![«Estamos vivas. Somos así. Y ya está»](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202010/19/media/cortadas/combocancermama-krmD--1248x770@Diario%20Montanes.jpg)
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Es muy difícil encontrar las palabras justas para perfilar siquiera el significado del cáncer para su víctima y sus seres queridos. El término que más repiten muchas de las personas que lo padecen es «miedo»; la que menos, a veces, incluso «cáncer». Los ... números ayudan a entender esa impresión: porque ese miedo entra en diez hogares de Cantabria todos los días en forma de 3.774 nuevos casos al año -2.176 en hombres y 1.598 en mujeres-. Y 448 de esas veces a través de un cáncer de mama, como revela el último balance de 2019 elaborado por el Observatorio de la Asociación Española contra el Cáncer (AECC).
Más allá de cada 19 de octubre, Día Mundial de la Lucha contra el Cáncer de Mama, los números, las palabras y, sobre todo, las emociones se empeñan en recordar todos los días el trance que esta enfermedad supone para todas las mujeres. Cada una de ellas lo vive a su manera. «Porque no hay un manual de instrucciones». A Esther Calvo, santanderina de 58 años residente en Soto de la Marina, le encantaba salir a bailar aunque hubiera pasado por quimioterapia esa misma mañana: «No abandonaré esa pasión jamás, por nada del mundo».
Paula González, de 31 y natural de Torrelavega, siempre apostó por la naturalidad y el humor para allanar un poco el camino de vuelta a casa. Se le escapa una carcajada al recordar que llegó a celebrar su «cancerversario», pero también se emociona un poco más cada vez que echa un vistazo al mensaje que se tatuó en el brazo cuando, aún sin haberse hecho las pruebas, «sabía» que la maldita palabra había llegado a su vida: 'Esto también pasará'. «Porque todo pasa, lo bueno y lo malo». O, como dice Esther de tanto en cuando, antes de volver a sonreír emocionada y zanjarlo todo: «Mira, estamos vivas. Somos así. Gracias a Dios lo podemos contar. Y ya está».
Paula González | Torrelavega
Estando en la cama y en plenas vacaciones con su familia, «ojeando el móvil antes de acostarme», Paula González, de 31 años y de Torrelavega, notó de inmediato «algo raro» en su pecho. «De alguna forma, estaba muy convencida. Era algo ajeno, externo a mí, que antes no estaba y que había aparecido de un día para otro», recuerda la fotógrafa dos años después de esa noche –algo más de uno desde que acabó la radioterapia–. «Al principio, lo que me preocupaba era el miedo de las personas de mi entorno. Eso y darte cuenta de que la vida iba a cambiar por completo a partir de entonces».
Todo dio un vuelco. Ella, su visión de las cosas, su carácter, el de sus seres queridos... «Se pasa mal. Lo del cabello, por ejemplo, fue muy duro porque dejas de ser tú delante del espejo. Las pestañas, todo… No te reconoces. Y la gente te mira. Nunca van a dejar de hacerlo», entiende la torrelaveguense, quien, aún hoy, recuerda que «el mismo día que empecé la quimioterapia, un señor me paró por la calle para decirme que no me cortara el pelo».
Por fuera y por dentro. El cáncer cambió «y mucho» el carácter de Paula, quien pasó de ser «muy sociable» a ser, muchas veces, «realmente insoportable» durante el proceso de tratamiento. De esa época, de un horario dominado por las consultas, las revisiones y las citas constantes, la torrelaveguense también extrae cosas positivas, como «aprender a gestionar el tiempo». Valorar cada instante:«Cuando pasas por esto, aprendes a no planear más allá de una semana. Ahora, cuando escucho a alguien hablar sobre lo que hará dentro de dos años, me entra la risa. ¡A saber donde estarás mañana!».
Fue una lección obligatoria desde que conoció el diagnóstico:«Disfrutar del tiempo de los tuyos». A ellos, a quienes agradece todo su apoyo durante los últimos años, pero también a todos a los que el cáncer ha llegado a través de un familiar o un amigo, González recomienda «no caer en cierto paternalismo» y permitir, a veces, «dejar vivir la situación a solas». Así, recuerda:«Al principio en mi casa no se podía ni decir la palabra cáncer. En general, a la gente le da auténtica fobia, pero las palabras no hacen daño. Hay que enseñar la realidad de la enfermedad, sin perdernos en los miedos y con naturalidad, que es fundamental».
Por eso también trata de huir de ciertas expresiones. Luchadoras, supervivientes... «Todos pasamos por cosas difíciles. Un cáncer, una enfermedad crónica, una pérdida, lo que sea. Dicen que soy una superviviente porque estuve más cerca de morir que el resto, pero yo no me identifico totalmente con esa expresión. Parece que se ha reservado exclusivamente para el cáncer y no me define». ¿Y con qué palabra se definiría entonces? «No sé, ¿qué tal sólo viviente?».
Esther Calvo | Santander
A pesar de que ha superado al cáncer de mama en dos ocasiones –una en 2003 y otra en 2012–, a Esther Calvo, santanderina de 58 años, tampoco termina de convencerle del todo la palabra 'superviviente'. «Puede que luchadora sí, no lo sé, porque salí adelante», duda, antes de poner en orden sus ideas y pasar a lo importante: «Estamos vivas. Somos así. Gracias a Dios lo podemos contar. Y ya está». Encajar el diagnóstico no es fácil. Ella, subalterna en el IES La Marina –en Bezana– se acuerda de la primera vez, cuando, de alguna manera, trató de encontrar una explicación. «Empiezas a preguntarte por qué, a buscar un motivo. Si yo no bebo, no fumo, me cuido, decía. Pero no funciona así. No hay motivos».
El apoyo de su entorno ha sido y es «fundamental» desde aquel día. Su hija, Sofía, por aquel entonces una niña de dos años, se lo dijo. «Mamá, no te preocupes que yo voy a ser enfermera para curarte». Cumplió su promesa. El cariño de todos, las palabras de ánimo, son «vitales» para salir adelante. Eso y tratar de «moverse» para «despejar la mente y no dar vueltas a la cabeza».
Después de todo, por delante hay muchos «altibajos» a los que sobreponerse. «Quieras que no, esta enfermedad te cambia. Y mucho», reconoce Esther, a quien antes del cáncer solían llamar cariñosamente «risitas», una personalidad que, de alguna forma, se ha diluido un poco. «Ahora sigo siendo feliz y estoy contenta, pero no tengo ese carácter que tenía antes. Seguro que la edad también tiene algo que ver», sonríe, antes de trasladar su ánimo a todas las mujeres que resisten la «dureza» del proceso, desde la quimioterapia, la pérdida del cabello, «una de las cosas que peor llevamos» o la del pecho. Es un peaje muy duro. Las cicatrices «que están ahí; las miradas huidizas para evitar hablar sobre 'el tema'»;todos los cambios en el carácter, la ropa. ¿Un remedio?«La positividad», contrapone.
Ese mismo consejo lo lleva cumpliendo desde entonces ella también. Es verdad que ahora ve la vida «de otra manera», pero «no con temor ni pidiendo que no me vuelva a pasar». Al contrario: «Soy positiva, tengo que serlo y no queda otro remedio. Si no, tu cuerpo lo nota». Esa es la razón que le ha llevado a Calvo, hoy «mucho más fuerte», a reordenar sus prioridades. «A las cosas inocuas no les das importancia. A veces nos quejamos por hechos que, a fin de cuentas, no significan nada», asegura.
Lo que el cáncer no pudo cambiar es su pasión por la montaña, la natación y, sobre todo, el baile. «Sevillanas, flamenco, zumba, bachata, chachachá, samba...», enumera la santanderina, quien, incluso en pleno tratamiento, seguía haciendo un hueco en su agenda para ir a bailar, «no mucho porque no podía, pero para no perderme el ambiente».
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