La curiosidad también es un arte
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En la primera jornada de apertura tras la inauguración 'oficiosa', cientos de visitantes se acercaron al Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de SantanderPreguntas. Eso es lo que uno debe hacerse cuando se sitúa frente a un cuadro de factura flamenca. Los elementos hablan y cuentan su propia historia. La cereza se convierte en símbolo de la virginidad y las hojas de alcachofa en un elemento decorativo muy ... valorado en aquel siglo XVI de artistas barrocos. En la tercera planta del Museo de Arte Moderno y Contemporáneo, el catedrático Julio Polo da una clase magistral a un grupo de visitantes que escucha atento el relato del docente, al que la pasión por lo que cuenta le sale a borbotones en forma de palabras.
Cuatro pisos más abajo, la gestora cultural Laura Crespo, de DidacArt, compara la oscuridad que habita en una fotografía de gran formato, la 'Olympia', de Pierre Gonnord, un alegato presencial hacia los desposeídos, que comparte la misma inspiración barroca llevada al siglo XX.
Preguntas era lo que se hacían también los primeros visitantes del recuperado Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Santander. Tras la inauguración 'oficiosa', las primeras presentaciones a quienes han participado en el proyecto y la puesta de largo con invitados varios –unos 700– en la jornada previa, ayer, el MAS se reencontró con sus verdaderos valedores y propietarios; los ciudadanos.
Antes de las diez, unas cincuenta personas esperaban ya en la calle Rubio. «¿Es gratis?», «¿Hay que entrar en grupo?», «¡Todo el mundo madruga hoy!», se escuchaba en la cola. La escasa información sobre las actividades previstas, más allá de la celebración habitual del Día Internacional de los Museos, daba pocas pistas a los curiosos. Con puntualidad, se abrieron, por fin, las puertas que llevaban siete años cerradas a esta rutina. En el vestíbulo, el director del museo desde hace tres décadas, Salvador Carretero, dio la bienvenida a quienes harían la ruta iniciática. «Volvemos a estar aquí –dijo– como lo que somos; un servicio público, y queremos que disfruten del MAS». Especificó, además, la distribución por plantas y el hecho de que «todas son obras de nuestra propiedad». Él mismo se ocuparía de guiar las visitas en la tercera planta, dedicada al arte clásico.
«De aquí tienes que salir con nuevos conocimientos y aprendizaje que compartir»
«De los paisajistas a Juan Uslé, veo cómo ha avanzado Cantabria en el arte»
«No sabía que había tanto arte aquí en Santander, estoy sorprendida»
«El arte contemporáneo no es fácil. Me ha gustado ver el museo en mi visita a la ciudad»
«Vine por primera vez con dieciocho años y me maravillaron los paisajistas cántabros; saber que teníamos aquello», dice Dolores Argumosa. «Ahora vengo, veo a Juan Uslé y pienso cómo ha avanzado Cantabria en el arte». Pasea móvil en mano, entusiasmada de una obra a otra de la tercera planta, dedicada precisamente a los autores autóctonos. Dotarles de mayor protagonismo es uno de los aciertos de esta nueva etapa del museo y una de las peticiones generales del sector cultural. Jaime Sordo, coleccionista veterano y artífice de la Asociación nacional 9915, creador de la Colección Bragales, también se acercó a esta primera jornada. Aparte de alguna foto, no sabía mucho más del resultado. «El concepto del blanco sobre blanco de cualquier espacio expositivo está conseguido», valora con ojo experto haciendo un barrido de la sala. Sin rodapiés, sin cornisas y un suelo que suele trabajarse sobre hormigón, con una tabla que «también funciona». Sordo formaba parte de la Comisión Asesora del museo, que tiene pendiente reunirse desde hace cinco años. Considera que la nueva disposición del relato artístico, en orden cronológico, «es buena, sobre todo para el visitante». Ir avanzando hacia la modernidad en un descenso coherente. De hecho, una de las piezas de Bragales se expone en la sala dedicada a Juan Uslé como ejemplo de artista cántabro internacional e irreverentemente actual.
Las voces se cruzan a través de las balaustradas que comunican una y otra planta. Mientras las visitas guiadas se mueven en grupos de unas veinticinco personas, algunos se van descolgando, curiosos, por aquí y por allá.
Para muchos es un reencuentro. «Conozco el museo desde que era un niño y ha quedado de diez», dice un hombre que sale de la Sala 8, que reúne esculturas de Jorge Oteiza. A quienes pasean el espacio como quien vuelve a ver a un amigo se les nota la cercanía, la vista que se va a los detalles arquitectónicos, hacia la luz que inunda la última planta a través de un techo sembrado de cristal. Reconocen los cuadros que habitan su memoria y simpatizan con otros que nunca se habían expuesto. Es el caso de tres de las obras cubistas de María Blanchard que se presentan por primera vez ante el público, flanqueando a 'La comulgante', una réplica de la obra original que la autora regaló a una alumna. Otras dos están expuestas en el Museo Picassó de Málaga en un préstamo que se repite con otras piezas, parte del juego de intercambio que enriquece el patrimonio común y el conocimiento mutuo. Noemí Méndez, concejala de Cultura, Fran Arias, concejal de Turismo, y Yolanda de Egoscozábal, directora general de Cultura del Ayuntamiento, fueron llegando y, también como visitantes, haciendo el recorrido por el museo.
«El recorrido de arriba a abajo, por épocas, resulta interesante»
«El espacio es muy agradable y las obras son muy interesantes»
«Teníamos miedo de que se quedara abandonado, pero la obra ha quedado estupenda»
«Me parece importante que se muestre la esencia de las mujeres creadoras»
Para otras personas es la primera vez. Paula Clemente vivía fuera de la ciudad antes de que el museo cerrase sus puertas, primero para unas obras y, después, obligado por las consecuencias de un incendio que devoró sus entrañas y parte de sus fondos. Ahora, con 26 años, está descubriendo el espacio. «Estoy muy sorprendida; no sabía que había tanto arte aquí en Santander».
Desde Londres, acostumbrada a visitar galerías de toda índole, Sally Moses no entiende las explicaciones que resuenan en cada planta, ni conoce los nombres de los artistas locales, pero no le hace falta; «disfruto el recorrido de arriba a abajo, resulta interesante». Se sorprende cuando descubre que es el primer día que se puede acceder al edificio después de siete años, horrorizada al conocer las consecuencias del incendio para las obras destruidas por el fuego.
En cierto modo, como un «turista» se siente también Óscar Montes. «Desde hace algún tiempo flaqueábamos en cuanto a museos», afirma. Sobre todo, al visitar otras ciudades y ver su variada oferta. «Santander estaba un poco coja». El Centro Botín ayudó a paliar esa escasez y «cuando abran el Reina Sofía, ya estaré conforme», bromea. «Este es una maravilla». De la última vez que visitó el anterior museo hace más de una década. «Me estoy llevando sorpresas». Estaría a favor de mantener las visitas guiadas. «Siempre gusta ir a tu aire, pero que te lo expliquen cambia la perspectiva. De aquí tienes que salir con nuevos conocimientos y aprendizaje que compartir». Y lo razona ante una obra de Riancho a la que va a sacar una foto tras conocer los detalles que le han dado en la visita.
Un corazón de puñales sorprende al final de la planta cero. Carlos Arias ha querido plasmar su reflexión sobre el cambio en el concepto de amor, grabando en las hojas metálicas de los cuchillos versos que todos podemos tararear. Un imaginario sonoro que representa lo socialmente aceptado. En cada cabeza sonarán en silencio canciones repensadas. Perspectivas individuales de los artistas y su visión del mundo que se cuelan a través de vasos comunicantes universales. La música, pero en su estado natural, puso el ambiente en el exterior a la hora del vermú y la lluvia no fue inconveniente para que las visitas continuasen en horario de tarde; los museos protegen, y no solo del agua. A partir de ahora, y con la instalación funcionando de forma regular, toca hacerse nuevas preguntas que esperarán respuesta menos de siete años, a poder ser.
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