Dos semanas de restricciones no bastan para doblegar a un virus que mantiene su fuerza
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Los sacrificios no han impedido que Cantabria esté en riesgo extremo, con los contagios disparados y el número de muertes en aumentoSi el coronavirus siguiese una lógica ya debería apreciarse su retroceso en Cantabria después de dos semanas de sacrificios de toda la población, ahora obligada a encerrarse en casa a las diez de la noche y sin poder salir de su municipio ... en todo el día, con los negocios -los que pueden-, funcionando a medio gas y en un ambiente de temor generalizado a que las cosas empeoren (en todos los aspectos), y vuelva a repetirse el horror de los primeros meses de este desgraciado año. Pero no, no atiende a razones: la región se encuentra en riesgo extremo, con los contagios y la incidencia acumulada disparados, mientras las infraestructuras sanitarias se acercan a la saturación. ¿Qué ha pasado en todo este tiempo?
El martes 3 de noviembre sucedieron muchas cosas. Hacía una semana que España volvía al estado de alarma y se había ordenado el toque de queda; en Cantabria, por su situación más desahogada en comparación con otras regiones, se establecía desde la medianoche, para desesperación de los hosteleros, que tenían que despedir a su clientela una hora antes. El perímetro regional permanecía cerrado y Educación había decidido suspender las vacaciones escolares previstas del 2 al 6. El lunes había comparecido el presidente, Miguel Ángel Revilla, en el Parlamento para expresar su esperanza de que no se repetiría un confinamiento como el de marzo, pero advirtiendo que es Sanidad la que manda.
Pues bien, ese mismo día la región entraba en el nivel 3 de alerta, 'riesgo alto' (216 contagios, una incidencia acumulada de 400 por 100.000, un 10% de sus camas de hospital dedicadas al covid y un 15% de sus puestos de UCI atendiendo a estos pacientes). Por la mañana, el Tribunal Superior de Justicia de Cantabria anulaba la suspensión de las vacaciones escolares porque el Gobierno no había aportado una «justificación suficiente».
El Ejecutivo reaccionó a esta decisión judicial la jornada siguiente, día 4: cerró todos los municipios para, según su criterio, evitar el exceso de movilidad derivado de que los chavales no tuviesen clase, y adelantó que los locales de hostelería solo podrían servir en las terrazas. Los hosteleros recurrieron ese «cierre encubierto» que finalmente se aplicaría a partir del sábado. «Si fuéramos el problema, los hospitales estarían llenos de camareros», se lamentaba el presidente del gremio, Ángel Cuevas. Para entonces, la incidencia acumulada no dejaba de crecer (450 por 100.000), y la presión del virus en las UCI alcanzaba el 20%. El día 5 se batía el récord absoluto de contagios diagnosticados: 308.
La amenaza del desastre volvió a rondar los centros de mayores: en solo un mes los casos se multiplicaron por diez. El día 9, lunes, se superaba el centenar, cuando a comienzo de octubre no se había llegado a la decena.
Justamente el lunes, Cantabria entró en alerta máxima: una incidencia acumulada de 471 por 100.000, un 12,1% de ocupación hospitalaria por enfermos de covid, que creció hasta 27,6% en la UCI, y una positividad de 13,9%. El toque de queda y las restricciones que se habían aplicado a la hostelería quince días antes no tuvieron efecto (aunque nunca se sabrá qué habría pasado de no haberse adoptado). En los asilos, el número de contagios, entre usuarios y trabajadores, se elevó a 166. El miedo al colapso de la atención sanitaria se hizo palpable: el coronavirus empezaba a comprometer las cirugías en los hospitales. Esa misma inquietud se palpaba en la calle: en Santander, se colocaron carteles en el interior de los autobuses municipales recomendando a los usuarios que guardasen silencio durante los trayectos para no expulsar aerosoles al hablar.
El covid 19 mantuvo su avance imparable a pesar de todo. El martes, la incidencia acumulada ya estaba en 487 por 100.000, y la ocupación de las UCI por los enfermos de la pandemia era del 32,4%.
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José María Gutiérrez
Los hosteleros se manifestaron en Santander y Torrelavega con caravanas de vehículos el día 11 de noviembre, miércoles. Siempre han considerado que son los paganos de la crisis sanitaria simplemente por lo fácil y cómodo que le resulta al Gobierno actuar sobre su actividad. Sanidad respondió con contundencia aportando datos y argumentos: desde el 1 de septiembre se han contabilizado 844 bajas por coronavirus entre camareros, ayudantes de cocina y cocineros; aseguró que, tras las inspecciones, se estimaba que solo un 20% de los establecimientos cumplía la normativa sanitaria. Y lanzó una advertencia: todo podía ir a peor y la opción del cierre total siempre estaba sobre la mesa.
El jueves 12 fue una de las jornadas más trágicas, al registrar cinco fallecimientos debidos a la enfermedad, una cifra que no se repetía desde el mes de abril. En realidad, las muertes no habían cesado: la media de este noviembre es de dos víctimas más por día; hasta el lunes sumaban 33.
Las autoridades sanitarias seguían comprobando que la nueva arremetida del virus no aflojaba. No eran solo las muertes. El ritmo de los contagios tampoco disminuía y sobrepasaban los dos centenares diarios. Para tratar de poner remedio, el Gobierno órdenó adelantar la hora del toque de queda a las 22.00 horas, algo que empujó definitivamente al cierre a la mayor parte de los restaurantes que permanecían abiertos: sin turno de cenas (han de cerrar a las 21.30 horas) era difícil que salieran las cuentas.
Este pasado domingo, El Diario Montañés publicaba un reportaje sobre cómo Valdecilla había adecuado sus espacios para dar más cabida a enfermos de covid, en previsión de una mayor demanda de camas. Antes, ya se había trasladado a otros pacientes a Liencres, y se advertía a Sierrallana de que si sigue aumentando la presión en la UCI de Valdecilla tendrá que asumir a sus pacientes críticos.
A pesar de todo este esfuerzo, el lunes la incidencia acumulada llegaba a 526 por 100.000. Este martes, el Gobierno decidió prorrogar el confinamiento de Cantabria y sus municipios otros catorce días. Todos los expertos coinciden en que en algún momento tendrá que mejorar la situación. La pregunta es cuándo.
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