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mada martínez
Domingo, 23 de octubre 2016, 07:57
Ha contado Marta Sanz en entrevistas que tomar clases en la ya extinta Escuela de Letras de Madrid le ayudó a abrir los ojos y mirar de frente las tripas de la literatura. «Ir a clase fue como salir del armario. Te expones a ... las críticas y las sabes asimilar. Conoces a gente inquieta, aprendes las cosas que no debes hacer y a leer con sentido crítico», contó la escritora autora de numerosas novelas y Premio Herralde por la última, Farándula en una entrevista con Iñaki Esteban.
Aquella escuela a la que asistió Sanz hizo de su nombre algo así como un genérico para designar estos espacios. La fundaron, en 1989, el poeta Juan Carlos Suñén, el editor Constantino Bértolo y el escritor santanderino Alejandro Gándara. Fue un centro pionero en muchos aspectos, superaba la idea de taller literario y promovía una formación e investigación integrales. Su nómina de profesores incluyó a Millás o Guelbenzu. Como indicó Suñén en 2011, en un texto a modo de despedida: «Por sus aulas pasaron novelistas, poetas, críticos literarios, editores o periodistas que consideraron su actividad docente como una obligación ligada a sus propio compromiso con la formación del gusto y del criterio».
Gándara dirigió la escuela varios años. Sobre el momento de su nacimiento opina: «El contexto en que fue creada la Escuela de Letras [] era bastante carencial en lo que se refiere a la enseñanza de la creación literaria, sustraída casi exclusivamente por los programas académicos, y en un momento en que el mercado del libro y en particular de los autores españoles comenzaba a despegar. Del mercado ya temíamos lo que vino a continuación: reglas de producto y consumo». ¿Qué objetivo se planteaba aquella escuela? «Nuestra intención era básicamente crear generaciones de lectores y de amantes de la escritura que pudieran crear una opinión que contrarrestase la tendencia que se preveía dominante y también investigar el hecho literario desde el punto de vista del conocimiento riguroso. Creo que ambas cosas se consiguieron en la medida en que lo permitió el ambiente, que ya anunciaba un deterioro creciente».
Talleres, un origen
En Francia, en los sesenta, se creó OuLiPo (acrónimo de Ouvroir de littérature potentielle, en español Taller de literatura potencial), un grupo de vanguardia y experimentación formado por escritores, artistas, matemáticos. Los miembros de OuLiPo buscaban nuevas estructuras y formas potenciales que entregar al mundo literario para que se usaran como convinieran. Se atribuye a OuLiPo el origen, al menos simbólico, del taller literario moderno. Raymond Queneau y su libro Ejercicios de estilo pululan en ese comienzo.
Saltando al presente y aterrizando en España, salen al paso másteres universitarios y una red de escuelas y centros que imparten talleres o cursos o ciclos de escritura y saberes literarios, tanto presenciales como on-line, muchos concentrados en las grandes capitales, y otros abriéndose paso en la periferia.
Es el caso de la Escuela de Letras de Gijón, que acaba de inaugurar un nuevo curso. La escritora Leticia Sánchez Ruiz imparte aquí el ciclo de Narrativa breve y para ella es un espacio lleno de herramientas que pulen el talento o fijan la pasión literaria.
¿Qué se enseña en esta escuela? La autora de Los libros luciérnaga o El Gran Juego apela a la cuestión práctica: «García Márquez decía que en una cátedra de literatura, con un señor sentado soltando un imperturbable rollo teórico, no se aprenden los secretos del escritor. El único modo de aprenderlos es leyendo y trabajando. Esto es lo que hacemos en la Escuela: compartir experiencias, mostrar problemas, leer a los grandes maestros, [] descubrir los trucos del mago, qué es lo que hace que una historia merezca ser contada o cómo se puede llevar a cabo la historia que se quiere contar».
Sus alumnos son muy distintos en edad, tienen entre 14 a los 75 años; en inquietudes; en aspiraciones-, y, en general, acuden al curso vislumbrando un comienzo, subiéndose a la narrativa breve como si de un trampolín se tratara.
Sánchez Ruiz lo entiende y al mismo tiempo defiende el cuento como bastión literario de primera. «El cuento, debido a su brevedad y a la capacidad ilimitada de experimentar con él, suele ser el comienzo de todo escritor. []. Y así trabajamos. Pero también les muestro que el cuento no se puede tomar simplemente como un paso de preparación hacia la novela, sino que resulta uno de los géneros más prodigiosos». Cita a grandes cuentistas, Borges, Chéjov, Poe. «La historia de las letras no se entendería sin él».
¿La voz literaria se construye en estos talleres, en estas escuelas? «En la Escuela no se construye, sino que se dan herramientas. La voz, el estilo de un escritor es como un hermoso arcón de madera y lo que los profesores hacemos es darle serruchos, martillos, clavos y papel de lija para que los alumnos lo puedan construir».
Otro escritor, Juan Gómez Bárcena, habla en términos parecidos: «Las escuelas de escritura creativa no crean escritores. Sólo dan las herramientas adecuadas para acelerar determinados procesos de aprendizaje o, lo más importante, guiar al alumno hacia determinadas lecturas y técnicas que difícilmente podría descubrir por sí solo. A veces, a resultas de ese aprendizaje, surge un escritor, y es una de las mayores satisfacciones que puede experimentar un profesor. Pero también es muy placentero ayudar a otros alumnos que acuden a clase guiados por objetivos mucho más modestos, como escribir un relato de su vida que regalar a sus nietos en Navidad o mejorar su expresión verbal de cara a escribir reportes de trabajo».
Gómez Bárcena, autor de Los que duermen y El cielo de Lima (Salto de Página), declara un profundo interés por la docencia,una faceta que desarrolla en Madrid. «Me obliga a reflexionar sobre las herramientas literarias y por tanto a repensar mi oficio de escritor». Ahora trabaja en un libro sobre técnicas de escritura de novela con Fuentetaja, en cuya escuela imparte cursos de novela. Está a punto de iniciar una colaboración virtual con Central de Escritura (México), y, al mismo tiempo, dirige programas de escritura creativa en la Escuela de Escritores, y lleva dos cursos en Hotel Kafka: uno sobre no-ficción llamado Basado en hechos reales; y La supervivencia del escritor, junto con el periodista y escritor Juan Soto Ivars.
Adora este último curso. «Es el taller del que estoy más orgulloso []. Nos dimos cuenta de que existía una gran variedad de ofertas de cursos dedicados a la enseñanza de la escritura creativa, pero ninguno dirigido a ayudar a los alumnos a mover sus manuscritos por premios, becas o editoriales. Y ése fue el programa que diseñamos, pensado para alumnos que ya han escrito su primera obra y no tienen facilidad para sacarla del cajón. De momento nos ha dado excelentes resultados, y algunos de nuestros alumnos, como Claudio Mazza o Paco Bescós, han publicado sus excelentes novelas en diferentes sellos editoriales».
Al mismo tiempo, este tipo de docencia procura ingresos para llegar a fin de mes. «En España, los escritores no podemos vivir de la venta de libros, como imagino que los mencionados Claudio Mazza y Paco Bescós habrán descubierto al recibir sus liquidaciones».
El editor Pablo Mazo también ha frecuentado la docencia literaria. Ahora prepara dos proyectos muy prácticos para manejarse en el mundo literario y editorial. Uno está basado en su experiencia profesional de los últimos diez años: un taller de edición para escritores. Se trata de «tips y consejos sobre el mundo editorial, a menudo tan desconocido e idealizado, y la forma de presentar una propuesta para conseguir que nuestro manuscrito tenga opciones, si no de ser publicado, al menos de ser valorado». El segundo proyecto es un curso de contenidos literarios y factura más convencional, explica.
Mazo considera que España cuenta con una red de escuelas y cursos «amplia y profesionalizada, al menos en las principales ciudades». ¿Hay demanda? «Sin duda, basta comprobar el número de matriculados, especialmente en los talleres básicos de escritura creativa».
Mazo, cofundador de Salto de Página, cree que quizá un taller literario no conduzca hacia la voz propia así, fácilmente, pero «lo que sí puede hacer es brindarnos las herramientas y conocimientos para que esa búsqueda sea menos ardua y tenga posibilidades de éxito».
El editor defiende, además, el valor de estos espacios porque ofrecen una alternativa. «Cumplen una función fundamental: llenar un vacío del aprendizaje de la literatura tal y como se concibe en nuestro sistema educativo, algo que no ocurre, por ejemplo, en el ámbito anglosajón».
Gómez Bárcena coincide en que, en España, hay un buen número de talleres, aunque concentrados en ciudades grandes, Madrid y Barcelona. Hace un año, preguntado, sobre la razón de que en Santander hubiera tan pocos narradores, «aduje que la ausencia de carreras de letras en la comunidad impedía la creación de un semillero de filólogos o periodistas, entre los que se concentran muchos de los futuros escritores. Ahora añadiría que la falta de talleres literarios en Santander repercute en este mismo sentido».
La ciudad, la comunidad cuenta con algunos espacios para la reflexión literaria: el Aula de Letras de la Universidad de Cantabria, talleres de creación en librerías, clubes de lectura de poesía, cursos de autor organizados en la UIMP, etcétera. De forma esporádica, afloran las convocatorias de talleres de escritura en universidades o por ayuntamientos.
La ambiciosa Escuela de Humanidades
Alejandro Gándara, Premio Nadal por su novela Ciegas Esperanzas o Herralde por Últimas noticias de nuestro mundo, está al frente de otro proyecto ambicioso: la Escuela Contemporánea de Humanidades (EHC, también en Madrid), que recoge el testigo de aquella de Letras, pero con horizontes más amplios.
«La Escuela de Letras cumplió su papel hasta el año 2000 y enseguida se observó que necesitaba dar un paso adelante respecto de la educación estrictamente literaria. Nuevas formas de pensar y definir lo real, acceso a conocimientos interdisciplinares, contraste entre creadores de ámbitos diferentes, tanto artísticos como científicos e impulso de las capacidades y posibilidades de los autores y, ya de paso, de cualquier persona interesada en el mundo que nos estaba tocando vivir, se convirtieron entonces en los objetivos de la nueva enseñanza, y una Escuela de Letras parecía limitada para llevarlos a cabo. Se creó en ese mismo año la EHC, un proyecto que daba cabida no solo a creadores artísticos, sino a todos aquellos que pudieran obtener de la creación herramientas de uso cotidiano, implicadas en la toma de decisiones, en el diseño de grupos de trabajo, en un nuevo horizonte intelectual, en suma».
Gándara entiende que no existe una institución similar en España. La ECH «sólo tiene comparación con las escuelas de altos estudios, que no tienen presencia en España, y que son lugares de invención, renovación y riesgo, tanto en los programas como en la actitud de los individuos que participan de ellos. No hay más de un puñado de ellas en todo el mundo, y siempre están reservadas a las élites procedentes de ciertas institucones académicas, como el Instituto Tecnológico de Massachusetts, la London School of Economics o las de la Sorbona en París». Aquí, apunta Gándara, reside un valor de la EHC, que no está reservada a las élites, «sino que aspira a convertirse en un sistema de uso universal».
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