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Con 'La voz de la intemperie', se ha sumado a un proyecto editorial singular mutado ya en referencia de lo barojiano. El escritor Iñaki Ezkerra (Bilbao, 1957) autor de cerca de una veintena de libros, que hoy presenta su libro en el Aula de Cultura ... de El Diario (Ateneo, a las 19.30 horas) aporta ahora a través de Ipso Ediciones y su colección 'Baroja & yo', una visión personal del autor de 'El árbol de la ciencia'. Una colección que arrancó con 'Lúcida melancolía' de Soledad Puértolas, y que alcanza ya veintidós títulos, caso de 'Por qué nos quisimos tanto' de Eduardo Mendoza, o 'A contrapelo' de Javier Goñi. Ezkerra, articulista de El Correo, autor de una tetralogía vasca, ha destacado por su compromiso contra el terrorismo que le llevó a militar en el Movimiento Pacifista durante los «años de plomo» y a ser uno de los fundadores del Movimiento Cívico en 1998.
-¿Por qué la voz de la intemperie?
-En algún momento del libro digo que, si Velázquez pintó el aire, Baroja lo escribió. La imagen de una voz al aire libre, al descubierto, a la intemperie, es la que me viene a la hora de definir su legado. Mi percepción de su obra va unida, en primer lugar, a la sensación física de las tardes frías de los extrarradios madrileños en las novelas de 'La lucha por la vida', de aquellos parajes desolados que recorría el héroe probando toda clase de oficios humildes. Sería ésa una intemperie urbana y social. Luego está la intemperie del paisaje vasco y navarro, que Baroja sabe transmitir como ningún otro al describir los caseríos de Vera del Bidasoa en 'La leyenda de Jaun de Alzate' o el Lúzaro de Shanti Andia. Es esa una intemperie natural, rural, ecológica, llena democión por la tierra. Y luego está la intemperie intelectual y moral. No trata nunca de parapetarse en las ideologías ni en una religión para emitir sus juicios. Tiene una sentido profundo de la libertad y del valor del ser humano que le lleva a dar por hecho que la opinión del individuo se justifica por sí sola, sin necesidad de hablar en nombre de las nobles causas, las grandes doctrinas, las siglas sectarias, los iconos sagrados. Baroja habla siempre en nombre de sí mismo.
-¿En qué radica la actualidad y lo contemporáneo de Baroja?
-Pues precisamente en esa forma de lanzarse a la arena de la opinión sin el paracaídas de un partido político ni una doctrina ideológica ni estética ni religiosa. Eso hoy es más necesario que nunca. En esta época se dicen muchas barbaridades y muy agresivas, pero siempre avaladas por una causa doctrinal y un discurso aprendido que se usa como escudo y como licencia. Es lo que hacen los populistas de todo signo y los que hacen suyas sus cantinelas. Pero, paradójicamente, hay mucha gente insegura que no se atreve a pensar por sí misma, a hacerse un criterio propio, a opinar por su cuenta y riesgo, sino repitiendo consignas que le sirven para liberar su adrenalina, su odio y su frustración. En el fondo éstas son personas que no creen en sí mismas, en que su criterio individual, su intuición, sus reflexiones tengan un verdadero valor. Creo que hoy hace falta más criterio y menos odio gregario. Y un buen ejemplo, un gran referente para eso es Baroja. Hoy chirría y parece un radical, un ser intempestivo, porque va a su aire y es políticamente incorrecto. Pero a la hora de la verdad es un gran moderado.
-Su madre le escondía los libros de Baroja. ¿Ello acrecentó su interés por el escritor?
-Por supuesto. Tanto es así que a veces pienso que un poco de prohibición quizá no vendría mal para incentivar la lectura en la gente jovencita. En el mismo armario donde mi madre guardaba sus libros, había varios cartones de LM, de aquel LM de cuando yo tenía doce o trece años, que era maravilloso, no como el de ahora. Las dos cosas me estaban prohibidas y las dos las empecé a practicar a la vez: leer a Baroja y fumar, cosa que sigo haciendo todavía y a contracorriente. ¿Quién me iba a decir que, cincuenta años después y en democracia, seguirían intentando prohibirme el tabaco y que Baroja seguiría estando mal visto por cierto izquierdismo superficial, por el feminismo radical o por el nacionalismo vasco? Igual los resabios del franquismo de los que tanto se habla son ésos.
-¿Y qué era lo prohibido?
-Mi madre pertenecía a una familia republicana y ubicada en el bando perdedor de la Guerra Civil, pero participaba de la atmósfera general de mojigatería que se había impuesto en aquella época, la de los años sesenta. A esa paradoja se añadía la de que era una gran lectora. Para entender su actitud, habría que viajar a aquellos años del desarrollismo económico, pero de oscuridad ambiental. En las casas no se hablaba ni de la guerra ni de política. Eso es lo que estaba prohibido de una forma tácita y fáctica. Mi padre había sido requeté, pero no era un hombre ideologizado y no tenía ningún interés en adoctrinarnos. Le parecía que había que mirar hacia delante. En aquel Bilbao, la gente pensaba en trabajar, en prosperar, en que ganara el Athletic y en que los hijos crecieran sanos, fuertes y apolíticos. En ese contexto, un autor como Baroja, que hablaba libremente contra todo y que describía una España anterior al franquismo, a mi madre le parecería conflictivo, inquietante y malo para los niños.
-¿Cómo define lo 'barojiano'?
-Lo barojiano es la verdadera memoria histórica y social de este país. Baroja nos dice cómo éramos los españoles de finales del XIX, del primer tercio del XX y de la Guerra del 36. Describe la España de la pobreza, de la picaresca política, del hambre, de las tisis, las sífilis y las escrófulas, de la ignorancia, el clericalismo, el militarismo, el asambleísmo libertario, la cerrazón integrista, la charlatanería izquierdista... Describe, antes que eso, el brutal carlismo rural y el intrigante conspiracionismo liberal. Y, después de todo eso, la guerra, la España cainita de las denuncias y de los malos quereres en los dos bandos. Leyéndolo entendemos el presente. La memoria histórica en él no es nunca maniquea ni hace partidismo barato. Es un paisano que mira con la perplejidad del hombre cabal el espectáculo de la barbarie. Lo barojiano es el rasgo sencillo, prosaico, a veces chusco y risible que hay siempre en las imposturas, en las poses exageradas o grandilocuentes. Él humaniza a sus personajes haciéndolos aterrizar con una ironía socarrona en la realidad.
-¿Cómo animaría a un joven lector a descubrir a Baroja y por qué?
-Baroja comprendería muy bien a la gente joven que no sabe que va a hacer con sus huesos en la vida y que se agobia con esa incertidumbre. Él mismo fue así con sus estudios. Por eso es el mejor antídoto contra esas angustias y aprensiones, porque desdramatiza la edad adolescente. Y a la vez a mí me quitó lo peor de la tendencia a las utopías, a los sueños políticos insensatos, que hay en los años de la juventud. Baroja es un baño de realismo sobre la condición humana.Baroja reconoce que valora las comodidades de la vida burguesa pero que sus valores no son los de la burguesía. A mí me quitó muchos pájaros de la cabeza desde muy crío. Me quitó eso que ahora se llama «buenismo». Y también la arrogancia de los soñadores sin por ello hacerme renunciar a unas dosis de rebeldía razonables. Su lectura me parece muy recomendable a los jovencitos con ganas de fusilar, poner bombas y levantar patíbulos para hacer un mundo mejor.
-¿Qué le ha proporcionado Baroja a su vida personal y creativa?
-Yendo a lo esencial, Baroja despertó en mí sentido crítico y la conciencia de que tenía derecho a decir que no me gustaba la realidad que me rodeaba.
-¿Baroja es uno de esos autores necesitado de ser despojado de etiquetas falsas y prejuicios?
-Pasa con todo lo que se desconoce. Lo paradójico es que a Baroja le hayan perseguido en democracia las etiquetas timoratas que le puso la España franquista. Por ejemplo la de misógino, que, aunque parezca lo contrario, es una etiqueta reaccionaria y se la atribuyeron por su condición de soltero y de hombre libre que no respondió al esquema tradicional de «cabeza de familia». Baroja no fue un feminista radical, de acuerdo, pero tampoco lo contrario. Fue un hombre nacido en el siglo XIX y lógicamente desde entonces ha llovido mucho. Pensar en él obliga a ponerse en la mentalidad de su época, de la que lógicamente él no podría sustraerse. No podemos hacer algo tan extendido como mirarle con los ojos y los valores de hoy o pretender que él tuviera esos ojos y esos valores del presente. Pero, aún así yo, lo veo como un pionero en muchos aspectos del tratamiento y de la visión de la mujer en sus novelas. Baroja es el gran retratista de la mujer española de su época. Y pinta siempre a mujeres fuertes, luchadoras, trabajadoras. Muestra una gran delicadeza incluso en los retratos que hace de las prostitutas. A menudo destaca en ellas la gracia, la chispa, la inteligencia natural, la humanidad y el sentido de la dignidad. Yo no recuerdo a ningún miembro de la generación del 98 que mostrara el interés sincero que él muestra por entender la mentalidad femenina. Las mujeres de Baroja comparten en su mayoría un llamativo punto de rebeldía contra el papel tradicional que les asignaba la época. La literatura de hoy es a menudo políticamente correcta y de un feminismo falso, artificial, estereotipado. Ganaría mucho si tratara a la mujer en sus novelas como la trata él, sin adulación pero con respeto. No es un feminista ni un progresista de cliché, de receta, de manual. Su sentido social le sale de dentro.
-«No hay otro autor que exprese como Baroja el asco». ¿Qué significa?
-Decir en la mesa que te da asco algo que te ofrecen es de mala educación. Uno en esos trances tiene que poner la excusa de que eso le sienta mal o le produce alergia. Pero en la vida pública, por ejemplo, hay actitudes, hechos, discursos que no sólo son dignos de rechazo o condena sino que merecen que uno muestre ante ellos repugnancia. A Baroja la hipocresía le producía un asco especial y lo decía. Y decirlo es muy necesario porque el hipócrita se pretende ético, o sea, piensa que te está ofreciendo un manjar moral. Por esa razón es muy bueno desenmascararle, decirle que repugna. Hoy hay en la vida pública, políticos racistas, xenófobos, autoritarios, fariseos, que incluso van de lo contrario y acusan a los demás de sus propias lacras. Y hay que decirles que sus discursos no sólo están errados y son rechazables sino que asquean. Asquea el que se erige en látigo de la corrupción y la lleva escrita en la cara. Asquea el que se erige en defensor de la mujer y es más chulo y machista que nadie.... A esa gente hay que decirle que además de mentirosa es repugnante.
-¿Leer a Baroja es un buen antídoto frente a la estupidez?
-La estupidez puede definirse como 'un movimiento íntimo de la voluntad' que en ciertos seres se acciona como un resorte automático y de manera infalible. No sé si podría curarles de eso. Yo creo que no es Lourdes. Sospecho que hay estúpidos que no se curan ni con Baroja ni con nada. Creo incluso que el estúpido podría hacer una lectura estúpida de Baroja que le revolviera a don Pío en su tumba.
-¿Qué libro reivindica como el más actual del autor vasco y por qué?
-De toda su obra se pueden sacar conclusiones para el presente. Pero, por elegir una de sus novelas, citaré 'El árbol de la ciencia'. Hay un episodio en ella que describe de forma calcada el espíritu de linchamiento de las redes sociales. Me refiero al del tío Garrota, un vecino de Alcolea del Campo al que le acusan de asesinato. Su culpabilidad o inocencia se dirime según las simpatías y antipatías de la gente del pueblo por el médico joven o el médico viejo. Aún cuando se demuestra la inocencia de ese hombre, el pueblo se siente defraudado de que no lo ajusticien. Baroja no conoció la España de Facebook y Twitter ni de la posverdad, pero describe lo esencial de ella en ese episodio en el que lo menos importante es hacer justicia. Como digo en mi libro, la gran diferencia entre la situación que describe Baroja y las de la España actual está en que antes la arbitrariedad se quedaba en Alcolea del Campo y hoy recorre la circunvalación de la Tierra en un tuit que envía un imbécil desde Bielorrusia o Costa de Marfil.
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