La piel de la pantalla
Chris Rock lanzó dardos envenenados y hasta cañonazos en la gala de los Oscar, con una fugaz parodia que sangraba mala leche y cicuta
Guillermo Balbona
Lunes, 29 de febrero 2016, 18:15
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Guillermo Balbona
Lunes, 29 de febrero 2016, 18:15
El color de la piel. El color del dinero. El color de la industria. Chris Rock se vistió de blanco impoluto mientras restregaba su negrura y su negritud por la alfombra roja cicatera con los actores de color. Hubo dardos envenenados y hasta cañonazos ... y una fugaz parodia que sangraba mala leche y cicuta. El humor fue un latido constante, usado con inteligencia a lo largo de la ceremonia. Su fruto mayor, un sketch en el que varios actores negros, especialmente Whoopi Goldberg, también Tracy Morgan y el propio Rock, suplantaban a los protagonistas reales de algunas de las cintas nominadas a mejor película. Un ramalazo ácido que mezcló lo divertido con el chispazo genial.
«Estos Oscar van a ser distintos. En el In Memoriam (sección que evoca a los nombres del cine fallecidos) va a haber solo negros asesinados a tiros por la policía». El cómico presentador atacó a quienes han ignorado a los actores negros en sus nominaciones y en sus películas. Pero tampoco se quedó cortó a la hora de despotricar contra los Spike Lee y Will Smith, que decidieron boicotear la gala: «Jada dijo que no vendría. Es como si yo dijera que no me meto en las bragas de Rihanna. ¡Nadie me ha invitado!».
Y Rock zanjó chistes y polémicas a un tiempo con una sentencia que cerraba su brillante monólogo: «No se trata de boicotear: queremos oportunidades. Queremos las mismas oportunidades que los actores blancos. Nada más».
Este año cambió el orden de la entrega de estatuillas pero nada alteró el producto. Se premió con previsible disciplina en el reparto, y esa disociación final película/ director, siempre absurda, se resolvió sin grandes conmociones. Hubo mensajes políticos, sentencias reivindicativas y arengas radicales: lo racial, el racismo, la violencia de género, la pederastia, el cambio climático, Donald Trump, las personas que cambian de sexo, las minorías que son mayoría, Latinoamérica, los guionistas, los olvidados por la industria...y hasta unas galletas que se repartieron/compraron entre la platea con militancia solidaria. Fue una noche de causas nobles. De cine, más bien poco. Destacó un excelente montaje inicial con las películas candidatas y el destino de galardones que ya son parte de la historia: Las tres estatuillas seguidas que ya enmarcan la fotografía del operador Chivo Lubezki; el Oscar, por supuesto, a su amigo Alejandro González Iñárritu al convertirse en el tercer cineasta de la historia en lograr dos Oscar seguidos como director; y Chile que obtuvo su primer Oscar, con un corto de animación basado en el sufrimiento del abuelo del director causado por la dictadura de Pinochet.
Lady Gaga, también de blanco, interpretó su himno como si fuese la lideresa de la noche, aunque se la vio mutar en oscuro cuando perdió el Oscar. Lo de Mad Max, autopista hacia el infierno arriba y abajo, tuvo algo de homenaje a esos proyectos imposibles que aún están inscritos en el ADN fundacional del cine. No hubo color español. Paco Delgado, cuyo vestuario es todo un personaje en La chica danesa, se volvió a ir de vacío, mientras la Academia arreglaba cuentas pendientes con Leonardo DiCaprio y Morricone, al que solo le faltó componer junto a John Williams alguna banda sonora muy negra acorde con la reivindicativa gala.
En el balance, solo dos cruces: el niño Jacob Tremblay merecía al menos la mitad de la estatuilla de Brie Larson, por compartir el mundo en La habitación. Y otra más dolorosa: nadie se acordó de esa obra maestra que es Carol. Se trataba de poner el foco sobre las heridas sociales y los prejuicios. El amor pasión quedó arrinconado. Al final, el ejercicio de Spootlight, desde la sobriedad y la contundencia, ejemplo de guión y dirección escondida, devolvió las ideas, la escritura y la historia bien contada a su sitio natural: el color de la piel de la pantalla.
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