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Gustavo, tras la barra de La Olma, dice que prefiere lo de estos días. Que, con la pandemia golpeando duro, para él fue traumático el invierno con la calle desierta y un café entre las manos a diez bajo cero. En Polientes no son de ... medias tintas. La mínima en invierno y la máxima en verano. Es más, todo eso en el mismo día. Este miércoles, a las siete y media de la mañana estaban a diez grados (10,3º exactamente, la temperatura más baja registrada en Cantabria). Ocho horas y media después, se cocían a 38,2 (sí, la más alta en la región). «Yo soy el raro, porque aquí, los autóctonos, prefieren el frío». El hostelero habla de sus vecinos de Valderredible. Cuentan que lo de los calores es de toda la vida. «Pero es verdad que este año el cuarenta de mayo -ya saben, el refrán- vino hace mucho», dice María, la guía de la colegiata de San Martín de Elines. Hace días que se achicharran.
«Si vais a venir para hablar del calor, a partir de las doce». Consejo desde Valderredible al equipo de El Diario Montañés. Tiene sentido. El cambio es tal desde el amanecer hasta la hora de la comida (una subida de 28 grados en pocas horas), que hay que dar un rato para que el 'horno' coja temperatura. «Por la mañana pronto la gente aprovecha para ir en bici, hacer los recados o lo que sea». Pero «el fresquito» no dura mucho. De camino, en la gasolinera de Repsol en Reinosa, el termómetro del coche -que sirve para hacerse una idea sin tomarlo al pie de la letra- ya marca 31 grados a las once y media.
De allí, a Bustillo del Monte. Desvío y carretera de montaña. En los pueblos más altos es donde más pega (otro consejo de la gente del lugar). Bustillo es uno de los lugares que definen lo que es la vida en Valderredible. Poca gente en invierno y en verano, regreso de los que se marcharon, los que tienen casa... No es que esté lleno. Para nada. Pero una cuadrilla de seis o siete niños hace que las piedras parezcan más jóvenes. Y allí todos conocen a Ignacio Merino, una enciclopedia de historias. «¿Saben por dónde anda Ignacio?». El vecino responde sin dudar. «Ahí abajo, le acabo de ver». Y allí está. «Toda la vida ha habido calor, pero ya no se diferencian tanto los inviernos de los veranos. Es verdad que hace tres semanas ya vino una ola fuerte». Y ahora otra vez. Habla de la «abriguna», que cuando venía el viento sur «era horrible, de chamuscarte». O de las épocas en las que «se trillaba el trigo» con carro a plena calorina. «Nos comían los tábanos y teníamos el botijo en un hueco debajo del tresnal (según la RAE, para los de ciudad, «conjunto de haces de mies apilados en forma de pirámide para que despidan el agua antes de llevarlos a la era»). Historias de calor.
Mientras lo cuenta, sus nietos, Enar y Niko, se bañan en una piscina hinchable a la puerta de casa. Postal de verano. «Si hubiera más agua, mejor», dicen los chavales. Dos dedos. El abuelo explica que no andan sobrados de agua y no se puede abusar. Eso y que el que «está encantado con el pueblo es el de los helados». «Ahora en verano sube tres veces por semana». Puro Valderredible.
De camino a El Chigri -el bar del pueblo donde antes hubo colegio mayor y escuela-, se cruza con Miguel, que está trabajando con las abejas con un buzo que da sudores verlo. «¿Y qué hacemos? En bermudas no puedo ir», bromea el apicultor. En la terraza del local, en unos soportales con una sombra apetecible, está la cuadrilla municipal que ha estado desbrozando por La Ruta de los Robles. Este miércoles les tocó allí, pero estos días han estado por todo el municipio, «y como es pequeño...». Andan morenos de cuello para arriba. «Negros estamos». «A las ocho de la mañana cuando empezamos, bien. Pero luego... Criminal. De dos a cuatro es cuando más pega. Así que la gente se mete en casa a comer y ya no sale hasta la noche». Y es verdad. Los pueblos, a las horas más duras, ofrecen la típica estampa castellana.
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Al descanso de la cuadrilla se suma, desde el tractor, Antonio, que deja bajarse a Luna para que corra. «Yo esto lo llevo mal, prefiero que nieve. No es normal. Y decían que llegábamos a cuarenta». Cuenta que intenta buscar las horas en las que pega menos para bajar 'al prau'. Pero la hierba y las yeguas no tienen horario de oficina. «Voy a dejar el tractor y me vengo a tomar una caña al bar», anuncia.
De allí a Polientes. A los lados de la carretera resulta entretenido ver a las vacas buscando sombras. Hasta moviendo el rabo para matar moscas y, tal vez, darse un poco de aire. El termómetro de la farmacia del pueblo ya marca los 33. Pega. Que se lo digan a Fernando (de Colombia), a Constantín y a Florin (que son de Rumanía). Están haciendo una acera y un murete. Piedras, cubo con la mezcla, paletilla... La acera del infierno. «Y en adelante es cuando más va a pegar». Tienen una botella de agua a la sombra: «Se calienta en nada».
Si pudieran se irían de cabeza a La Presa. Es la zona del río donde la gente va a bañarse. Baños de agua o de frescor. Frente al bar del mismo nombre. Sobre todo, los fines de semana -entre semana, poco-. Es área de excursión, aquí no hay playa. De familias, de chavales, de vacaciones en el pueblo que se recuerdan de por vida. «Esto no es calor. Esto es fresquito comparado con lo de allí», dicen María del Rosario y Arturo, matrimonio de cántabros que vive en Madrid y que anda de paseo. Pasada la una de la tarde, con ganas de chapuzón sólo quedan los sobrinos de Marta. Una cuadrilla: Valentina, Cristina, Alba, Juan, Daniel y Javier. «Algunos son de Sevilla y otros de aquí. Vengo con mi madre (que es bisabuela de alguno) y todos los años les llevo a algún sitio de Cantabria para que conozcan».
Se alojan en el Camping Cantabria, un remanso de paz y una piscina que es punto de encuentro para todo el que conoce la zona. Los sobrinos de Marta se van del agua del río a la de allí. «Por la mañana, al Ebro. Luego, aquí. Todo el día a remojo. Y luego, a la fresca al pueblo. Pensaba ir a más sitios, pero con este calor...». Porque pega duro. Comparten porción de agua con Begoña Berodia y sus hijos. De Puente San Miguel, con casa en Campo de Ebro. «Yo era más de río, pero las nuevas generaciones prefieren la piscina». Y allí al lado, en silla de playa, Pachi San Román, de Santoña (su hija, María del Puerto, tiene bungaló y se escapan en cuanto pueden). «Cada diez minutos, chapuzón. Es un lugar tranquilo. Agradable». Elisa, su mujer, pone el broche: «Hace mucho calor, pero no se lleva lo mismo trabajando que aquí tumbado».
Ya ven el perfil del turista. Puente San Miguel, Santoña... Carla está sentada bajo la sombrilla con David. Ella, de Ruerrero, y él, de Orbaneja. Y en la parcela doce, José Manuel e Irene preparan la comida junto al pequeño Marco. Son de Villacarriedo y de camping. Furgoneta equipada, tenderete, tienda. Tenían cinco días y se han venido. «Además, como está el gasoil... Nuestras vacaciones son así. Cada año vamos comprando cosas nuevas. En agosto vamos unos días a Portugal». El menú de hoy es ensalada de pasta. «Y mucha agua y mucha fruta. En verano tiene que hacer calor. Siempre nos quejamos de que no hace bueno, así que, cuando lo hace, hay que aprovechar». Lo cuenta ella y él se va al bar del camping a por unos hielos para preparar un vermut.
Ver la mesa puesta... Toca ir a comer a La Olma, con una parada previa en la panadería de José Ignacio Fernández. Panadero e hijo de panadero. Es curioso lo que explica del obrador. Que la temperatura fluctúa entre 28 («cuando más frío puede hacer en pleno invierno») y 34 grados («en verano, aunque haga más calor fuera»). «La clave es que aquí estás protegido del sol. El que peor lo pasa con diferencia es el repartidor», bromea.
Ya a la mesa, cerca de la barra, es obvio que el calor es el tema. Gustavo Lucio, que les pone botellines de memoria, dice que los habituales hablan del riego, del miedo a que vengan las tormentas (y el granizo, el peor enemigo), de los problemas de agua en los pueblos más altos... Reconoce que de fuera no hay mucho movimiento todavía. Que la visita a Valderredible -que es un lujo- es de «gente de un día» y que el precio del carburante echa para atrás. Los clientes, a la mesa, se quitan el sudor con servilletas de papel y beben vasos del tirón.
Son las tres y media. Según la Aemet, 36 grados (y llegará a 38,2). Según la webcam del Ayuntamiento, 37,7. Según el termómetro de la farmacia, 44. Y según el del coche, 47. «Que disfrutéis», les dice la camarera de La Presa a tres chavalas que se piden un café con hielo para llevar. «Sí, del infierno», dicen ellas. Y eso que no han visto a Fernando, Constantín y Florin.
A las cuatro, a pleno sol, estaban dale que te pego con la acera.
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