Un globo, dos globos, tres globos
'Malasaña 32' | Dirección: Albert Pintó; Género: terror; Salas: Cinesa y Peñccastillo
Guillermo Balbona
Santander
Lunes, 20 de enero 2020, 19:55
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Guillermo Balbona
Santander
Lunes, 20 de enero 2020, 19:55
Veo, veo/ ¿Qué ves?/ Una cosita/ ¿Y qué cosita es?». Hay un inquietante tendedero entre los objetos maléficos y una constante malsana/Malasaña, más de juego metalingüístico que de verdadero ingenio. Y, sobre todo, mucha apropiación, catalogación, devoción y homenaje. De 'Poltergeits' a la reciente ' ... Verónica'. Y luego está una excelente Concha Velasco, lo más singularmente epatante de la cosa, que viene a ser como si visitara 'Cuarto milenio' para decir que toda su carrera está basada en interpretaciones paranormales. El filme de Albert Pintó se sostiene en la excelencia de su puesta en escena, en la resolución formal de muchas de sus situaciones límite, en la elegancia para rodar determinadas situaciones comprometidas. Y se pierde y diluye en la acumulación, en los fuegos de artificio, en ese empeño de género por la vuelta de tuerca forzada. 'Malasaña 32' abandona la sutilidad y la mesura , la inteligencia que aplica para ir desvelando esa corriente subterránea del mal y sus encarnaciones infinitas, para desembocar en la pompa de jabón.
Pintó, que demuestra tener muy asumidos los resortes y modismos del género, agita el terror con un muestrario donde domina el uso del sonido, los encuadres y composiciones para que el fuera de campo sea mucho más sugerente y plástico que lo que vemos, y abusa del susto entre guiños y gestos, planos y fogonazos tan reconocibles como familiares. En 'Malasaña 32' (hay que olvidar la cercanía con 'Veronica' con la que comparte menos de lo que la superficialidad argumental sugiere) es una aseada mirada de género que, sin embargo, desaprovecha la veta costumbrista, de Pegaso a Galerías Preciados, casi neorrealista que discurre en la intrahistoria y la crónica que habita en su discurso. Su preludio pertenece a los últimos estertores de la dictadura y el resto de la ficción se sitúa en los brotes verdes pero nada fáciles de la primera transición. Suena Julio Iglesias, que parece cantar su nostalgia por la portería del Real Madrid y se escucha también, con ecos de himno, el 'Yo soy aquel' de Raphael.
Lo que Pintó muchas veces desaprovecha es el costumbrismo colateral del episodio de casa encantada. La verdadera habitación del pánico es el retrato de una España que aún da miedo, que filtra los malos olores de cuarenta años de oscuridad, las apariciones nada fantasmales de la represión, también la hipocresía y el clasismo. El filme va dejando atrás ese paralelismo y permanencia del enfermizo ambiente social para centrar toda su energía en la explotación de lo paranormal.
El más allá, lo fantasmagórico, la maldición se antojan una caja de juegos reunidos. A su lado lo verdaderamente angustiante es el rostro colectivo de la familia que no puede afrontar la hipoteca, las heridas de la humillación social, el deseo sexual escondido y la marginación cobrándose su presa. Los monstruos tienen nombres y hacen notar su legado. En la pequeña pantalla, con mala señal pero rotunda anunciación, se emite 'Un globo, dos globos, tres globos'. Los espejos de la casa reflejan el verdadero vestuario de sombras y los fantasmas sociales y políticos custodian las huellas del sátrapa. Eso sí que da miedo.
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