¿Cómo hubiera sido este confinamiento sin las nuevas tecnologías?
Cuaderno de excepción, día 11 ·
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Cuaderno de excepción, día 11 ·
Algunos amigos quedamos a última hora para tomarnos unas cervezas en un bar virtual que se llama igual que el bar al que solemos ir de verdad, solo que aquí las cervezas no te las pone nadie. Nos citamos también a la hora del ... vermú, aunque eso a mí ya me empieza a parecer un exceso. Como estamos confinados en nuestras casas, nos vemos a diario a través de las pantallas. Ya no hay distinciones entre días laborales y festivos. El que no trabaja, no trabaja ninguno. Y los que trabajamos desde casa, acabamos trabajando toda la semana. El teletrabajo diluye las fronteras, es el todo a la vez, todo se mezcla. En la misma mesa en la que desayuno, escribo un artículo, charlo con amigos que no están o hago una vídeo llamada para hablar con mi tío, que está ingresado en una residencia. Le explico por qué no le vamos a ver. Lo hago casi a gritos, porque siento que si no grito no me escucha. Cada vez que hago una videoconferencia, alzo la voz exageradamente. Quizás, porque siento que están lejos, muy lejos, aquellos con los que hablo. Ya no sé. ¿Cómo hubiera sido este confinamiento sin las nuevas tecnologías? Me cuesta imaginarlo. Lo virtual y lo real parece que se funden pero yo siento que la fractura entre los dos mundos es cada vez más acusada. Me conecto y me desconecto y me parece que es como entrar y salir del agua. Cada videoconferencia es un chapuzón, es como bucear en otra dimensión para salir después de nuevo a la realidad. Sumergirme en lo virtual es también asomarme a un número de muertos que no deja de crecer. Como son cifras e imágenes que veo a través de una pantalla no me lo creo del todo. Sé que es verdad pero mi mente procesa esa información como si fuera una ficción.
Apago el ordenador y llevo una taza con restos de café frío a la nevera. Y me acuerdo, durante ese modesto paseo doméstico, de Santiago Alba Rico y de su libro 'Ser o no ser en el cuerpo': «La cocina, a doce pasos de mi ordenador, está lejísimos. Es un viaje contra corriente, infinito y traumático. Es una hazaña. Ni la selva ni las cumbres ni los ríos han ofrecido jamás tantos obstáculos. Es el viaje más largo posible porque es un viaje en el tiempo; un viaje de vuelta al tiempo, donde las cosas se cristalizan, duran y se transforman lentamente». Me dirijo así, dejando a mi espalda la vida virtual, a la cocina. Y siento que el hacerlo esos muertos, que vistos en el ordenador me parecían un poco de mentira, elevan su voz y comienzan a gritar. Camino y a cada paso que doy la vida en todo su horror y plenitud se me aparece.
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