«Antes veíamos sólo la punta del iceberg, y ahora lo vemos entero»
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La exactitud en el registro de los contagios y la generalización de los test explican por qué ante cifras de positivos similares descienden los ingresos y las muertesEl gráfico de los contagios diarios, diagnosticados por PCR, está incompleto: aún no se ha alcanzado el pico de la segunda ola (o como se quiera llamar), pero ya deja adivinar una forma de 'U'. En cualquier caso, se comprueba cómo ese incremento ... en el número de casos no es tan radical como en los primeros momentos de la pandemia, cuando en el espacio de quince días el conteo pasó de cero a 180. En esta recaída se asiste a un aumento progresivo, que hasta el momento ha dado su máximo el pasado viernes, con 124 contagios.
Lo que sorprende es que al comparar los registros actuales con valores similares durante los primeros momentos de la crisis sanitaria, el balance sea tan diferente. Insistiendo en el día 28 de agosto, con 124 infectados, como referencia, esta jornada se ha dado cuenta de 34 hospitalizados (uno en la UCI), y ningún fallecido (4 en los 27 días previos), con un total de 1.021 casos activos. En cambio, el 26 de marzo se diagnosticaron 143 positivos -por comparar con una fecha con cifras similares-, pero la situación era completamente diferente: con 818 casos activos, había 345 pacientes ingresados (29 en la UCI), y se produjeron 6 decesos, con los que la suma de muertes desde la aparición del primer caso, 27 días antes, llegaba a 25. ¿A qué se debe este cambio tan drástico?
La principal razón es la progresiva mejora de los datos, cada vez más exactos y cercanos a la dimensión real de la enfermedad, como explica Adrián Hugo Aginagalde Llorente, director del Observatorio de Salud Pública de Cantabria (OSPC). «Normalmente, cuando se empieza a vigilar una enfermedad, en la primera ola no se pueden alcanzar todos los casos, solo los más graves, como ocurrió con el covid. Ahora que hay capacidad de vigilancia de conjunto se observa un crecimiento más lento porque hay un porcentaje de población mucho mayor. También es posible que la prevención y el control estén haciendo más lento el crecimiento de la curva».
Según Aginagalde, hasta ahora la vigilancia individualizada solo se realizaba en enfermedades con pocos casos -fiebre hemorrágica de Crimea-Congo, meningitis, sarampión, etc.-, por la evidente complicación de aplicarla a otras más extendidas. «Esto ha supuesto un cambio de paradigma: en vez de hacer lo que hacíamos siempre, que era ver la punta del iceberg y hacer una estimación, ahora vemos el iceberg entero, una fotografía más completa y nítida». Traducido al seguimiento del coronavirus, eso se ha logrado buscando cadenas de transmisión alrededor de cada contagio, no solo positivos, y haciendo aflorar los casos asintomáticos.
El director del OSPC llama la atención sobre la importancia de un concepto, la «positividad», esto es, la proporción de casos positivos por pruebas realizadas, que ha permitido arrojar luz sobre aspectos del covid-19 que permanecían en sombra. «La positividad ha ido disminuyendo con el tiempo: al principio llegó a haber la mitad de PCR positivas, y ahora es del 3,6% -mientras esté por debajo del 5% son buenas noticias-, lo que indica que el nivel de pruebas es elevadísimo. También el perfil de la gente que encontramos al rastrear alrededor de los casos se va modificando: personas sanas, que no desarrollan complicaciones, que han sido contagiadas o que han sido origen del contagio, y que son más jóvenes, de unos 30 años».
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Explica Aginagalde que en la mayor parte de las infecciones respiratorias agudas, la población más joven es la que primero se ve afectada; posteriormente llegará a otro sector más adulto, ya en edad de trabajar, y, finalmente, a las personas de mayor edad; se estima que tarda unos quince días en dar cada salto, salvo que alguna circunstancia lo facilite (como las reuniones familiares de Navidad, por ejemplo), acortando los plazos.
¿Es el covid-19 una enfermedad de asintomáticos? No exactamente. «La mayor parte de asintomáticos se convierten en escasamente sintomáticos. Nosotros los cazamos muy rápido por rastreo, y en ese momento son asintomáticos, pero la gran mayoría desarrolla algún pequeño síntoma, que a veces son muy leves y pasan inadvertidos».
Observando este gráfico, ¿se puede anticipar la llegada de la temida segunda ola? «Es verdad que nos movemos en un escenario que parece apuntarlo, pero esa ola está siendo más lenta, y en el caso de Cantabria de forma clara: va más despacio en crecimiento y está registrando desaceleraciones, que es un buen indicador. Y las medidas de prevención y control parece que están consiguiendo disminuir el impacto en la población más vulnerable. Si se sigue comportando así, la segunda ola no tendría por qué ser tan intensa y picuda como la primera, sino más estirada y prolongada, pero lo desconocemos».
«Las comunidades con mayor macrocefalia demográfica tienen un poco más de riesgo –capitales que concentran mucha población, como en Álava o el 'gran Bilbao'–; si añadimos una alta densidad demográfica –como en Madrid–, una dinámica poblacional que favorece la transmisión por el movimiento de las personas –del trabajo al domicilio–, y una estructura económica que también la favorece, tenemos los factores que explican por qué la enfermedad se distribuye de forma distinta y presenta resultados diferentes», indica el responsable del OSPC.
«En Cantabria parece haber jugado como protección una densidad demográfica menor, una macrocefalia no tan acusada, el que no tenga una estructura económica que favorezca especialmente la transmisión y que, a diferencia del modelo de la dinámica de población de las grandes conurbaciones urbanas, como Madrid y Barcelona, nuestra relación entre lugar de trabajo y domicilio es distinta; el papel del transporte urbano no es tan relevante ni hay tanta concentración de personas. Son ventajas que están ahí».
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