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Del simbolismo histórico y del sello diferenciador de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo nadie duda. Pero, en paralelo, es coincidente el retrato de la decadencia, las carencias, las reformas aplazadas y la disolución de la identidad de la institución académica. Y todo ello camino de ... cumplir su noventa aniversario (2022). Nadie elude la palabra crisis, agravada por supuesto por un tiempo de pandemia, y sin embargo la decana de las universidades de verano parece presa de un bucle entre la inacción, lo rutinario y la ausencia de acicates, empujes y medidas -desde ideas a medios-, que supongan zarandear sus señas de identidad.
Pero la renovación de la UIMP pasa por la aplicación de innovaciones que permitan un cambio de modelo de eso que hasta ahora se conocía como 'universidad de verano', o fruto de una reforma integral que conlleva costes y dotaciones, ahora ajenas al distanciamiento, cuando no indiferencia, que se transmite desde el Ministerio de Universidades. Al menos, la falta de apoyos institucionales y medios ha aflorado como la queja decisiva para justificar la aún reciente marcha de la primera mujer rectora, María Luz Morán, tras un verano convulso, «duro e incómodo». El último cadáver académico ha servido, no obstante, para transparentar una sucesión de graves problemas o necesidades solapadas y aplazadas en estos años: «Reforma integral», un «nuevo estatuto», «más medios estructurales y de personal», «mayor autonomía universitaria», devolver su potencia «mediática» y definir un modelo en el contexto de un «nuevo tiempo» universitario y de las demandas educativas, docentes y de especialización.
El rector honorario César Nombela, catedrático de Microbiología, sostiene que «negar que existe una crisis, con la reducción tan intensa de la actividad de cursos en los campus de Santander y también en muchas de las sedes, sería desconocer la realidad». Y tras apelar a la historia y la tradición de la institución, reconoce que «hace falta una mejor inserción en la Administración General del Estado, con mayor capacidad para gestionar los recursos humanos y una mejor dotación».
En los últimos quince años son cinco los mandatarios, tres de ellos pasajeros o fugaces, que han ejercido de gestores de la institución con sede en La Magdalena: Luciano Parejo, Salvador Ordóñez, César Nombela, Emilio Lora-Tamayo y Luz Morán. Los tiempos han sido desiguales, más o menos reflejo de personalidades diferentes, hasta desembocar en esta nueva década que parece demandar una UIMP para el siglo XXI con más dudas e interrogantes que certezas.
Luciano Parejo, apenas un año en el cargo, lo tiene claro: «La UIMP arrastra una situación muy condicionada por su marginalidad en el universo de lo universitario». A su juicio, en un tiempo, además, de crisis como este el Gobierno y las Administraciones se preocupan más por las universidades de modelo tradicional. Parejo cree que la penuria de medios es un problema, pero o bien la UIMP «sigue la senda tradicional de financiación externa o tiene poco que aportar».
El exmandatario, catedrático de Derecho Administrativo, recuerda que aplicar un ascetismo en la gestión de la UIMP no siempre está bien entendido y, a su vez, «el Estado no se va a permitir hacer un esfuerzo financiero» para vivificar la institución académica. En su opinión, la UIMP ha adquirido una imagen en el tiempo «muy difícil de romper». Y va más lejos al expresar que «un rector, encajonado, no está en posición de cambiar la situación, no tiene fuerza para abordar reformas». De manera concluyente esgrime: «No es factible un cambio radical, padece condicionantes terribles y no existe un mínimo para atender a las demandas». Lo ideal, apunta, es tener un equipo y ciertos puestos «capaces de atraer a funcionarios e investigadores estables, capaces de generar programas desde la propia UIMP».
Ernest Lluch el exministro asesinado por ETA, que gestionó uno de los periodos más atractivos e intensos de la UIMP, tuvo claro que esta universidad mostraba su vitalidad en tres factores: Su «capacidad para generar debates», su «relevancia mediática» y su «privilegiada posición para ser una referencia» no solo para alumnos y profesores, sino para una sociedad fundamentada en valores intelectuales y del pensamiento. Pero de aquel 'embrujo de la Magdalena', en palabras de Lluch, que supo inocular en terrenos nacionales internacionales poco queda. Nombela defiende algunas esencias de la UIMP que mantienen su proyección: «El formato sirve para promover las mejores iniciativas académicas, convocar a las personas más destacadas del mundo de la ciencia y la cultura, acoger las mejores propuestas que le llegan, ser 'universidad de universidades'. Eso no es un problema sino una oportunidad».
En esta misma línea, el exrector Salvador Ordóñez, que muestra su «preocupación por el estado» de la UIMP, asegura que como dejan claro las grandes voces, como dijo Paul Preston, «esta es la universidad europea de la cultura, un sitio capaz de ser referente intelectual, cultural y científico y eso, se tome el camino que se tome, no se nos puede olvidar». A su juicio, «no se necesita un cambio de modelo pero sí de tiempos, pararse a pensar, aplicar un plan estratégico y bienvenidos sean una mayor flexibilidad y más medios». Pero de su experiencia de gestión de más de seis años deduce que lo verdaderamente importante es «dedicar mucho tiempo a la UIMP, imaginación, creatividad e ideas. Medios nunca ha habido muchos, pero la ilusión es más importante».
Nombela, unas de las voces científicas durante la pandemia, recuerda y aporta luz en el presente opaco. Como rector «propuse reformas estatutarias, sobre todo para que permitiera una mayor ambición; por ejemplo, para crear algún campus fuera de España porque la UIMP responde a un modelo que se creó en La Magdalena en 1933 y que puede ser exportable». Como profesor y como científico «no he sentido que mi autonomía y mi libertad académica estuvieran coartadas» en el desempeño de su mandato. Y avanza la necesidad de que «en el equipo académico de gobierno participen profesores de otras universidades o del CSIC, sin abandonar sus puestos temporalmente, pero sí con un mejor reconocimiento de su prestación para la UIMP».
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