumentario: «Debemos tomar conciencia de los mensajes enviados de Sanidad a través de los medios», dice, ya que «con mucha frecuencia, la mortandad que se ha producido, y es una de las mayores en tiempos contemporáneos, se ha justificado con una frase que se pone al lado como si así se comprendiera: 'con patologías previas'». Y es un mal mensaje, advierte el antropólogo, «porque una gran parte de la sociedad, sobre todo los jóvenes y los que están sanos, deduce inmunidad, se creen inmunes al estar sanos, y de ahí podemos deducir ese comportamiento no tan plegado a la sociedad», un avanzar en la misma barca sin moverse, como si cada remo fuera en una dirección distinta en la trainera, haciendo ruido y con temor a hundirse.
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