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A juzgar por la feliz despreocupación con la que posa el escritor en las escaleras del Cristo santanderino, perdiendo de vista su equipaje y hasta su ordenador portátil, se diría que no hay rateros en Roma, la ciudad donde vivió durante los últimos cinco años ... el diplomático y ensayista Juan Claudio de Ramón (Madrid, 1982). A la gran urbe ha dedicado ahora 'Roma desordenada. La ciudad y lo demás' (Ed. Siruela, 2022), un libro de viaje en el que, más allá de geográfico, el escritor explora las coordenadas culturales, históricas, políticas y sociales de la 'Cittá eterna' y que presentó ayer en el Ateneo de Santander, dentro de las actividades del Aula de Cultura de El Diario Montañés.
-Afirma que «Italia es sencillamente el país más bello del mundo»; ¿al resto sólo nos queda aspirar a la medalla de plata?
-Y añadiría que «a mucha distancia del segundo», para que los posibles candidatos, como España o Francia, no nos peleemos entre nosotros.
-¿Para tanto es?
-Amo mucho mi país, pero el grado de belleza, y la abundancia, que uno encuentra en Italia no creo que se repita en ningún otro sitio.
-Claro que Roma es «cosa aparte», según Josep Plá.
-Roma es Italia, pero al mismo tiempo es mucho más: un universo propio, con una historia casi trimilenaria.
-Una historia convulsa, de auge y caída. Impresiona pensar en la ciudad fantasmal que retrata en el medievo, con el Circo Máximo reconvertido en huerta donde se plantaban lechugas.
-Eso hace a Roma única; no conozco otro caso de pasar del millón largo de habitantes en el siglo I, a un pueblo de unas treinta mil personas, entre curas, soldadesca y prostitutas en el siglo XI, para volver a tener tres millones en el siglo XXI.
-¿Y cómo se obró ese milagro?
-Se debió a los papas; en el Renacimiento decidieron que, si iban a quedarse en Roma, esta no iba a ser menos que otras ciudades italianas como Florencia o Milán. Se llamó la 'renovatio urbis', y a partir de ahí la ciudad vuelve a crecer.
-Una ciudad a la que se acerca de modo 'desordenado'...
-Se titula así porque salto del siglo I al XX, luego retrocedo al XV... Y del arte se pasa a la política o la religión, y lo que da coherencia al libro es mi experiencia de la ciudad. Pero es que Roma es inabarcable, así que opté por el fragmento. Son setenta capítulos cortos, pero también podrían haber sido setecientos. Escogí lo que me parecía que podría interesar más al lector, pero tengo la sensación de que me dejé muchas vetas por extraer.
-Distingue, además, varias Romas, que conviven en un mismo espacio.
-Hay cuatro Romas principales, en las mismas coordenadas: la Roma de los Césares, la de los Papas, la fascista y la de la periferia.
-Pero, ¿en cuál viven los romanos?
-En la periférica, y no en lo que el mundo llama Roma, que es el centro histórico. La mayoría habita en esa periferia que retrataron Pasolini y el neorrealismo.
-Pero todavía quedan otras Romas, digamos, secundarias...
-Está la Roma medieval, que Mussolini arrasó porque quería enlazar su era directamente con el gran Imperio. Luego está la Roma de la 'dolce vita', la de Via Veneto, donde por primera vez aparecen los paparazzi, o la Roma judía, el 'Ghetto', o la Roma garibaldina, que fue bastante fugaz, y tal vez la menos atractiva, porque intentaron que se pareciera a París, sin conseguirlo.
-Y, además, habla de una Roma secreta, y otra secreta-secreta...
-Hay muchas guías en las librerías que te descubren la 'Roma secreta', pero si están en un libro, entonces ya no es tan secreta. Esas publicaciones son, en realidad, señuelos para distraerte de la Roma secreta-secreta, la que no sale en las guías y que no podemos ver, te las tiene que enseñar un conocedor. En un capítulo narro una visita a un villa enorme, que está en mitad de Roma, pero nadie la ve. Porque es secreta, evidentemente.
-Le gusta dar la vuelta a los tópicos, como el de todos los caminos, que asegura que, más que llevar, «salen de Roma».
-Desde luego, los que llevan a España, sí. Por eso, cuando viajamos a Roma la sensación la de descubrir la ciudad, sino la de reencontrarnos con ella. Con lo más hondo de nuestra cultura.
-Sin embargo, los visitantes ahora suelen estar de espaldas a los monumentos, para hacerse 'selfis'.
-Pero no es algo nuevo: los viajeros ilustrados de hace siglos no podían hacerse selfis, pero se buscaban un retratista, de modo que ellos también estaban de espaldas. Las tonterías no mueren, solo cambian de escala.
-Sorprende su defensa del turismo de masas.
-Lo primero desmitificar el ilustrado, que era muchas veces un turismo disipado, sexual, de borrachera... No era culturalmente mejor que el actual; nos quedamos con Goethe y Stendhal y nos olvidamos de los 'ricos cafres' que también viajaron allí. Y los turistas de la era democrática no son tan vulgares como los queremos pintar. Además de que, cualquiera que vaya a Roma, aunque sea por unas horas, se va vislumbrando lo que el arte es capaz de hacer.
-También ha prestado atención a nuestro país, y a la política nacional; en concreto, al 'procés'. ¿Hemos superado esa crisis?
-Tiendo a pensar que está latente y que volverá a aflorar, aunque no con la fuerza volcánica con que lo hizo en 2017. Ese derroche de energía causó mucho desgaste a la sociedad catalana, y no creo que quieran repetirlo.
-¿Aboga usted por una solución federal?
-Lo estaría si los que se presentan como federalistas en España entendieran que hay que cuidar tanto de lo propio como de lo común, y tiene que haber un sustrato común donde pueden crecer las diferencias. Pero si solo cultivamos esas diferencias, el camino conduce a la desintegración.
-¿La lengua sería el mejor ejemplo?
-En ese caso, parece que solo importan las lenguas propias, y que la común no merece cuidado ni atención. Desde la aprobación de la Constitución, el Estado ha sido más respetuoso con las lenguas cooficiales que las Comunidades Autónomas con el español. El Estado ha aceptado la diversidad, pero en algunas Comunidades se ha aprendido la intolerancia.
-¿Está escribiendo sobre eso ahora mismo?
-Estoy trabajando en una especie de diccionario filosófico.
-Como despedida, cuéntenos cuál es su lugar fetiche de Roma, uno secreto-secreto...
-El secreto-secreto no lo puedo decir, pero uno no muy frecuentado es la iglesia de Santa Sabina, en el Monte Aventino.
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