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Las imágenes que llegan a Occidente del confinamiento en Shanghái (China) por la amenaza de la variante Ómicron demuestran la dureza extrema a la que se somete a los ciudadanos que viven en la ciudad más grande del país, con una población de 26 millones ... de personas y 20.000 contagios diarios. No les dejan salir a la calle desde hace más de dos meses, hay escasez de alimentos, les obligan a hacerse una PCR cada cuatro días y no pueden pasar el virus en casa, les llevan a centros de aislamiento donde algunos tienen que compartir habitación con otros cuatro enfermos.
Allí, entre todo ese caos, hay cuatro cántabros que han querido contar a El Diario Montañés cómo están viviendo lo que parece una película distópica. Ronaldo Yap Cotas, hijo de los dueños del restaurante Chino Mandarin 2, en El Sardinero, marchó al gigante asiático hace 10 años con el propósito de entender mejor a su padre (chino de nacimiento) y acabó con un puesto de trabajo en Nordex Acciona (empresa del sector eólico), mujer e hija. Cuenta que ama España, pero necesitaba conocer sus raíces. Y vaya si las ha conocido. Las raíces y las directrices del país. Por eso en cuanto tenga oportunidad se vuelve a casa: «Esto ya no es sostenible». Lleva 65 días confinado. «Está siendo duro por la normativa, las limitaciones y a nivel familiar porque no tenemos a nuestra hija (de 3 años) con nosotros desde el Año Nuevo Chino, en enero. Ha estado hospitalizada y ahora ha recaído y es mucha tensión e impotencia por no poder estar junto a ella», relata Ronaldo. Su pequeña Isabella está con sus suegros en Changzhi, en Shanxi al norte de China, a unos 1200 kilómetros de distancia de su casa.
Explica que ahora están más habituados a las estrictas normas chinas, pero los primeros días fueron intensos. «Al principio fue muy duro por el estrés de encontrar comida y demás, teníamos que racionar los alimentos, renunciar a cenar...», señala.
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Diego Oria, 35 años
Puede que al santanderino Diego Oria, de 35 años, le priven de la libertad de moverse a su antojo por las calles de Shanghái, pero nadie pudo impedir que celebrara el ascenso del Racing a Segunda división. Es la parte amable del confinamiento, la de conformarse con las alegrías que da tu equipo de fútbol, aunque estés a más de 10.000 kilómetros: «Con un ascenso, la cuarentena es menos cuarentena».
Oria lleva tres años en China, trabaja como entrenador de porteros de fútbol y hace dos semanas que le permiten salir a la calle, «aunque lo único que se puede hacer es pasear, porque está casi todo está cerrado y lo poco que está abierto es para repartos a domicilio». Eso sí, de la PCR no se libra. «Nos hacen test regularmente y dependiendo de los casos que haya cercanos se puede o no salir. Tengo amigos que llevan dos meses sin poder salir ni siquiera dentro de la urbanización», cuenta sintiéndose afortunado.
Coincide con Ronaldo en que el comienzo del confinamiento fue duro porque las previsiones apuntaba a solo cinco días de encierro: «Pero entonces todos nos empezamos a quedar sin comida, sin agua (la del grifo no es potable). Además, todavía no había muchas opciones para pedir a domicilio y entramos un poco en pánico. Después empezaron a separar a familias de sus hijos si alguno de ellos tenía casos, pero pronto lo rectificaron. Cuando pude salir por primera vez fue bastante impactante porque las calles estaban desiertas, sucias y llenas de vallas frente a muchas casas».
Eladio López 'Lalo', 34 años
Eladio López, más conocido en internet (y en casa) como 'Lalo', es un youtuber que tiene su propia empresa de producción de vídeos y eventos en Shanghái, donde reside desde hace ocho años. Lleva sin salir de casa 52 días y aunque confiesa que lo lleva «bien», se le empieza a hacer «un poco cansado». Uno de los vídeos que Lalo ha colgado en su cuenta de YouTube precisamente explica las diferencias entre el confinamiento en España y en China: «Aquí no puedo salir más allá del portal, hay que encestar la basura desde el portal, a lo Juan Carlos Navarro; no está permitido ir al supermercado y los únicos negocios de alimentación que están trabajando son los que permiten a sus trabajadores pernoctar en sus instalaciones; y no han parado de hacernos test, casi uno diario». Y algo importante: tanto los test de antígenos como los paquetes de comida que dejan en las puertas de los confinados «son gratis».
Lalo, que estudió Caminos en Santander, no se ha contagiado de covid «por suerte» y por consiguiente se ha librado de tener que ir a un centro de aislamiento. «En mi edificio al principio hubo un caso y no podíamos salir para nada, toda la comida la teníamos que pedir online, pero ahora nos han concedido un pase para salir tres horas dos veces en un periodo de cinco días. Ya está. Aunque la verdad es que salir fuera tampoco es la leche porque está todo cerrado, no hay nada que hacer y es un panorama bastante desolador».
Raúl Ruiz Respuela, 45 años
Es el más veterano en China. Raúl Ruiz Respuela salió de Cartes hace 20 años con una beca del instituto de comercio exterior para estudiar chino y ahora trabaja en Shanghái para un grupo empresarial de Arabia Saudita, gestionando las compras de materias primas y equipos para las fábricas de su compañía en Oriente Medio.
Cuenta que durante las primeras olas de covid apenas hubo contagios, se podía salir a la calle y los supermercados estaban abiertos, pero desde que el virus en su variante más explosiva, Ómicron, entró a través de un turista el cierre es «total». «Ahora hay mayor sensación de aislamiento, no se nos permite salir de casa excepto para hacer una PCR todas las mañanas a pie de bloque. Antes de bajar, hay que hacer una prueba de antígenos en casa y subirla a una nube con el teléfono móvil. En caso de que haya un positivo, toda la planta donde esté alojado el infectado será reubicada en edificios o pabellones feriales que se han habilitado como centros de aislamiento hasta que el sujeto dé negativo», señala Respuela.
Pero al igual que sus compatriotas, Raúl sabe sacar algo bueno de este periodo distinto y complicado que les ha tocado vivir: «Estoy conociendo más vecinos estos días que en los anteriores nueve años. Los trueques dentro del edificio son normales, si alguien necesita jabón o huevos inmediatamente sale alguien diciendo «te acabo de dejar en la puerta esto o lo otro que necesitabas»».
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