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Periodista y escritor, Luis del Val (Zaragoza, 1944) tiene a sus espaldas una larga y fecunda carrera en los medios de comunicación. Figura indispensable de la radio, actualmente publica una columna de opinión en varios diarios españoles. Hoy estará en Santander, en el Aula de ... Cultura de El Diario Montañés, en su sede del Ateneo, para presentar 'Mi querida España', un libro donde muestra las dos caras del país, «la maravillosa y la casposa, la heroica y la corrupta». Un paseo por un país contradictorio que, a él, le ha enamorado (19.30 horas).
-¿Cómo llegó al mundo del periodismo?
-Fue por pragmatismo, porque me gustaba escribir y la única actividad que conocía en la que te pagaban por hacerlo era el periodismo. Yo quería escribir y ser Premio Nobel de Literatura.
-¿Y cómo está hoy el periodismo? ¿Devaluado o en alza?
-Estamos en una transición del mundo analógico al digital. La prensa escrita todavía sirve de referencia a la galaxia Marconi y a las tertulias en televisión, que se fijan en los titulares de la prensa en papel. Otro dato importante es que en EE UU, el 85% de los libros no se venden en Amazon o digital, sino con tapa dura y papel, igual que en la era Gutenberg. La transición al mundo digital será muy larga.
-Viene a Santander al Aula de Cultura de El Diario Montañés. ¿En España se cuida la cultura?
-En absoluto. En primer lugar porque se ha convertido en una cultura de amplio espectro. Hoy son cultura los carnavales, el festival infantil del barrio... Para mí es fundamental la cultura basada en las ciencias y las letras, las bellas artes y la científica. El resto es otra cosa. Yo creo que la clase política no siente respeto por la cultura porque no suele ir al teatro, al cine, a los museos o conciertos. Vive en una jaula, no de oro, sino de hierro fundido y estaño donde apenas se relaciona con la cultura.
-Y viene a Santander con su último libro 'Mi querida España', un recorrido por la personalidad de los españoles. ¿Cómo somos?
-Contradictorios y paradójicos, como casi todos los seres humanos. Este es un país muy contradictorio, raro y extravagante, castizo y muy autodestructivo. Es una de las cosas apasionantes de España, su capacidad de autodestrucción.
-¿Por qué puso el título 'Mi querida España?
-Porque a pesar de sus defectos -contradictoria, egoísta, miserable y, a veces, casposa-, también es generosa. Es el país con más donantes de órganos, que primero acude a cualquier tipo de catástrofe... Es solidario aunque necesita que alguien haga el terrible sacrificio de morirse para hablar bien de él. Ponemos a la gente por las nubes cuando se muere, pero mientras están vivos nos cuesta mucho alabarlos.
-Habla de la relación de los españoles con la bandera.
-Es estrambótica y neurótica. España es el único país donde produce rubor exhibir la bandera. Una francesa lleva un bikini con los colores de su bandera y no pasa nada, aquí llevas unos gemelos con los colores de la bandera de España, rojo y amarillo, y hay siempre un tonto contemporáneo, profundamente gilipollas, que te llama facha. Es verdaderamente divertido. La gente se cree que la inventó Franco y viene del siglo XIX, de la Marina. La bandera tiene una larga historia. Franco sólo le puso el Águila de San Juan, al que los castizos llamaban el pollo. Le quitamos el pollo y le pusimos el escudo Borbón y se acabó.
-¿Y de política qué cuenta?
-Hablo mucho de la política nacionalista, esa tendencia demagógica a alentar lo más mediocre que hay en el ser humano y hacerle irresponsable de sus propias decisiones. Hacen creer a la gente que la felicidad no depende de sus decisiones y que no tienen ninguna responsabilidad en su destino, que todo depende de vivir en un país nacionalista o no. Esa tontería tiene mucho éxito porque hay mucho irresponsable que piensa que si transfiere sus fracasos amorosos, profesionales, afectivos y sociales a una situación política se encuentra libre de toda responsabilidad y está plenamente satisfecho.
-Tenemos cosas buenas y malas. ¿Cuáles destaca entre las buenas y cuáles entre las malas?
-Entre las mejores está el sentido profundo de la familia, que nos ha permitido transitar y navegar por una de las peores crisis de Europa. España e Italia son ejemplares en este sentido. También la solidaridad y la generosidad ante el mal ajeno y las catástrofes. Entre las peores está la envidia, la tremenda incapacidad para alabar al compañero si está vivo. Enrique Javier Poncela decía que en España los muertos, por muy mal que lo hayan hecho, siempre los sacamos a hombros.
-¿Qué aprendió de escribir?
-Que no sé absolutamente nada y sigo escribiendo novelas para intentar saber quiénes somos. Y sigo trabajando en periodismo porque me produce una gran curiosidad saber qué va a pasar mañana respecto a las consecuencias de la grandes tonterías que cometemos hoy.
-¿Usted cree que esa preocupación suya la comparte mucha gente?
-Creo que el mundo está cambiando. Internet ha sido un gran descubrimiento, mucho mayor que el de la imprenta. Y otro hallazgo revolucionario, que ni la izquierda ni la derecha quieren abordar, es la robótica que cambiará sustancial y profundamente la sociedad. Ningún partido y pocos filósofos están ahondando en saber qué puede suceder después de la robótica.
-Usted está enamorado de España, eso dice... ¿Qué le ha enamorado?
-Me ha maravillado y repelido la gente, que es maravillosa y repelente, casposa y extraordinaria; me ha enamorado su capacidad de heroísmo y me produce rechazo su tremenda capacidad de corrupción. Me gusta esta España contradictoria y me encanta la variedad de paisajes y gentes.
-¿Hay humor en España?
-Sí, claro. Decía uno de mis maestros, Santiago Lorén, médico, ginecólogo y Premio Planeta en Literatura, porque los médicos siempre han escrito muy bien, que el humor es el que mitiga nuestras muchas frustraciones, al fin y al cabo es una de las maneras de hacer una verónica ante la desagradable realidad.
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