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Los 150 kilómetros de asfalto poco transitado que transcurren en la que antaño fue la principal vía de comunicación entre Santander y Burgos sirven hoy para viajar al pasado. A un tiempo en que vuelve a caber la belleza del paisaje que rezuma tradición rural en pueblos cargados de valor patrimonial, donde se continúa trabajando el gusto por la gastronomía de huerta y horno de leña. Un itinerario que surca parajes naturales casi salvajes donde aún se escuchan leyendas que juegan a confundir la historia con la ilusión, donde se conservan algunas formas de hacer de antaño y donde la riqueza prehistórica es Patrimonio de la Humanidad.
La N-623 tiene todo eso y mucho más; aunque de un primer vistazo no lo parezca, pues la vía está flanqueada en ambos extremos por toneladas de hormigón, bullicio urbano y más asfalto. Sea Santander o Burgos, la N-623 encuentra entornos metropolitanos en ambos costados. Para este caso, dado que la salida se inicia en la capital cántabra, el punto de partida de esta ruta que El Diario Montañés recreará en esta serie de seis reportajes comienza en lo que podría considerarse el kilómetro cero. Un punto localizado exactamente en la rotonda sur del Hospital Valdecilla. En ese lugar, donde la carretera deja a su derecha las vías del tren, un cartel indica con claridad la dirección y da comienzo este viaje.
La capital queda atrás en los primeros kilómetros y Muriedas es la primera parada ineludible, especialmente para el viajero foráneo. Precisa un pequeño desvío de la nacional, que atraviesa el pueblo de Maliaño y asciende por la calle Héroes Dos de Mayo, para llegar a una gran casona solariega que es, precisamente, el hogar donde nació el capitán de artillería Pedro Velarde (1779-1808), héroe de la Guerra de la Independencia española. Inaugurado en 1966, el museo guarda la esencia de un tiempo pasado, caracterizado por la forma de vida rural, que se extinguió a principios del pasado siglo con la industrialización, los movimientos sociales y la modernización. Ocho áreas o habitaciones recrean con rigor una cuadra de entonces, un salón, o la cocina, donde sucedía realmente la vida al calor de la lumbre. Allí se conserva una amplia colección bibliográfica, pictórica, mueble y de útiles de trabajo que valen tanto por su valor intrínseco como por la información que atesoran como testigos de una sociedad ya extinta. «Aquí todo es de verdad. No tenemos réplicas», cuenta Joaquín Rueda, responsable del lugar.
En otro pequeño desvío, a la altura del kilómetro 145, vale la pena detenerse en Revilla de Camargo, donde se encuentra la ermita Virgen del Carmen, que tiene registros del sigo XVII. Por eso es un enclave al que cada año –al menos antes de que apareciera el covid–, peregrinan cientos de cántabros para rendir homenaje a la virgen el 16 de julio. Yes que, según los registros históricos, Revilla fue la primera localidad en celebrar esta fiesta.
De vuelta al asfalto, basta con andar apenas un kilómetro y el visitante encuentra otros dos atractivos donde vale la pena detenerse. Uno, la cueva de El Pendo, descubierta en 1878 por Marcelino Sanz de Sautuola. Es una de las nueve cavidades catalogadas como Patrimonio de la Humanidad y recoge una secuencia estratigráfica y arqueológica que se inicia al menos hace unos 82.000 a.C. y alcanza hasta el 1.500 a.C. Por lo que su estudio aflora información valiosa sobre la transición del Neandertal al Sapiens que puede ayudar a dirimir algunos de los debates más candentes que existen a día de hoy en el mundo científico.
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Justo al lado, ascendiendo por el barrio El Tojo, se llega a un paraje natural que surge de una intervención humana, y que hoy presenta un interés paisajístico y medioambiental incomparable. El Pozón de la Dolores es una laguna que ocupa hoy lo que antaño fue una cuenca de extracción minera. Los amantes de las aves encontrarán aquí un punto de interés porque hay muchas especies que han elegido este enclave para hibernar los meses de frío. En un paseo por este entorno se pueden encontrar además laureles, encinas, robles y fresnos. No tiene desperdicio.
Parbayón es la siguiente parada posible de este viaje. En el kilómetro 138 hay un desvío que asciende hasta el mirador de La Cotera. La vista desde arriba es espectacular y el camino de ascenso merece la pena por el paseo.
Quienes busquen hacer más ejercicio, la ruta circular al monte Obeña recorre 47 kilómetros con un desnivel de casi 900 metros. Conviene estar acostumbrado a andar por el monte;pero para quien lo pueda aprovechar, es una jornada perfecta de ejercicio y contacto con la naturaleza.
En la zona hay varias rutas, por eso es bueno conocer la que parte desde Renedo, que es la siguiente parada de este viaje por la N-623 y que permite recorrer un itinerario circular de 20 kilómetros. La senda avanza por La Aguada, Carceña, Socobio, Carceña, La Medoria, Carandia, Zurita y Vioño, para regresar a Renedo después de atravesar buena parte del eucaliptal del monte Carceña.
El recorrido puede despertar sed, especialmente si se realiza en los meses de verano, y para resolver ese contratiempo hay una solución fácil, también en Renedo. En la calle Llosacampo se encuentra el lagar de sidrería Somarroza. Hecha en Cantabria y distinguida con numerosos premios nacionales e internacionales desde su creación en 2016, prepara estas semanas el lanzamiento del primer biter ecológico del mundo. Se trata de una empresa familiar, donde trabaja Jesús Gómez Solórzano, artífice del negocio, y sus dos hijas, Cecilia y Lucía para embotellar hasta 125.000 litros al año. Cualquiera que se acerque por el lugar podrá comprar botellas de cualquiera de sus modalidades. Hay una que tiene sabor a plátano de canarias.
En el siguiente pueblo, Carandía, hay un lugar donde meter los pies a remojo en el río Pas. O si hace buen tiempo y calor, incluso se puede uno dar un baño. El pozo de La Argolla está en un pequeño desvío de la carretera, escondido entre los árboles. Es una pequeña presa natural que hace las veces de plaza en verano para los vecinos de Garandía y alrededores.
En Vargas, última parada de esta primera etapa, merece la pena desviarse en el kilómetro 129 para contemplar la belleza patrimonial de la colegiata de Santa Cruz. Está ubicada en Socobio (Castañeda) y fue declarada monumento nacional en 1930. Es una forma de volver la mirada atrás en la historia. Como aquellos que recuerdan la leyenda que aún pervive en este pueblo y que habla de la peste que asoló el país entre 1503 y 1599. Ni un solo vecino de Vargas se infectó ¿Cómo fue posible? aún es una incógnita .
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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