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Los 4,5 metros de altura de 'Carlota', ese imponente y sugerente rostro femenino como metáfora del cuerpo humano que, pese a sus ojos cerrados, ha mirado a la ciudad desde el Palacio de la Magdalena, se han convertido en un icono del verano. La obra de Jaume Plensa, que invita a la contemplación y a la introspección, es un exponente de cómo el arte hace ciudad, de ese hábitat donde creación, belleza y espacio dialogan propiciando una comunicación y un acercamiento entre la ciudadanía y el hecho artístico. La presencia de la gran escultura, ubicada en junio en la península santanderina con motivo del 90 aniversario de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, cedida por el artista, permanecerá en la ciudad, en principio hasta el próximo día 30 de este mes. En estas apenas trece semanas el escenario en torno a la pieza ha asumido la condición de referente y son muchas voces que han expresado el deseo de que la escultura de uno de los grandes artistas contemporáneos se integrara de forma permanente en el paisaje urbano de Santander. Hasta ahora no se ha registrado ningún pronunciamiento municipal sobre la futuro de 'Carlota'. En el entorno del Palacio –al margen de los hitos monumentales de Agustín Ibarrola, por ejemplo, o los dedicados a Vital Alsar y Félix Rodríguez de la Fuente, hay creaciones escultóricas como la Tela de araña de Tom Carr o el Atios de Manuel Paz Mouta. Santander, sin embargo, ha sido poco cuidadosa con el arte público: desde la falta de un proyecto coherente a la ausencia de debate, desde la mala praxis a la hora de decidir lugares, espacios y destinatarios a la falta de criterios estéticos, plenamente democráticos y necesitados de un debate publico. En la propia Magdalena se vivió la destrucción de 'La rosa de los vientos', la instalación del austríaco Adolfo Schlosser, o la desaparición de la obra de piedras y rosas de arte povera realizada en Santanderpor Mario Merz, uno de sus iglús condenado al olvido, primero, y a su práctica destrucción y desaparición más tarde. Como expresó en su día el escultor Eloy Velázquez, a propósito de otros despropósitos en la gestión pública del patrimonio, «cultura y destrucción son términos brutalmente antagónicos e incompatibles». Lo cierto es que en esa ciudad de la cultura a la que aspira Santander, para la que asoman en perspectiva y a corto y medio plazo varios equipamientos e infraestructuras, especialmente ligados al arte y al lenguaje museístico, están aún pendientes: el debate sobre ese vínculo entre el arte y la ciudadanía (el arquitectónico se ha avivado en los últimos años desde varios sectores, empezando por el propio Colegio de Arquitectos); la necesidad de redefinir el arte público, su sentido y sus objetivos; la notoriedad, relación y presencia que debe tener en esos nuevos escenarios; o la propia integración entre el epicentro de esa oferta cultural y la periferia y el protagonismo de los barrios con una verdadera presencia del arte urbano y callejero. El ecosistema de arte público en Santander ha carecido de término medio. Desde auténticos esperpentos sin sentido en la elección de espacios o faltos de calidad, a muestras importantes en la calle que, desgraciadamente sujetas a lo efímero, no dejaron huella alguna. Tampoco han cuajado los proyectos de escultura pública puestos en marcha en otras localidades y ciudades españolas en las últimas décadas.
Solo el programa Desvelarte, por coherencia como proyecto, puede considerarse una excelente excepción y exponente de buenas prácticas. Diálogo con los ciudadanos, debate de fondo y, sobre todo, protagonismo del arte y los artistas cántabros, lo cual no suele ser tan frecuente en las mal llamadas políticas culturales. En los últimos años encargos y algunos concurso públicos han corregido defectos y decisiones interiorizadas por la gestión cultural institucional. Los 'pozos' escultóricos de Cristina Iglesias en el entorno de Centro Botín o la ubicación de las obras de Miró en los Jardines de Pereda son ejemplos de una línea de actuación que responde a una integración y cohesión con la arquitectura de Renzo Piano y el límite bahía/ciudad que los acoge.
Hace ahora justamente veinte años se abordaban en Santander dos mesas de debate bajo el epígrafe de 'Ornamentación urbana y nuevas arquitecturas de la ciudad de Santander', de la mano de la Asociación de Galerías de Cantabria. En esa ocasión se hizo un llamamiento a los responsables institucionales en busca de una mayor transparencia en sus actuaciones y en demanda de una información clara sobre los proyectos (muchos de los cuales están ahora en pleno proceso de plasmación). Las esculturas públicas, o las actuaciones en plazas y la nueva ordenación de los Jardines de Pereda subyacían en aquella propuesta destinada a «crear un ambiente de debate y en proporcionar mayor aportación ciudadana». Pero no solo no ha existido continuidad en la iniciativa, sino además persisten asignaturas pendientes: la necesidad de reinterpretar las relaciones urbanas, convirtiéndose en espacios de reflexión y de acercamiento al arte actual; la reflexión sobre la delicada incidencia en lo urbano; más el equilibrio entre integración y contraste y entre presencia impositiva y diálogo con el entorno.
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Con 'Carlota' o sin ella –su presencia permanente sería un signo de excelencia si no es fruto del exceso–, el debate abierto y equilibrado debe tener en cuenta factores como la burocracia estética, la obra pública con fines políticos, la idea de museo al aire libre, la identidad de los proyectos, el sentido y la mirada crítica como eje vertebrador, los límites entre la esfera pública y el interés particular, más la simbiosis con la arquitectura y el urbanismo y, por ende, la identificación posible con la sociedad.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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