!["De un poema no se puede salir ileso"](https://s1.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/pre2017/multimedia/noticias/201610/16/media/alberto-buena.jpg)
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Guillermo Balbona
Jueves, 20 de octubre 2016, 07:23
Sostiene que la poesía es «todo aquello que permite que hallemos una nueva relación con las cosas, con la realidad, con nosotros mismos. La poesía así no necesita siquiera de las palabras». El poeta cántabro Alberto Santamaría (Torrelavega, 1976) publica el próximo día 24 uno de esos volúmenes que marca un antes y un después en la trayectoria de un autor. Su 'huésped esperado', que ve la luz en La Bella Varsovia, que dirige Elena Medel, reúne los cinco poemarios editados entre 2004 y 2016, además de varios textos inéditos. Una jugosa panorámica que abarca más de una década de publicaciones y muchos otros años de creación. En su escritura se hibridan la filosofía, la poesía y la política: «...con la sensación de que vemos más claro entre lo oscuro».
Doctor en Filosofía y profesor de Historia Contemporánea y Estética en la Universidad de Salamanca, finalista del Premio Nacional, el autor de 'El hombre que salió de la tarta' o 'Notas de verano sobre ficciones del invierno', asegura que «la función de la poesía es carecer de función real en medio de una sociedad que exige que todo funcione como una máquina».
¿'El huésped esperado' es ese equipaje de deslumbramiento pero también desgarro que contiene el hecho poético?
Sí, en cierta medida puede decirse que sí. El título hace referencia a una obsesión que recorre tanto los cinco libros que se reúnen aquí como los inéditos. Esa obsesión tiene que ver con la espera. La espera de algo no decible, no reconocible pero deseado, es lo que vertebra mucho de lo que he escrito. Esa espera en ocasiones tiene que ver con la muerte, o con el deseo, y en otras con el fracaso del lenguaje cotidiano para nombrar las cosas. El poema es la espera de otro lenguaje -no sé sabe cuál- con el que deseamos penetrar en las cosas, en los pensamientos, en la realidad. Es algo así como una vía de acceso y de conocimiento diferente a la racional. Por otra parte, este título, El huésped esperado, fue una opción que siempre barajé para los libros que están aquí contenidos. Cada uno de estos libros tuvo en su momento este título de modo provisional. A última hora, sin saber por qué, lo desechaba. Cuando los he reunido en un solo volumen me he dado cuenta de que ese título era el que necesitaba.
Su poesía reunida abarca doce años...Hay quien puede decirle que es prematura esta revisión o tardía dada la profusión de obra publicada teniendo en cuenta su edad...
Reúno lo publicado en doce años: El hombre que salió de la tarta (2004), Notas de verano sobre ficciones del invierno (2005), Pequeños círculos (2009), Interior metafísico con galletas (2012) y Yo, chatarra, etcétera (2016). No lo escrito en doce años. Algunos poemas son anteriores a 2004 en su escritura. La idea era por una parte reunir en un volumen los libros donde se halla una cierta línea reflexiva y poética similar. Algo así como un proyecto poético. Por otra parte, hay algo más simple. De los cinco libros reunidos aquí, cuatro fueron publicado en editoriales que ya no existen, como DVD ediciones y El Gaviero. El otro, Notas de verano sobre ficciones de invierno, fue publicado por Visor. Al reunirlos en un solo libro, formando un único proyecto, es posible acceder a ellos de nuevo. En este sentido, debo un enorme agradecimiento a Elena Medel, que ha apostado por el proyecto desde el principio.
De su editora, la también poeta Elena Medel, dicen que es una cazadora de unicornios. ¿Es usted uno de ellos?
No lo sé. Al menos sé que intento pinchar y clavar y herir si me dejan.
Cuando mira atrás y recorre sus poemarios ahora agrupados. ¿Qué ve? ¿Hay olvidos, vacíos, perfectas imperfecciones, descaro, petulancia, sinceridad, inmadura madurez?
La revisión ha sido interesante. Al principio pensé en la posibilidad de reescribir algunos de los poemas, sobre todo aquellos que leídos desde hoy me parecen algo cursis o inocentes, pero finalmente tomé la decisión de hacer todo lo contrario. Los poemas aparecen tal cual fueron escritos y publicados. He cambiado alguna coma, y corregido erratas, pero no hay cambios reales. Me parece la opción más justo con aquel que fui a la hora de escribirlos, que es muy diferente al yo que ahora escribe y lee. No mejor ni peor, sino otra persona.
¿De 'El hombre que salió de la tarta' a 'Yo, chatarra, etcétera' caben muchos poetas en uno?
Siempre me veo como un aprendiz, como si estuviera en proceso de escribir ese poema que está ahí, más o menos cerca, a la mano, del cual conozco sus palabras, pero que nunca llega. Quiero decir: hay un poema que deseo escribir, aunque aún no sé cómo será, al cual aspiro llegar con el lenguaje, pero que nunca termina por escribirse, y que creo que jamás escribiré. Esa búsqueda de la palabra y del poema está ahí. Al mismo tiempo, leo mucha poesía y de la poesía de otros aprendo acerca de mí y del lenguaje. Y también aprendo de mis hijos, por ejemplo a apreciar el rap, cosa que hasta hace nada detestaba.
Incluye una colección de inéditos que atisba un posible nuevo libro. ¿Hacia dónde camina el Alberto Santamaría poeta?
Cada vez más hacia una escritura que busca la sencillez y la depuración en el ritmo. Por otra parte, hay una cita que aparece en un poema de 2004 que al leerla a día de hoy me reafirma en una idea: la importancia del lugar, del paisaje. Decía Wallace Stevens: «La vida es una cuestión de personas, no de lugares. Pero para mí la vida es una cuestión de lugares, y ése es el problema». Sobre ese tema, la importancia del lugar, trato de pensar ahora (y creo que siempre). El lugar y la memoria es algo que está en toda mi poesía, pero que ahora se impone con mayor necesidad. Por ejemplo, mis últimos poemas se centran en el vacío del paisaje castellano, un paisaje cruzado a su vez por áreas de servicio, gasolineras y pueblos y gentes que se diluyen lentamente. En libros anteriores, como Pequeños círculos, hay una recurrencia al paisaje industrial y obrero de mi infancia como niño que crece en un polígono industrial a las afueras de Santander, en una familia de clase obrera. El paisaje para mí es determinante.
¿Se arrepiente a veces de lo escrito o se borra con otros nuevos poemas?
No me arrepiento de lo escrito. Sería un poco idiota. Lo que me cabrea es no poder volver a ser a aquel que fui y escribió aquello.
Su mirada es crítica, cuando no irónica, y apela a la reflexión. ¿La poesía sigue teniendo esa tierra de nadie para extraer nuevos lenguajes?
La ironía me parece una herramienta clave. Pero eso sí, no entiendo la ironía como el chascarrillo o la mera risotada. La ironía en el sentido romántico, en el sentido de Schlegel, es la que me interesa. La ironía como forma de cuestionar un supuesto orden racional de los hechos. La ironía sería la forma de usar el lenguaje para hacer explotar lo pactado, lo racional, etc. Hay una palabra que odio a rabiar: consenso. Creo que la poesía tiene el poder, a través de la ironía, de introducir disensos en ese mundo paradisiaco del consenso donde se nos invita a comulgar con ruedas de molino. En este sentido veo al poeta, como decía Schlegel, como un 'bufón trascendental'.
¿Cree en eso que llamamos evolución?
No creo en la idea de evolución en las artes. Las artes mutan, pero no evolucionan. Las ciencias sí, las artes no. Un químico hoy no puede decir, paso de la química actual, yo me voy a dedicar a la química del siglo XVI que es más interesante. Sería ridículo. La química es una ciencia acumulativa y por tanto evoluciona. Sin embargo un poeta puede perfectamente escribir poemas como en el siglo XVI, o mezclar esa influencia con la actualidad. Y no pasa nada. La mutación es clave en el arte.
¿Se diría que existe una obsesiva insistencia en elaborar la gran y definitiva antología generacional?
Hubo una época pre-crisis donde no estar en una antología determinada significaba no existir. Afortunadamente ahora es algo diferente. Hay nuevas editoriales, editores con nuevas ideas, y eso fortalece la idea de una necesidad de ver la poesía de un modo más relajado. Hay antologías, por supuesto, pero con intenciones quizá menos absolutistas en lo relativo a imponer cánones.
Su editora está convencida de que «hay libros de poemas que cambian de verdad vidas». ¿Usted también lo cree?
Sin duda. A mí, que soy lector de poesía desde que un día en el Pryca, con quince años, me hice -no diré cómo- con 'Hijos de la ira' de Dámaso Alonso, y de una antología poética de José Luis Hidalgo, la poesía me cambió la vida por completo. No sería el mismo si no hubiese tenido esa experiencia de las palabras generando un efecto nuevo en mi cabeza. Los poemas, algunos por supuesto, poseen ese elemento por el cual se cuelan en ti, como un alien, y te hacen ver el mundo de otro modo. Luego ese alien sale de ti, pero ha dejado su huella. La poesía es esa huella que deja en ti el lenguaje y la experiencia nueva de mundo. Por supuesto que hay libros que cambian vidas.
-¿A la poesía se llega con el pecho descubierto y pisando mierda hasta mancharse de todo?
A la poesía se llega para mancharse de uno mismo y de sus obsesiones y se sale siempre herido, pero feliz. La poesía es un disfrute trágico.
¿Un poema debe ser siempre incómodo, o no es poema?
De un poema no se puede salir ileso. Creo que esa es la base. Si de un poema se sale igual que al entrar en él algo falla. Un verso, una palabra, ahí esta la clave. Si ese verso o esa palabra te ha provocado una experiencia diferente, ya no sales igual. Mi objetivo, y creo que el de muchos poetas, es ese. Y muchas veces no lo conseguimos. He ahí el tema.
¿Se puede ganar en hondura y perder sensibilidad?
Supongo. Creo que el equilibrio es difícil de conseguir. En cualquier caso, como repetía Eduardo García, admirado amigo, filósofo y poeta recientemente fallecido, hay que buscar una poética del límite, el lugar donde lo racional y lo emocional se tocan. Sobre esa frontera trato de construir mis poemas.
¿Escribir hoy es resistir?
Escribir es insistir más bien.
¿Por cierto cómo valora el Nobel a Dylan?
No tengo opinión al respecto. Parto de la premisa de que son premios que no deberían existir, así que. Como tampoco creo que deba existir una Real Academia de la Lengua, por ejemplo. Por otro lado, no me parece mal que lo gane un músico, aunque hubiese preferido a Iggy Pop o Neil Young o Paco Ibáñez, por ejemplo.
¿En qué anda metido el Alberto Santamaría ensayista?
En 'Narración o barbarie', que se publicará el año próximo, donde abordo la cuestión de cómo el capitalismo nos ofrece novelas y relatos acerca de nosotros mismos y que normalmente aceptamos sin rechistar. Estoy trabajando sobre el lenguaje, sobre las formas de dominación a través del lenguaje. Como ve, todo está entrelazado.
¿Hay distorsión entre la reflexión de sus ensayos y la supuesta emoción que pide la creación poética?
Sí, en realidad son territorios distantes, aunque complementarios. Un buen amigo me dice que mis ensayos son formas de justificar mis poemas, y tal vez así sea.
¿El dolor es el diapasón de la escritura?
Sin experiencia de dolor no hay poesía. Pero el dolor puede se trascendido, puede convertirse en alegría, la alegría de ser y de convivir. Era lo que decía Hierro: «Llegué por el dolor a la alegría./ Supe por el dolor que el alma existe...».
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