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mauricio-josé schwarz
Jueves, 30 de diciembre 2021
Las bacterias son un gran dominio de seres vivos unicelulares que viven generalmente en libertad. Para algunos científicos, nuestro planeta es un mundo bacteriano, ya que fueron de las primeras formas de vida que existieron al aparecer hace unos 3.500 millones de años en la joven Tierra. Durante cientos de millones de años, las bacterias y las arqueas, el otro gran dominio de seres unicelulares, fueron los únicos seres vivos del planeta.
Las bacterias están presentes en prácticamente todos los hábitats imaginables, incluso muy hostiles, como los manantiales sulfurosos, el hielo ártico, las bocas de volcanes, el fondo del mar, la parte superior de la atmósfera y, por supuesto, en todos los demás seres vivos, incluido usted. De hecho, por cada una de las células que conforman su cuerpo, se calcula que lleva en él, en su superficie o en su interior, diez veces más células bacterianas. La mayoría, por suerte, benignas.
Pero las bacterias, además, moldearon la Tierra como la conocemos hoy y la hicieron habitable. Hace unos 2.400 millones de años, como parte de su proceso evolutivo, algunas bacterias modificaron su metabolismo para realizar la fotosíntesis y empezaron a liberar oxígeno. Las grandes masas de bacterias de los océanos primigenios dieron origen a una atmósfera en la cual podrían vivir después sus descendientes: los seres pluricelulares que aparecieron 300 millones de años después.
Las bacterias y las arqueas se llaman 'procariotas' o anteriores al núcleo porque carecen de esta estructura, mientras que las células que conforman a los animales pluricelulares, como nosotros, son llamadas 'eucariotas', que significa núcleo verdadero.
Pero estos seres, con toda su relevancia (y siendo además causantes de muchas enfermedades) pasaron desapercibidos para el ser humano hasta que el comerciante de paños neerlandés Antonie Van Leeuwenhoek creó el primer microscopio y pudo observar por primera vez el mundo microscópico y a sus 'animálculos' en 1676. Se había convertido en la primera persona que veía a las bacterias.
Sin embargo, el estudio del mundo microscópico avanzó lentamente en los siguientes años. La escasez de microscopios y de interés sobre el tema se impusieron, y lo que era la naciente microbiología solo se reanimó con el debate sobre la generación espontánea de la vida. Si bien era difícil mantener la creencia en la generación espontánea, digamos, de ratones producidos por la paja húmeda, la existencia de seres microscópicos animó a los creyentes en esta hipótesis a afirmar que esos sí que se producían espontáneamente.
Así, primero el italiano Lazzaro Spallanzani a fines del siglo XVIII y después el francés Louis Pasteur se ocuparon de revelar que la generación espontánea no era real, que toda vida provenía de la vida. Fue Pasteur quien demostró la importancia de los microorganismos en la vida diaria y quien descubrió que las causantes de que se agriaran el vino y los lácteos eran bacterias. Si podían 'enfermar' al vino y a la leche, quizás podían provocar enfermedades en los humanos y otros seres vivos.
El descubrimiento de que las bacterias -o, para ser precisos, algunas de ellas- generaba una enorme cantidad de patologías y muertes resultaría de importancia fundamental no solo para el conocimiento de estos seres vivientes, sino para la Medicina. Pero nada de eso se proponían el médico alemán Alois Pollander y su colega francés, Casimir Joseph Davaine, cuando abordaron el problema del ántrax.
El ántrax o carbunco es una enfermedad que afecta tanto a humanos como a animales, y el doctor Davaine y el patólogo Pierre François Olive Rayer se interesaron por las muertes de ganado que perjudicaban a los pastores, de modo que observaron al microscopio la sangre de uno de los borregos muertos por la enfermedad. Lo que vieron, además de las células que forman la sangre, fueron unos pequeños bastoncillos cuya descripción publicó Rayer en 1850. Eran, imposible saberlo entonces, las bacterias que hoy conocemos como 'Bacillus anthracis'.
Con la misma preocupación, pero sin conocer los trabajos de Davaine y Rayer, Alois Pollander, que atendía en el pequeño poblado de Wipperfürth, se interesó por la enfermedad y en 1855 observó también al microscopio la sangre de uno de los animales muertos por la enfermedad. Eran los mismos bastoncillos que habían visto sus colegas. Con un sólido espíritu científico, Pollander repitió la experiencia varias veces antes de atreverse a publicar.
En 1863, Davaine hizo un experimento para tratar de contagiar a algunos animales con la sangre de otros que habían sucumbido al carbunco. No le interesaba demostrar que los bastoncillos que había visto fueran la causa de la enfermedad, solamente buscaba determinar si el ántrax era una enfermedad transmisible o, como creían algunos a su alrededor, era producto de otros factores. Su experimento fue exitoso y su demostración de que el ántrax era contagioso influiría, como el trabajo de Pollander, en los estudios de Robert Koch, aunque la hipótesis de Davaine fue que la enfermedad se transmitía mediante una sustancia que él llamó 'bacteridia'.
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Koch retomó el testigo de los estudios con el ántrax confirmando, primero, los resultados que había obtenido Davaine, pero además descubrió que las bacterias contenían endosporas, es decir, formas durmientes de la propia bacteria que podían yacer en el suelo e infectar a los animales que entraran en contacto con ellas en el futuro.
Los hallazgos de Koch fueron, al fin, la confirmación de la teoría de los gérmenes patógenos de Pasteur. A partir de ellos, y utilizando las técnicas de laboratorio desarrolladas por el propio Koch, como el uso de colorantes para ver más fácilmente las bacterias bajo el microscopio, se fue identificando a diversas especies como causantes de la lepra, la gonorrea, la fiebre tifoidea, el tétanos, la brucelosis, el cólera, la difteria y el gran asesino que fue la peste. Con esta información, el ser humano pudo, por primera vez, combatir muchas infecciones que lo habían asolado durante su historia.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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