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Javier Soto coge dos sillas y las coloca una a cada lado de la mesa. El desnivel del Río de la Pila no se nota, y se quedan quietas, al resguardo de la lluvia bajo una carpa blanca de la que cuelgan bombillas encendidas. De ... su bar Mala Vida sale una canción a todo volumen de Fito y Fitipaldis, y cuando se acaba, se hace un silencio y sólo se escucha el ruido que hace la lluvia sobre esos toldos de la terraza que durante los fines de semana les permiten instalar en plena calle. Son las 13.30 y sólo una de las mesas que tienen preparadas está ocupada por dos chicas. «Es pronto, pero la gente vendrá», insiste Javier Soto: «No han dejado de hacerlo».
Ayer domingo el día era más difícil si cabe para la hostelería. Las consabidas restricciones, el repunte de contagios de esta tercera ola y, sobre todo, la lluvia, amenazaban con dificultar la tarea de este colectivo que no quiere cerrar y que, mientras espera a que lleguen «las ayudas prometidas», hace algo de caja con las dos mesas asignadas para cada local. «Tenemos ganas de trabajar porque queremos sobrevivir», dice Víctor García, del Covers. Su pub languidece junto al resto de locales del Río de la Pila que, unidos bajo una asociación, aguantan el chaparrón o la llovizna de ayer con las medidas estipuladas: «Si hubiera más mesas, estoy seguro de que las llenábamos, pero no nos permiten poner más», dice Soto. Enfrente, su vecino de bar es el 1769, y Mariano Casati está con su mujer, de pie, esperando a que empiece a llegar la gente: «Muchos de los que vienen son amigos, afines del barrio, unas chicas me lo dijeron ayer, que venían para apoyar», relata. «La solución no es cerrar, tenemos que mantener la clientela porque si estuviéramos cerrados se perdería la calle, se perdería ese espacio de convivencia, aunque no nos salga a cuenta».
«Salimos todos los días a pasear y es una pena lo que está pasando, así que si vemos que hay una mesa disponible y suficiente espacio de seguridad, nos sentamos. Encima que se arriesgan a abrir, qué menos que consumir algo», dice el matrimonio Gómez Solana. Victoria y Pedro ayer ocupaban una de las mesas que el Mesón Goya puede disponer en la calle Daoiz y Velarde, cortada ayer al tráfico para ganar espacio a la terraza, como en el Río de la Pila. Ni la lluvia o el frío les quitó la ganas de brindar: «Es de agradecer que hagan este esfuerzo y tenemos que apoyar». En Peña Herbosa, ayer en toda la calle sumaban algo más de medio centenar de clientes repartidos por el espacio estipulado para cada local. Con el Solórzano, el Fuente Dé o La Pirula cerrados, sus vecinos de calle lo hacían al máximo de capacidad, aunque fuera solo para seis personas, el máximo permitido por la restricción. Y la pregunta es, ¿sale a cuenta? Daniel, trabajador del restaurante Bruma, sube los hombros y se resigna a confiar en que, al menos abiertos, «damos movimiento al género, aunque sólo tengamos dos mesas para atender».
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