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Rafael Manrique
Santander
Jueves, 1 de diciembre 2022
Ezra Pound era un fascista, un exagerado, un gran poeta. Y un loco. James Joyce era un alcohólico, un impredecible, un gran novelista. Y un loco. Sin embargo, ninguno de los dos estaba loco. Y no lo estaban porque la locura no existe. Se aplica como un concepto poético o bien a una valoración social que designa una conducta absurda o rara, o a una actitud transgresora, o a una personalidad alterada o a un heredero del que conviene deshacerse. Lo que llamamos locura responde a una de estas situaciones o es una enfermedad mental, llamada psicosis, que nada tiene que ver con lo anterior ni con la creación literaria. Los psiquiátricos nunca estuvieron llenos de 'Shakespeares' a pesar de la admiración que Michel Foucault mostraba en sus primeras obras.
Es necesario deshacer la vinculación de la alteración mental con la genialidad, la maldad, la clarividencia o lo demoníaco. La locura, cuando es sinónimo de una enfermedad mental como la esquizofrenia, implica en los casos severos una disgregación cognitiva y sentimental de la existencia. Algo incompatible con casi cualquier actividad. Sin embargo, es frecuente escuchar en cursos o medios de comunicación que la locura genera literatura y que la literatura es producto de la locura. De ninguna manera es así.
Lo que se puede afirmar es que algunas personas podrán, en determinados momentos, usar sus alteraciones mentales para escribir ya que sí existe relación entre creación literaria y sufrimiento personal. Para escribir hay que sentirse abandonado, desgraciado, incomprendido. Entonces el propio universo de intereses, deseos y valores se colapsa. Alguien feliz no escribe y si lo hiciera produciría un texto aburrido. Pero ser infeliz no garantiza nada. Algunos románticos lo intentaron. No funciona como método, pero la locura es un recurso metafórico literariamente muy útil.
Francis Scott Fitzgerald
William
Faulkner
Emily
Dickinson
Charles
Bukowski
Alejandra
Pizarnik
David Foster
Wallace
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Si se está inmerso en severos conflictos y contradicciones caben diversas respuestas. Una de ellas es escribir. Pero eso no garantiza que se haga bien. Es necesario que la persona sea capaz de transformar su experiencia, compleja y difícil, en una narración que nos conmueva. De lo contrario resultará una batallita, una anécdota. Si lo que se relata afecta y transforma, aun de diferente manera, a muchas personas a lo largo de los siglos, estaremos ante una obra maestra. La creación literaria de calidad no tiene explicación ni método. Nadie sabe bien en qué consiste y cómo se genera. No hay escuelas de creación artística o literaria que la promuevan.
¿Qué tipo de sufrimiento psicológico se relaciona con la creación literaria? Sobre todo del que producen las alteraciones de la personalidad o los conflictos interiores que generan ansiedad y depresión, como en el caso de la neurosis. Pensemos en Italo Svevo o Milan Kundera. La personalidad que, según Carlos Castilla del Pino, es la forma de estar en el mundo consta de cuatro dimensiones: intelectual, erótica, corporal y actitudinal. Cualquier déficit en una se tratará de compensar aumentando otra. Eso provoca desequilibrios que generan síntomas… o literatura. Esas alteraciones o sesgos de la personalidad generan personas raras. Su inserción en el mundo es muy singular y desde ahí pueden sufrir sí, y también crear obras originales. Es el caso de Franz Kafka imaginándose transformado en un monstruoso insecto o Fernando Pessoa convirtiéndose en diversas formas de sí mismo: los heterónimos.
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¿Las personas alteradas son creativas y las personas creativas están alteradas? Sí, dicho en términos generales. Hay relación entre un ser humano creativo y uno mentalmente «inestable» ya que en ambos se pueden encontrar patrones de funcionamiento poco convencionales, de manera que pueden unir aquello que está desconectado y separar aquello que está unido.
La situación de equilibrio o desequilibrio mental tiene una distribución continua. No se resuelve con un sí o un no. Pero sí existe un límite que no se ha de cruzar. Entre los márgenes de ese umbral, la mente puede producir ideas, historias, sentimientos, conexiones que una persona con talento puede aprovechar. Emily Dickinson o Franz Kafka nunca lo cruzaron, Virginia Woolf o Robert Walser sí lo hicieron. Arthur Rimbaud posiblemente se quedó en ser un salvaje y tampoco lo hizo. Antoni Artaud sí lo cruzó. La literatura es de las pocas artes humanas que tiene un pie en cada mundo: racional y alterado, con acceso no solamente a los significados evidentes y compartidos de las cosas y personas, sino también a los más oscuros, más difíciles de atrapar. Las obras de Jean-Marie Gustave Le Clezio o John Maxwell Coetzee son ejemplos notables de esa exigencia. Pero también el realismo más explícito, pensemos en Cormac McCarthy, puede ser demoledor.
Un caso particular es el alcohol. A dosis no muy elevadas disuelve los límites que estructuran el funcionamiento cerebral y algunos escritores lo aprovecharon bien. Es el caso de William Faulkner, Charles Bukowski o Francis Scott Fitzgerald. Tuvieron un pie entre la cordura y la locura. Mientras mantuvieron ese equilibrio pudieron acceder a contenidos y formas expresivas a las que si no, es casi imposible llegar. Otros, como William Shakespeare o Miguel de Cervantes, no estaban locos y fueron capaces de retratar de forma magistral la locura. Eran genios de lo narrativo sin que sus obras estuvieran directamente vinculadas con sus dramas vitales. Shakespeare expresó el temor, la perplejidad, el asombro y el espanto de toda existencia. Describió la desgracia como si fuera una de las grandes fuerzas del universo. Sus textos no están sujetos al tiempo y al espacio. Poseen la perennidad que observamos en los mitos, capaces de conmover a los seres humanos en todo momento y lugar. La grandeza del genio se manifiesta en el equilibrio de todas las facultades, incluidas las exageradas o contradictorias. Añadidas a un talento introspectivo y literario que no es posible explicar. La literatura española ha dado notables ejemplos: el personaje de Don Quijote, de Cervantes.
Estas diferencias entre locura y cordura se observan en el pensamiento de los clásicos griegos. Su medicina clasificó en cuatro las alteraciones de la psique y las asociaba con diversos dioses. Sin embargo, la creación poética estaba relacionada no con ellos sino con las Musas.
Es curioso que Sigmund Freud fuera ambivalente respecto a locura y literatura. A pesar de su amor por esta última perpetuó su estigmatización al considerar todo arte como hijo de la neurosis, lo cual implicaba que la curación acabaría con la capacidad artística. Una idea que llevó a Virginia Woolf a desconfiar de los propósitos freudianos: sería la muerte del novelista.
Literatura es escribir algo que altere, que destroce, que nos haga expandirnos, llegar a donde nunca se fue. Es desear y sentir lo que nunca se hizo o a lo que nunca se llegó. A lo que tal vez nunca se llegue o, en el fondo, ni siquiera se desee de verdad, pero que sí hubiera sido posible. Por utilizar los términos de Lope de Vega para definir el amor, la literatura consiste en aquello que te haga sentir «que el cielo en un infierno cabe». La literatura está unida a lo que nos sitúa violentamente fuera del mundo. Es lo que sostiene Vargas Llosa cuando afirma que un irremediable desacuerdo con la realidad es lo que enciende el fuego de la imaginación.
«Todos nacemos locos. Algunos continúan así siempre».
Samuel Beckett
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