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Dicen que la vida te puede cambiar en un segundo. «Sonará algo muy tópico, pero es así». Igual que hay fechas que se marcan tanto que nunca se olvidan. La de Carlos Díez es el 6 de marzo de 2012, tenía cuarenta años y un ... hijo de dos y medio. Por aquel entonces trabajaba en Santander, aunque aquel martes pasó la jornada laboral en Pamplona. Al día siguiente le tocaba ir a Tudela. Cogió el coche para acercar a un compañero al aeropuerto de Bilbao y, una vez allí, pensó que «ya estaba más cerca de casa y que podría llegar a tiempo de bañar a su hijo» así que tomó rumbo en dirección a Entrambasaguas.
De camino a casa, en la A-8, concretamente en la salida a la autovía desde Colindres «había dos coches dañados por un accidente previo», comenta Carlos Díez. No lo dudó y paró el coche en el arcén para auxiliar a los heridos. «Vi que en uno de los vehículos había alguien atrapado, así que me bajé a ayudarle. Me puse el chaleco y cumplí con todas las precauciones». Ese fue el segundo que lo cambió todo, un coche que pasaba en ese momento no reaccionó y le atropelló. «De lo primero que me doy cuenta es de que me están atropellando y, cuando el coche para, de que tengo las piernas fracturadas», narra Díez. Pero también de «de que estoy vivo».
No llegó a perder el conocimiento y por eso «tengo muy vivo todo lo que pasó». También qué pensamiento le dio fuerza, su hijo de dos años. «Pensé en él y en que me arreglarían las fracturas y podría seguir cuidándole». Lo que no se le pasó por la cabeza fue la amputación de la pierna derecha por encima de la rodilla, de la que fue consciente tras la anestesia. «No se pudo hacer nada y la izquierda también quedó tocada», ahora lleva una prótesis.
Aquel día de marzo, sobre las 20.00 horas de la tarde, Carlos Díez perdió «algo más que una pierna» en la carretera. Cuando se piensa en alguien que ha sufrido un siniestro vial inevitablemente «parece que solo somos víctimas por los daños físicos, pero hay más, otras consecuencias». El trabajo, la familia, todo queda afectado. En su caso fueron 11 operaciones, tres años de rehabilitación, a la que este agosto ha tenido que volver después de varios años sin ir, un divorcio, problemas con la custodia de su hijo y, además, perder el trabajo.
«Cambia todo, te pone patas arriba la vida en un segundo». En casa necesitó cambiar las puertas porque la mayoría de las viviendas no están adaptadas para sillas de ruedas, algo que «uso algunos días cuando no me puedo poner la prótesis», explica. También y, sobre todo, la imagen que se tiene de uno mismo porque «cambia completamente tu percepción», cuenta. Aprender a aceptarse otra vez y a convivir con el nuevo físico cuando «te falta una pierna y la otra no es estética», son aspectos difíciles que también inciden en la manera de relacionarse con los demás. «Si estás acostumbrado a hacer deporte con tus amigos, ahora tienes que borrarte de esas actividades».
La persona que mejor ha llevado siempre la situación «es mi hijo, que es extraordinario, para él soy el mismo padre ahora que antes, nada ha cambiado». Carlos Díez intenta hacer vida normal y no le gusta hablar de limitaciones, pero reconoce que son «condicionantes» que obligan a replantearse la vida y con los que, inevitablemente, hay que aprender a vivir «porque te acompañan cada día».
Tras el accidente y con la nueva realidad presente, Carlos recibió acompañamiento del presidente de la Asociación Nacional de Amputados. Allí «me asesoraron y decidí asociarme. Fue entonces cuando empezaron a conocerme, en varias ocasiones me pidieron dar mi testimonio». Y en octubre de 2018 le nombraron presidente de la organización de la que ahora forma parte de la junta directiva.
Para él es importante que «no se olviden de nosotros, que seamos algo más que un número». Aunque relatar lo sucedido no siempre es fácil, él lo hace a menudo en jornadas, cursos y ponencias porque «cuando cuentas historias personales se hace más visible y generas más empatía» que con algunas campañas a pesar de su impacto. Charlas en las que Carlos lanza un mensaje: «Todos estamos en la carretera, en cada rueda, hay que ser prudentes para poder convivir también en la carretera. La mayor parte de los accidentes son evitables».
«En esta fecha rendimos homenaje a todas las personas fallecidas y heridas en los siniestros viales». El 17 de noviembre es el día Mundial en Recuerdo de las Víctimas de los Accidentes de Tráfico y con motivo de este día, representantes de la Asociación de Víctimas de Accidentes de Tráfico y del colectivo Stop Accidentes, se reunieron frente a la delegación del Gobierno en Cantabria. Maribel Fernández, delegada de Stop Accidentes en la región, fue la encargada de leer el manifiesto en el que puso el énfasis la importancia de que «la persona que provoca un accidente pague y que se cumplan las penas». En cifras, en la región tan solo durante el año pasado, un total de 23 nombres se sumaron a la lista de víctimas y 64 a la de heridos graves. Por eso la portavoz señaló la importancia de concienciar a la sociedad porque «es un problema de la sociedad en general y todos somos responsables». Si bien es cierto que «se han reducido las víctimas, todavía queda mucho por hacer». Y, si no se aplican medidas firmes tendentes a evitarlos, «se prevé que para 2030 los siniestros de tráfico serán la séptima causa de defunción».
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