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La república de Alemania, país que algunos tienen por bien organizado desde hace setenta años, cuenta con cerca de 83 millones de habitantes que, además de ser pastoreados por el Gobierno federal ('Bundesregierung') para los asuntos nacionales, se distribuyen en 16 regiones autónomas (' ... Bundesländer') y en unos 12.000 municipios. Esto supone que, en promedio, cada territorio autónomo tiene algo más de 5 millones de alemanes y cada municipio se acerca a los 7.000. Naturalmente, esta aritmética debe matizarse con las diferencias entre casos a lo largo y ancho del mapa.
Desde la unificación, se cuenta un 'Land' con más de 15 millones de personas (Renania del Norte-Westfalia); dos con entre 10 y 15 millones (Baviera y Baden-Wurtemberg); otros dos en la horquilla de 5 a 10 millones (Baja Sajonia y Hesse); tres entre 3-5 millones (Sajonia, Renania-Palatinado, Berlín); y el resto, excepto Bremen, superan el millón (Schleswig-Holstein, Sajonia-Anhalt, Turingia, Hamburgo, Mecklemburgo-Pomerania Occidental, Brandeburgo, Sarre). Por lo que se refiere a los municipios, hay mucha diversidad según el carácter más urbano o más rural de los territorios, pero hay que notar que muchas municipalidades están agrupadas en 'círculos' ('Kreise') que funcionan como administraciones intermedias entre la región autónoma y el ayuntamiento. Se parecerían a nuestras provincias. Cuatro regiones tienen incluso otra subdivisión, superior al 'círculo', que es el 'Regierungsbezirk' o distrito gubernativo.
En el reino de España, con algo menos de 47 millones de personas, disponemos de 19 territorios autónomos y algo más de 8.100 municipios. Por tanto, nuestra media de habitantes por autonomía es inferior a 2,5 millones, y nuestra media de población municipal no llega a 6.000 vecinos. En Cantabria, la media de habitantes por municipio es de unos 5.700, inferior por tanto en unas mil personas a la alemana.
Tres regiones (Andalucía, Cataluña, Madrid) poseen entre 5 y 10 millones de habitantes; Valencia tiene casi 5. Por encima de la media o próximas, solo están Galicia y Castilla y León. El resto, desde el País Vasco hasta Ceuta y Melilla, se sitúan por debajo. Es decir, si en Alemania el 69% de los territorios autónomos se ubican por debajo de la media, en España suponen el 74%. El contraste es algo mayor: dos tercios se convierten en tres cuartos, grosso modo. ¿Cómo nos quedaría, vistas las grandes cifras, el 'traje' que nos hiciera un sastre alemán de acuerdo con lo que allí estilan? En primer lugar, habría que elevar la media de población autonómica española hasta los 5 millones, por lo que solo habría la mitad de regiones; en segundo, habría que reducir en 1.200 los ayuntamientos. En Cantabria, corresponderían 85 ayuntamientos, 17 menos que los actuales. Así, la tensión entre economías de escala administrativas e instituciones políticas de raíz histórica, que en Alemania también existe y se trata de superar con administraciones intermedias como los 'Kreise' y los 'Regierungsbezirke', además de otras agrupaciones funcionales como las mancomunidades ('Gemeindeverbände'), se encuentra en España aún más agudizada.
En efecto, si ya sería complicado para las sensibilidades locales fusionar municipios (algo que en los países anglosajones se efectúa con sentido práctico), en el caso de las comunidades autónomas se antoja imposible, pues, como decía ya Salvador de Madariaga hace ochenta años, la verdadera base de la vida de España es regional (si lo será menos con la europeización, la globalización y las infraestructuras de comunicación, ya se irá viendo) y ciertas divisiones no se pueden pasar por alto. En los momentos constituyentes, Cantabria o Rioja triunfaron como autonomías allí donde otras provincias, como León o Segovia, quedaron absorbidas. Pero ahora el mapa es intocable, si la política debe seguir siendo arte posibilista. No se puede ni fusionar Rioja ni crear Segovia.
¿Cómo alcanzar, entonces, cuando menos, las sinergias alemanas superando nuestras 'disergias' españolas? La fusión de municipios viene incluso recomendada por el tremendo proceso de despoblación rural. Los esfuerzos de algunos ayuntamientos pequeños por sacar pecho del potencial local son comprensibles, pero la realidad es tenaz: sin más escala, los costes serán inasumibles para los vecinos, y también para quienes deban tapar, desde las ciudades, el agujero (pues también las ciudades tienen sus propios y crecientes 'agujeros', como la necesidad de transporte sostenible, la pobreza energética o la otra).
Este movimiento, hacia los 85 municipios cántabros, debería ir acompañado por la creación de distritos supramunicipales con competencias importantes. Posiblemente nosotros las llamaríamos 'comarcas' o 'condados', pero importa menos el nombre que la función. Dado que las nuevas tecnologías facilitan hoy las gestiones a distancia entre administración y administrado, los entes locales deben concentrarse en la producción de equipamientos y servicios que atiendan a la gente lo mejor posible. Ya existen embrionariamente agrupaciones municipales para servicios sociales, promoción del empleo y otros menesteres, pero se trata de generalizar, ordenar e incentivar esta racionalización, evitando que ello suponga más burocracia aún.
Por lo que atañe a las autonomías, la solución es más difícil, porque la distancia que se ha de salvar para alcanzar escalas óptimas es mayor. No obstante, podrían federarse algunas funciones, entre las regiones que así lo quisieran y siempre que las Cortes lo autorizasen. Hay evidentes ventajas en la coordinación de políticas sanitarias, universitarias y de I+D+i, o incluso turísticas y de infraestructuras. Cualquier intento por las pequeñas o con menos recursos de competir con las demás mientras al mismo tiempo se reciben de ellas fondos de solidaridad no es moralmente sostenible en el tiempo, como hemos visto en Cataluña, y empieza a asomar en Baleares y Valencia. (Ese es, en el fondo, el temor vasco que fundamenta su cerrada defensa de la protección foral. Pues, si Vasconia fuera región común, sentiría un agravio parejo al catalán; a la inversa, ciertos catalanes añoran su escudo foral, perdido por errores propios en tiempos de Maricastaña y ya impracticable, frustración que conduce a la ilusión de la independencia). Nuestra aproximación al 'traje alemán' sería la federación voluntaria de funciones sin alterar el mapa autonómico. Para entidades vitales de Cantabria como Valdecilla, Universidad y Puerto, cuyo futuro necesitamos asegurar, sería un paso interesante, ya que muchos de sus problemas estratégicos son y serán precisamente de escala.
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