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Las carreteras europeas están llenas de camiones. Las que atraviesan la idílica campiña francesa, las grandes autopistas, de hasta cuatro carriles y sin límites de velocidad, del sur de Alemania, las coquetas vías nacionales de Austria y por supuesto los cinturones que bordean las grandes ciudades como Munich, Viena o Budapest. Tráilers, ligeros, cisternas, articulados. Un caudal constante de gigantes de hasta doce ruedas que transportan las miles de toneladas de alimentos que los ciudadanos compran cada día en las grandes superficies, de materias primas con destino a fábricas y empresas, de componentes para factorías, de mercancías esenciales para el sector agrícola y el ganadero, para el sanitario, para la hostelería y el comercio.
Subido a la cabina de uno de ellos los coches parecen mucho más pequeños, nerviosos y vulnerables. El Renault T-520 de la empresa Robertrans, un tráiler de cuatro metros de alto y 16,5 metros de largo que transporta 22 toneladas de material humanitario enviado por los cántabros hacia Kiev a través de las Asociación Oberig, de ucranianos en la región, avanza la particular cadencia de estos colosos de la carretera hacia su destino. El martes amanecimos en la ciudad gala de Mulhouse. La jornada anterior habíamos dejado atrás Burdeos, Limoges y Lyon. Después atravesamos toda la franja inferior de Alemania. Friburgo, Singen, Friedrichshafen, Kressbronn y Lindau, un recorrido por toda la orilla norte del lago Constanza, plagada de extensos viñedos que crecen contemplando el territorio suizo al otro lado de la enorme extensión de agua. Menú de salchichas al mediodía, ya cerca de Múnich, para recibir la noche en territorio austriaco con la vista puesta en el asalto a territorio húngaro.
Alvaro Bueno, el transportista que conduce con exquisito cuidado el camión, calcula cada mañana la ruta con la perspicacia de un estratega. La estricta normativa a la que están sometidos los profesionales del sector condiciona su labor diaria hasta extremos insospechados. Deben realizar paradas de un mínimo de cuarenta y cinco minutos cada un máximo de cuatro horas y media de conducción continuada y de nueve diarias, salvo dos días a la semana en los que pueden alcanzar las diez. El tráfico y las características de la vía, los desniveles, semáforos y el número de rotondas pesan a la hora de establecer las rutas. A la hora de definir las paradas tiene también muy en cuenta las características de las áreas en las que detenerse. El estado, la capacidad y los sistemas de seguridad del aparcamiento, el tipo y el precio del restaurante, la cercanía a ciudades y el tráfico de la zona, la calidad y limpieza de los aseos y la disponibilidad de duchas o los horarios de atención al público determinan la elección de los estacionamientos elegidos.
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Atravesamos el Danubio a la altura de Budapest mientras recorremos el anillo que circunvala la capital de Hungría. El tráfico es intenso y pese al bochorno llueve por momentos. Tras tres días y medio de incansable y a ratos anodino trayecto, el objetivo es finalizar la jornada en las inmediaciones de Nyíregyháza, pequeña ciudad situada a una hora del almacén en el que se descargará la ayuda humanitaria cántabra, que será introducida en Ucrania por responsables del Gobierno nacional. Será la última noche en las literas de la cabina del camión. Un espacio cuidadosamente tapizado con cuero azul que Bueno cuida con concienzudo esmero. «Lo quiere como a su hijo», dijo su esposa el día que nos despidió en la base del vehículo, situada en Larrabetzu. Y es cierto. «Es mi herramienta de trabajo, con la que llevo el pan a casa, y mi casa durante gran parte del año», se defendió entre risas el transportista. Después de este viaje le entiendo mucho mejor, y me digo a mi mismo que a partir de ahora intentaré, cuando sea yo el conductor, hacerles la vida mucho más fácil.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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