![«No hay buenos y malos, sino una necesidad de fabricar realidades para que sean digeribles»](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/201812/07/media/cortadas/leonsiminiani-kXZE-U601811783454U0E-624x385@Diario%20Montanes.jpg)
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En la palabra robo caben todas las clases sociales y sus delitos, cabe también la picardía y el honor. Cabe sobre todo la ambivalencia. Que se lo digan a 'La casa de papel' y sus caretas de Dalí. Siempre ha habido épica en el pecado, sin embargo, Elías León Siminiani (Santander, 1971) ha dirigido su cámara –tan personal como hilarante, como demostró en su celebrada 'Mapa' (2013)– hacia un hombre al que la prensa apodó el 'Robin Hood de Vallecas'. Un ladrón que accedía a los bancos por las cloacas y alcantarillas. ¿Qué hay detrás de un delito? ¿Quién puede ser un delincuente? No hay eufemismo posible para nombrar a un butronero, con la pulsera de la condicional en su tobillo, y sin embargo, con 'Apuntes para una película de atracos', que hoy (19.30 horas) se presenta en la Filmoteca de Cantabria uno se hace cargo de que el cine puede moverse «entre la fascinación y la sombra» sin necesidad de un juicio moralizante.
–¿Alguna vez le han robado?
–Sí, me han robado, de hecho haciendo esta peli me robaron dos veces mi bolsa en el que llevaba lo del rodaje: el ordenador portátil, el móvil. De hecho llamé al policía con el que hablaba para la película y fuimos juntos a Getafe, pero nunca apareció. Sentí mucha impotencia, frustración.
–Siempre quiso hacer una película de atracos, ¿a qué se debe?
–Lo que me interesa, más que los atracos, son algunas pelis de atracos, es decir, aquellas que filman un proceso. Me interesa cuando dentro de una película hay una historia que se detiene para registrar la ejecución de un proceso físico. El mejor ejemplo es 'Rififi' (Jules Dassin, 1955): durante 25 minutos lo único que ves son seis personas en silencio ejecutando algo muy difícil; ahí hay muchatensión, sudor. Me interesa la preeminencia de lo físico sobre los diálogos.
–¿'Apuntes' es un documental sobre un ladrón o sobre la versatilidad del cine para abordar historias sin juicios previos?
–Sobre las dos cosas. Hay una voluntad clara de acercamiento a un otro. Me plantee hacer un paso del yo de mi primera peli ('Mapa', 2013) a un tú, que es el personaje de Flako, un butronero y delincuente que está en prisión. Hay una voluntad de acercamiento a su biografía y a las oportunidades de una clase distintas a la mías, y de hacerlo además desde un sitio para entenderle como persona y no como el titular de un telediario.
–En ese paso del documental autobiográfico de 'Mapa' a la biografía de un ladrón, en esa introspección, ¿ha conseguido descifrar por qué hacemos lo que hacemos?
–No. Y supongo que me voy a pasar toda la vida intentado responder a esa pregunta. Al final, no es tanto encontrar la respuesta como hacerte la pregunta en cada momento de tu vida con el pretexto de hacer una película. Esto de los atracos es una percha para hacer una revisión del momento de la sociedad en la que vivo y de mi propia vida, y al mismo tiempo de las de otras personas distintas a mí. Es como poner un espejo.
–¿Le ha asustado el reflejo de ese espejo?
–No es que me haya asustado, pero me ha sorprendido porque ha tumbado bastantes prejuicios que tengo interiorizados, como por ejemplo la diferencia. Cuando me adentré en esta historia, tenía mucho miedo, y mi primer motor era explorar por qué me producía miedo. A lo largo de este proceso, que han sido cinco años en los que he tenido bastante acceso a Flako y a todo su entorno, ese miedo se ha mostrado por lo menos irreal, cuando no estúpido.
–¿A qué cree que tenemos miedo?
–Sobre todo a nosotros mismos, a profundizar en quiénes somos en cada momento en consecuencia de nuestra biografía emocional. Miedo a estar en contacto claro con eso. Yo personalmente tengo una tendencia bastante fuerte, y la veo en otras personas, a huir hacia delante y vivir haciendo, y cuando me planteo hacer una película lo hago con cierta resistencia a esa tendencia de huida hacia delante.
–¿Por qué le apodó el Flako?
–En el mundo de la delincuencia casi todos se llaman por motes, y le pedí que me dijera alguno, además también por la propia dinámica de la resistencia de la familia al proyecto. Él me daba motes de sus días de gloria, pero no se ajustaban realmente al personaje que estábamos creando, una especie de contador de historias. Sin hacer spoiler, hay un momento al lado de la prisión con una pintada que nos sugiere ese nombre. Se lo propuse y dijo, 'Vale, a partir de ahora soy Flako', y tiene algo de irónico porque no tiene nada de flaco.
–Le llamaban el 'Robin Hood de Vallecas', no sin cierto heroísmo, ¿nos hemos habituado a los ladrones o es posible la reinserción?
–Creo que es posible la reinserción, aunque Flako es muy crítico con ello. Hace falta una dedicación, un tiempo y atención humana, un amor que el sistema no contempla demasiado. En ese sentido, este proceso ha supuesto para él un espacio para que sienta ese acompañamiento. Y la consecuencia de esto, sin pretensión ni tampoco voluntad por mi parte de hacer una película con causa, tiene que ver con que Flako tiene un camino vital nuevo y, de hecho, tiene por delante la edición de su memorias con la editorial Libros del KO. He pasado el testigo a Emilio Sánchez Mediavilla, ahora trabaja con él en la edición de su propia novela. Flako ha salido de prisión y en su cabeza sólo está ejercer de padre y alimentar esa vía de contar historias y expresarse; el hecho de que esté volcando en ello con la misma energía que usaba para robar te hace pensar que es posible la reinserción.
–Flako cuenta que empezó a escribir al pasar 20 horas solo cada día en prisión, la escritura como salvación, ¿qué ha aprendido de él, de su proceso vital?
–Es una persona con una energía excepcional y con hambre de vida. Además, tiene una dinámica de soñador que yo no tengo. Yo soy más cínico, como bien corresponde a un intelectual burgués. No es que lo haya aprendido, lo que intento es que algo de eso se me pegue.
–¿Se puede admirar a alguien que delinque, o nos hemos vuelto demasiado cínicos para juzgar sólo el bien sobre el mal?
–Sí se puede. El delincuente no es un ente, hay que ir uno por uno, como en la vida vas de persona en persona. Al Flako no le veo como un delincuente, le veo como ex delincuente y con una firme voluntad de no delinquir, y le veo como una persona que no pudo ser otra cosa. Su propia biografía le insufló eso por vena. Cuando empiezas a entender el proceso de aprendizaje que ha tenido, cuando más entiendes el contexto, menos le juzgas. Ahí me he movido durante el rodaje de 'Apuntes...', entre esos dos polos que son la fascinación y el juicio o la mirada moralizante. He intentado como cineasta encontrar un lugar medio, sin apología, sin perder la obvia sombra de su vida.
–Esa dicotomía también se ha instalado en política... ¿sólo hay buenos y malos en la actualidad?
–Sin duda. No soy un experto, ni mi opinión es relevante, pero una de las cosas que está pasando es que hay demasiada simpleza, prejuicio y verdad hecha a medida. La vida es mucho más compleja de lo que nos hacen ver. No hay buenos y malos sino personas deleznables y buenas en todos los sitios, lo importante es el contexto, pero convivimos con una necesidad de realidades prehechas para que todo sea digerible y etiquetable. Esa dicotomía no responde a la complejidad de la vida tal y cual es. Para mí es muy importante el contexto para vivir y hacer películas, quién es quién y de dónde viene, y para hacer eso hay que tomarse tiempo.
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