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Al tiempo que la procesión del Domingo de Ramos partía ayer a la una y cuarto del mediodíade la Catedral de Santander, cientos de turistas ... en mangas de camisa se arremolinaban frente al Palacete del embarcadero para subir a la lancha con destino a Pedreña y Somo. Y un poco más al fondo, en La Magdalena, con la playa bien poblada, algunos valientes se atrevían con el primer baño del año.
Las altas temperaturas, espoleadas por el viento sur, se aliaron ayer con las vacaciones de Semana Santa para devolver el brío turístico a la capital cántabra y poner la sonrisa en la cara de los hosteleros. Dos años después de la aparición del covid, el fin de las restricciones –con la excepción de la mascarilla en interiores–, avanzan una semana de casi lleno que no se vivía desde 2019 y que además está dejando instantáneas propias de verano.
«Esto no es normal. Hace mucho calor. ¿No decían que aquí siempre estaba lloviendo?», comenta entre carcajadas el madrileño Alberto Latorre. Llegó a Cantabria este pasado sábado junto a su mujer, Paula San Juan, y su hija, Paula Latorre. «Nos quedaremos hasta el jueves y tenemos intención de ir a Cabárceno, y hacer alguna ruta por la montaña también», explica algo sofocado, porque no esperaba este calor en el norte de España. «Veníamos preparados con el chubasquero, pero parece que no nos va a hacer falta. O al menos por ahora, que dicen que no te puedes fiar», advierte.
Aprovecharon la jornada de ayer para dar un paseo por el centro de la capital, para contemplar los pasos de Semana Santa y para probar la gastronomía de la zona. «Estamos muy tranquilos y es lo que queríamos, porque para aglomeraciones ya tenemos Madrid», señala.
Una filosofía similar a la de sus vecinos en la capital de España Amador Nieto, Nuria García, María Mateo y José Antonio Nieto, que han viajado juntos a Cantabria con sus hijos en busca de descanso físico y mental. Por eso eligieron un alojamiento en lo alto del monte. «Estamos en una casa rural en Liérganes. Cuando abrimos las ventanas por la mañana no vemos más que vacas y cabras. Es maravilloso», cuentan.
Llegaron el pasado miércoles y se quedarán hasta el jueves. Un tiempo en el que pretenden recorrer la región para conocer «lo más importante». El sábado estuvieron en Castro Urdiales y hoy irán a Cabárceno, que es, una y otra vez, la cita ineludible, la estrella de la corona. «Es que allí llevas a los críos y sabes que con los animales va a ser un éxito», afirma Nuria.
Esta es una escapada que tenían prevista para marzo de 2020,«pero pasó lo que pasó. Lo estuvimos postergando y ahora, cuando parece que la situación del virus está más relajada, hemos decidido que teníamos que retomarlo», explica Amador, que disfrutó ayer de las altas temperaturas pero no barajó, «en ningún momento», poner un pie en el agua del mar. «Para eso ya tenemos el Mediterráneo en verano. Aquí, en el norte, el agua está muy fría», añade entre risas.
Quizá quienes se atrevieron ayer a disfrutar de la buena temperatura en los arenales de la capital eran residentes en Santander;pero muchos incluso se atrevieron a probar el agua. También frente a la bahía, en Somo, hacia donde partieron muchos de ellos en las lanchas. Las colas para acceder a las embarcaciones se prolongaron por un paseo marítimo en algunos momentos del día abarrotado de paseantes.
«Es todo muy bonito y hay mucha más gente de la que esperábamos», destacan los italianos Eugenio Olmeda y Carolina Prando. Llegaron el viernes con el tiempo justo para conocer fugazmente la región; aunque a ellos parece interesarles más la gastronomía. «Hemos probado la tortilla de patata y nos ha enamorado. Y el queso picón está maravilloso», sentencia la pareja, originaria de Venecia.
Para la próxima visita dejan el cocido montañés y un recorrido más pormenorizado por la geografía cántabra, «pero yendo con alguien que sepa dónde llevarnos y qué enseñarnos», comentan.
Quienes conocen bien la ciudad son los muchos santanderinos que también se echaron a la calle y que poblaron las terrazas para, pese a lo incómodo del viento, tomar el vermú, el blanco o la cerveza –y las rabas, claro– al aire libre. «Se está muy bien;una pena el viento pero por eso tenemos la temperatura que tenemos. Esto es Santander y ya sabemos lo que entraña el viento sur», reflexiona Alberto Salcines. Casi 28 grados marcó el termómetro en el cercano aeropuerto Seve Ballesteros –lo que fue la temperatura máxima registrada ayer en toda la región– y 26,4 en el centro de la capital.
Lo habían vaticinado los hosteleros la pasada semana:el avance meteorológico de los días previos a las fiestas iba a decantar el grado del éxito de la ocupación, y, al menos por el momento, parece que ese éxito está asegurado. Incluso pese a los fantasmas que continúan sobrevolando sobre la confianza en el gasto. A saber, la guerra en Ucrania y la inflación por las nubes.
«Creo que la gente está deseando tener una vida un poco normal», justifica un grupo de chicas jóvenes que ha aprovechado esta semana para hacer una escapada. «Venimos a visitar a una amiga que está trabajando en Santander, en el Hospital Valdecilla, y ya nos quedamos unos días». Disfrutaron del fin de las restricciones. «Hemos salido por la noche y había ambiente, pero sin agobiar. Hemos podido hasta bailar. Parece como si todo hubiera vuelto al fin a la normalidad», celebran.
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