
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Persiguió la pintura hasta el final. Como los grandes, su trayectoria trazó una línea coherente, plena de texturas forjadas en el inconformismo, la inquietud ... y la discreción. De la formación a la docencia, de la disección del lenguaje pictórico a indagar en la creación. Celestino Cuevas (Matamorosa, 1943) falleció la noche del pasado sábado en Madrid tras una larga enfermedad. 'La cosa en mí', expresión elegida por el propio artista para titular su gran retrospectiva celebrada hace dos décadas en el Casyc de la Fundación Caja Cantabria, es toda una declaración de principios del combate que mantuvo con la pintura durante toda su vida. Una pintura incesante que a veces ha quedado oculta, caso de su última etapa, o velada por otra gran verdad que acompañó a su biografía: su influencia y magisterio como profesor de toda una generación de artistas en el instituto de Reinosa. Una 'escuela' reinosana, surgida de su excelente técnica pictórica y que se halla tras artistas como José Aja, Pedro Carrera, José Luis Vicario, Chelo Matesanz, Nacho Zubelzu o Rubén Polanco, entre otros.
El escritor de arte, investigador y crítico Juan Manuel Bonet, exdirector del Reina Sofía y el Instituto Cervantes, definió a Celestino Cuevas como un «pintor guadianesco e inasible». En un escrito se refirió a la primera individual madrileña del artista campurriano que tuvo lugar en 1964 en Arteluz, «óptica de la calle Luchana que consta en los anales de aquella década porque en ella expusieron Quejido, el ZAJ José Cortés y otros entonces 'angry young men'. Luego -recordaba Bonet- fue Fefa Seiquer quien enseñó la obra de Cuevas en la capital. «Profeta en su tierra», de Cuevas Bonet destacaba sus muestras en Siboney, la Caja, el Museo de Santander (hoy MAS), y la Sala Robayera de Miengo. «Pintor con mucha retranca, figurativo o abstracto según las épocas, se ha permitido algún excurso conceptual», concluía Bonet.
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Celestino Cuevas se formó en Bellas Artes y ejerció también la docencia en Madrid. Su obra, según la mayoría de analistas de su creación, evoluciona desde el realismo de corte fantástico a la abstracción expresionista. Influenciado por los pintores del Grupo Cobra, la fluidez del color de Willem de Kooning y el reduccionismo formal de Van Velde, «desde la simbología de las tradiciones rurales y la vitalidad a la hora de abordar el trabajo en el lienzo, elabora un tejido pictórico de alta densidad emocional, donde lo que sucede en la tela es la traslación de la vida, y viceversa». Sus comparecencias más regulares se deben a sus exposiciones individuales en la Galería Siboney (en su antigua sede de Castelar) desde su apertura, a la Galería Evelio Gayubo, de Valladolid (1989) y a Robayera, el proyecto de Miengo, bajo la dirección de Juan Manuel Puente en 1990, cuando la sala empezaba a emerger como epicentro de la descentralización artística de la comunidad.
'La cosa en mí', la exposición, con carácter de retrospectiva, celebrada del 18 de septiembre al 2 de noviembre de 2003 en el Centro Cultural Caja Cantabria es una de las más importantes de su carrera. Un catálogo, con textos de Óscar Alonso Molina y Fernando Zamanillo, ratifica para la historia la importancia de su obra.
José Aja, como apuntaba en su día Bonet, es uno de sus discípulos que mejor conoció la intensidad pictórica de Cuevas, artista «inquieto, inconformista, siempre buscando nuevas formas dentro del lenguaje pictórico». A su juicio, Cuevas «supo mantenerse en la línea de fuego de la vanguardia del arte. Siempre atento y a la intemperie, nos ha ido dejando una obra de una calidad excepcional, rica en todos y para todos los sentidos. Esa inquietud le ha llevado a estar en contacto con las vanguardias internacionales, en unos años donde era muy difícil el acceso a lo que sucedía al otro lado de nuestras fronteras».
Aja, como otros artistas de esa generación, siempre recuerda la instalación que el artista campurriano, ahora fallecido, abordó con un autobús de la línea que cubría el recorrido desde Reinosa a Polientes, y que quedó ubicada en el propio Instituto de Bachillerato donde dejó su huella como profesor de dibujo. Aja recuerda aquel 'objeto encontrado' de tales dimensiones, «recuperado como obra de arte y ubicado, no en un museo, sino en un centro educativo, lo que nos habla de la capacidad de Celestino Cuevas para hacer saltar por los aires todas las normas que asfixian a la expresión artística». Unos cuantos años más tarde, en el verano de 1987, subrayaba Aja en Cuadernos de Campoo, «en Reinosa nos subíamos a La Línea hasta que dos años más tarde se amputó ese proyecto por el desconocimiento de lo que allí se trataba. Celestino pudo haber defendido su trabajo, pero tomó la decisión de que fuera ese final también parte de la obra. Por mucho que se empeñen en aniquilar el arte, siempre resurgirá de sus cenizas, puesto que lo que el arte busca no es su materialidad, sino la esencia que le procura la forma en que se modela esa materia. Eso ahí está, ahora como documento, que es otra forma de hacer arte». En su reflexión definía a Cuevas como «pintor de ideas, conceptual», y confesaba: «Todavía guardo la sensación de esas obras de gran formato, en las que desde un dominio total de la técnica de la pintura, asume los riesgos de otros significados que se insertan en ella, jugando desde la metáfora e instalándose en una posición neobarroca, el pintor en la pintura...».
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En los 90, según Aja, «su obra se desprende durante esos años del cuadro como soporte, es como si todo el objeto de su pintura se hubiera independizado del plano del cuadro, para instaurarse por sí sola como un objeto reencontrado». Desde esta doble sabiduría, de las formas y de los contenidos, Celestino Cuevas (pintor de esencias) «comienza a desprenderse de la mano en un sentido tradicional, se podría decir que traiciona a la mano por acercarse a la pintura como idea», explicaba entonces.
Otra muestra importante, el mismo año que la celebrada en la Caja, fue la colectiva 'Celestino Cuevas Way' que reunió alrededor de su figura e influencia, obras de Rubén Polanco, José Luis Vicario, Pedro Carrera, Nacho Zubelzu, Aja y Matesanz. El galerista Juan Riancho recordaba ayer que 18 años antes de esa cita, Siboney albergó su primera exposición con obra de Cuevas. En la colectiva se incluyó una imagen del Monasterio de Nuestra Sra. de Montesclaros, lugar frecuentado y pintado por el pintor Casimiro Sainz, y que da nombre al Instituto de Enseñanza Media de Reinosa, lugar en el que trabajó ese excelente artista que es Celestino Cuevas, y en el que coincidieron en el tiempo los seis artistas que formaron parte de la muestra en la sala de Castelar.
Oscar Alonso Molina, en el catálogo de la retrospectiva de 2003, que rompía un largo silencio expositivo de Cuevas, apuntaba que «la vida huye de la realidad, y esa certeza atenaza a Celestino Cuevas desde hace ya tiempo. Pintor sin manos; apasionado amante del 'ready made', del object trouvé, de los gestos apropiacionistas y el reenvío tergiversado sobre bienes mostrencos (sin hogar, ni señor, ni amor conocido), bien podría hacer suyos los primeros versos de aquel poema que Bertolt Brecht escribiera en el año 32: De todos los objetos, los que más amo / son los usados».
Casi cuatro décadas de creación configuraron 'La cosa en mí'. Un artista total, de obra diversa, cuya plasmación discurrió por numerosos estilos, estéticas dispares, todo ello fruto de una trayectoria ingente y profusa pero prácticamente desconocida, con obras que alientan una militancia irónica, pero vital». 44 obras realizadas desde el año 64 al 2000.
Zamanillo, uno de sus mayores exégetas, ha dejado clara la «magnífica técnica pictórica, el conocimiento de la forma y el color y la libertad creativa» como algunos de los rasgos de la creación de Cuevas. En esa muestra se exhibieron óleos, serigrafías, litografías, acrílicos, tintas, acuarela, pastel y técnica mixta, de procedencia muy dispersa y variedad y que representaban figuras, paisajes, bodegones peculiares e irónicas iconografías con referencias a la historia, la actualidad y la militancia política.
«El espectador, decía el artista, es fundamental en la realización de la obra, no porque el autor piense en él, sino porque esta se realiza cada vez que alguien la contempla».
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Ana del Castillo
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