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Itziar Sordo recorre cada día los 22 kilómetros que separan Quintanilla de Lamasón de la Cueva del Soplao, en Celis, donde trabaja. «Voy y vengo cada día y no es tanta distancia. Lo tiene peor mi marido, que se dedica a la construcción y ... de cuando en cuando sí que le toca hacer un buen viaje», confiesa. Toda la familia, con sus dos hijos pequeños, vive en Quintanilla de Lamasón, algo 'heroico' si se tiene en cuenta que este municipio está catalogado desde hace tiempo como uno de los más envejecidos de la región.
«Yo he nacido aquí, me salieron los dientes en este pueblo y soy feliz aquí. Cuando me comunicaron que mis padres habían enfermado, mi marido y yo decidimos trasladarnos a vivir al pueblo. Nos hemos hecho una casa junto a la de mis padres y aquí estamos», explica Sordo.
Población Quintanilla tiene 60 habitantes. Pertenece al municipio de Lamasón, que tiene 287.
Economía Hay ganadería, y fuera de eso, nadie allí trabaja en el mismo pueblo. El resto son jubilados.
La única complicación, dice, todo lo que rodea a las actividades extraescolares de los pequeños. «Ahora el mayor quiere ir al conservatorio a Torrelavega y no sé cómo lo voy a poder hacer. Necesitaríamos un transporte público que ayudara en estas cosas; pero por lo demás, estamos encantados». Ella y su familia constituyen un ejemplo claro de que las familias jóvenes también pueden emprender su vida en una localidad apartada, rodeada de montes y prados. Aunque no todo el mundo opina igual.
Cecilio Serdio | Vecino
Itziar Sordo | Vecina
En su jardín, Begoña Fernández riega algunas de sus plantas con cuidado de mojar sólo la tierra, porque a esas horas, alrededor de las cinco de la tarde, el sol aún calienta con fuerza. «Mis hijos huyeron hace tiempo; aunque vienen los fines de semana», aclara. «Para ellos, esto está vacío. Aquí no tienen nada, no pueden trabajar». Cuando ella era joven, las cosas eran diferentes. «He trabajado mucho a lo largo de mi vida. En el campo, con las vacas... Pero ahora eso no se lleva. La gente no quiere dedicarse al campo. Es muy sacrificado». Dice que hay muchas más posibilidades para la ciudad, «pero lo que tengo claro es que la ciudad no es para mí».
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A otros vecinos la pandemia los ha hecho regresar a su casa de siempre. Le ha sucedido a Cecilio Serdio. «Tengo 87 años y nací en Sobrelapeña. He vivido muchos años en Quintanilla aunque llevaba un tiempo en Santander; pero cuando empezó todo esto del covid, me vine para acá y estoy muy bien», cuenta Serdio, mientras prepara un compuesto para sulfatar los tomates de su huerta. «Se echan en falta cosas; pero al contrario que en la ciudad, también tienes muchas cosas buenas», afirma. Pero ninguna parece atraer a nuevos vecinos. «Pasa mucha gente en moto, y los andarines, que suben al monte, y los ciclistas; pero nadie se queda a vivir», subraya.
El mayor handicap para eso es la falta de trabajo, como ocurre en todos los demás núcleos que corren el riesgo de despoblarse. «No hay trabajo y eso es algo sobre lo que poco podemos hacer los alcaldes», explica Marcos Agüeros, regidor de Lamasón. «Yo, por ejemplo, trabajo en la cuadrilla de montes del Gobierno de Cantabria; pero somos 12 personas, no más. Aquí, si no eres ganadero, es muy difícil encontrar trabajo», comenta.
Tampoco es una localidad accesible para los que buscan una labor fuera del pueblo. Para llegar a Cabezón de la Sal hacen falta casi treinta minutos en coche. «Es un problema muy complicado de resolver. Si no has nacido aquí, es difícil que este sitio te tire. Ahora... si eres de aquí, no lo cambias por la ciudad», sentencia.
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