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Lo bueno de leer libros infantiles antes de dormir es que uno se va reído a la cama. Los hay más o menos graciosos, verosímiles, está el pirata garrapata y su retórica de barco de vapor, y luego están esos que tiran de humor para ... hablar de algo tan abstracto y complejo como la conciliación familiar. La idoneidad de abordar este tema con los niños recae en los padres, pero a veces dudo de si es necesario involucrar a los pequeños en las decisiones del día a día o es mejor protegerles de ese papel que les conferimos; el de protagonistas –que no responsables– de un problema por ahora irresoluble. A veces el humor es la mejor bebida para pasar ciertos tragos, y con el libro 'Mamá al galope' se puede hablar de conciliar mientras uno se ríe de lo paradójico que es todo. Lo acaba de editar Flamboyant y lo firma Jimena Tello, y aunque tras el título se advierte un argumento evidente, lo que pasa dentro no lo es tanto. Lo mismo serviría un papá para protagonizar la historia, pero Tello ha elegido a una madre soltera que va tan aprisa por la ciudad, tan corriendo, que cuando llega a casa es un deshecho de persona. Nada nuevo bajo el sol. Tiene que ser más rápida para cumplir con todo; extraescolares, trabajo, médicos, colegio, llamadas de teléfono, entrevistas, vuelta a la oficina, la compra. Ojalá me diera tiempo a hacerlo todo, se dice antes de dormir. Nada nuevo bajo el sol. Hasta que amanece. Y descubre que su deseo se ha hecho realidad: la madre se ha convertido en un caballo, un caballo que lleva su pijama, que habla con su voz; su pelo de madre son ahora crines; sus dientes son columnas blancas, es una madre-yegua con cascos y cola, rápida, veloz, imbatible al galope. Ahora es tan feliz que la carcajada es inevitable al ver las ilustraciones que la colocan a cuatro patas en las tareas cotidianas, relinchando. Sin embargo, algo ha cambiado en la cara de sus hijos cuando la ven galopar por las escaleras mecánicas o hacer la compra piafando entre verduras y conservas.
Me pregunto si así nos miran los críos cuando nos escuchan bufar por las mañanas. Tengo la impresión de que alguien lleva las riendas cuando nos ve a todos correr para llegar al colegio, cuando damos coces por el calendario escolar y los niños se convierten en protagonistas de un problema que no sólo habla de conciliar: el dilema no es qué hacer con ellos cuando toca descansar, sino que galopar se haya vuelto indispensable. ¿De quién son entonces las espuelas?
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