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El día de la Cabalgata, hace un par de semanas, a los Reyes Magos casi se los lleva el viento. Y más de uno no ... llegó a tiempo para ver a Sus Majestades porque el soplido del aire le mandó volando muy lejos de su pueblo. Literal. Esa jornada, cinco aviones que venían al Seve Ballesteros acabaron aterrizando en otros aeropuertos. Desviados. Los pasajeros de Barcelona y los de Gran Canaria, a Asturias. Los que venían de Madrid, a Bilbao. Y los que viajaban desde Bruselas y desde Valencia acabaron pisando tierra en Madrid. Una faena. Aunque en el global de las cifras anuales del aeropuerto suponga un porcentaje mínimo, para el que lo sufre es un trastorno máximo. El año pasado, en total, 46 vuelos anunciados en las terminales del aeropuerto cántabro se vieron afectados por la meteorología adversa. Aquí eso se traduce en niebla (baja visibilidad) y viento. Especialmente, viento sur. El total de viajes perjudicados supuso un 0,57% de las operaciones comerciales regulares, especifica Aena. Unos desviados (26 en total) y otros cancelados (20).
Las operaciones frustradas por rachas fuertes de aire fueron lo más habitual en 2024. Hasta veinte vuelos se desviaron a otro aeropuerto tras comprobar que las condiciones no eran las más idóneas para tomar tierra (un 0,5% del total de llegadas). Tres no llegaron a salir de su pista de procedencia, conocedores de la situación aquí. Cancelados. Y el arrastre de una cosa y la otra (si no vienen, no pueden despegar posteriormente desde Cantabria salvo que alguno de los desviados regrese más tarde, cuando el cielo lo permite), provocó que en las pantallas de la terminal aparecieran como canceladas catorce salidas.
Los episodios de niebla (baja visibilidad) tuvieron menos impacto en 2024 (afectaron al 0,11% de las operaciones). Seis desvíos y tres cancelaciones (dos salidas y una llegada).
Más allá de las medidas de seguridad de las que dispone el aeropuerto, el balance depende, obviamente, del tiempo. De que haya muchos o pocos días de temporal, de suradas o de que venga una racha con varias semanas de niebla intensa hasta media mañana. Por ejemplo, lo de la baja visibilidad del año pasado se concentró en una jornada a finales del mes de enero. En una mañana, hace ahora casi un año, se desviaron los vuelos de Bruselas, Bérgamo y Venecia y se canceló buena parte de la operativa con Madrid. Casi el total del año, en unas pocas horas.
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Para hacerse una idea de lo aleatorio de las cifras, en el balance de 2023 que facilita Aena el número de vuelos afectados fue de 35 (0,39% de las operaciones comerciales regulares). Menos que en el último ciclo. Pero en esa ocasión la niebla tuvo más efectos negativos en el Seve Ballesteros (problemas en 19 vuelos) que el viento (16)
«Para la niebla, el aeropuerto tiene una cosa negativa y otra positiva. La negativa es que la aproximación por la pista 29, la de la ría, tiene el agua muy cerca y no permite instalar más luces de aproximación que las que hay –ya se colocaron algunas en el agua–, como sí pueden tener otros aeropuertos en tierra. Y, por el otro lado, hay una autovía. Así que tampoco se pueden instalar y no puedes acercarte tanto al suelo cuando hay niebla. La positiva es que Santander dispone de sistemas de aproximación vía satélite, algo que ahora ya tienen muchos aeropuertos, pero no todos (en Bilbao no lo hay). Y Santander fue, de hecho, uno de los pioneros en tenerlo. Eso ayuda mucho, sobre todo si vienes por Peñacastillo», explica un comandante cántabro que aterriza con frecuencia en el Seve.
Respecto al viento sur sí que sitúa la pista cántabra y la de Bilbao como «las más críticas» del norte, por encima de la dificultad que se puede plantear por este motivo en Asturias o San Sebastián. ¿Más conflictivo que otros aeropuertos? «Es que cada uno tiene sus fenómenos. En Madrid lo que más afecta son las nieblas, por ejemplo. En los aeropuertos del Mediterráneo, las tormentas de verano...». Lo que sí tiene claro es que «cada vez se trabaja más en cuestiones de seguridad y en barreras», y tal vez «ahora se es más conservador en ese sentido que hace treinta años». «Son menos frecuentes esas imágenes de aterrizajes llamativos. Las directrices pasan por no jugarse nada y no permitir el más mínimo incidente». Pero el piloto lo deja claro: «un vuelo desviado no le viene bien a nadie: ni al comandante, ni a la tripulación, ni a los pasajeros, ni a la compañía, que pierde dinero».
Ojo, no hay que alarmarse. La estampa de los aviones entrando cruzados cuando hay viento es normal. Calma. Lo explicaba hace poco en El Diario Juan José Alonso Monreal, comandante de Iberia jubilado, con 34 años de experiencia. «Si te mantienes alineado con la pista y hay viento, te va sacando. Así que tienes que girar un poco hacia el viento –corrección de deriva– para que no te saque del eje de la pista. Y en el último momento aplicas un poco de pie al lado contrario para que el tren de aterrizaje entre recto y evitar una fricción lateral». La cizalladura –el cambio brusco en la dirección o la intensidad del viento– obliga a ir haciendo correcciones en poco tiempo. «Aquí, con los montes, con Peña Cabarga, todo ese aire turbulento genera corrientes anárquicas y una última parte del vuelo que puede ser incómoda, pero todo está controlado».
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Ana del Castillo
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