Secciones
Servicios
Destacamos
«Pasé veinte años de mi vida a su lado y solo puedo decir que Eduardo (Arroyo) tenía una cabeza extraordinaria». Para adentrarse en el legado y la trascendencia de un artista que ha sido clave para la figuración crítica, la neofiguración y el arte ... pop, nada mejor que tener el tacto de esa creación plasmada en sus últimos años. Esa es la sensación que proporciona 'El buque fantasma', la exposición que actualmente exhiben las Naves de Gamazo, sede de la Fundación Enaire. La viuda del pintor y escritor, Isabel Azcárate, evoca la figura de Eduardo Arroyo (Madrid, 1937-2018) quien se fue a París con apenas veinte años, y allí acabó encontrándose con Braque, Calder, o Giacometti, el que marcó más su creación futura. Pero si alguien le enseñó lo que es el arte fueron «los viejos, mis abuelos de ochenta años». El pintor y escritor (escultor, grabador, escenógrafo, ceramista...) confesó siempre que fueron ellos quienes le «enseñaron a vivir y a comprender lo que es exactamente un artista: su comportamiento y su nobleza». Como recuerda Azcárate un artista que se definía con humor como una especie de 'negroni' (cóctel): «Un tercio de España, un tercio de Italia y un tercio de Francia, eso es lo que soy».
«Lo pintó de noche, cuando se encontraba mal y ya no tenía fuerzas, aunque él no se daba cuenta, se levantaba, pintaba y lo terminó como él quería». Isabel Azcárate recorre los espacios de las Naves de Gamazo, con esa mirada reflexiva que se desprende de la distancia pero con la sensación de que 'El buque fantasma' (su última obra) ha atracado en lugar seguro. Hay una serena emotividad en sus palabras al recordar a quien fuera su marido. «Era un hombre con un interés inmenso por todas las cosas, siempre muy variadas, de la política a los libros, de muchos de esos personajes reflejados en sus cuadros a los grandes debates o al deporte... de todo, mientras no fueran coches, que los odiaba. También era un hombre curioso, enormemente intransigente, pero del que resaltaba lo libre que era en todos los sentidos. Muchas veces muy duro para con los demás y para con él mismo, tirándose piedras en su propio tejado. Y que no se callaba ante determinadas situaciones o cuando escuchaba cosas que le irritaban».
El trayecto por esta muestra selecta, aparentemente sintética pero impresionante en su iconografía, brilla por recoger casi todas las obsesiones y referentes de Arroyo. Van Gogh, Dorian Gray, el humor, sus 'Fantomas', su Moby Dick cinematográfico, sus homenajes a Zurbarán y Orson Welles, el Ulises de Joyce o el Tenorio...
El último cuadro. Entre junio y agosto de 2018 dio vida en su taller de Robles de Laciana (León) a 'El Buque Fantasma', su último gran lienzo. Un gran submarino marrón de ruedas naranjas con un fondo repleto de máscaras de 'Fantomas', que preside y da nombre a la muestra de Gamazo. «Era una obsesión. Él estaba ya malísimo, pero logró terminarlo. Incluimos además dos obras incompletas ('Tres visitadoras en la cocina de Ágatha Christie' y 'La bella y la bestia') que no pudo concluir. Él no quería hacer en todo caso una obra pequeña».
Perfil. La muerte le llegó cuando aún «quería seguir viviendo», evoca Azcárate, pero subraya que ese todo inabarcable del creador incesante y apasionado recorre las entrañas de la muestra de Santander. «Él se fue con la satisfacción de haber dicho y hecho todo lo que quería». «Siempre le gustó disfrazarse, le divertía enmascararse como estar y no estar», explica su viuda ante las máscaras que habitan en muchas de las pinturas de Arroyo.
«En el último tramo de su vida Eduardo se sometió a una operación muy importante. En el proceso de recuperación nos trasladamos a París a un piso y fue entonces cuando empezó a preguntarse si podría volver a pintar». En paralelo, en sus últimos años, una ciudad se antoja como clave en la vida de Eduardo Arroyo: Santander. Isabel Azcárate subraya la importancia no solo de determinadas amistades, de Enrique Bolado a José María Lafuente, sino de la felicidad que le suponía visitar la ciudad en esas estancias de verano, invitado por La Magdalena, y donde podía debatir de todo. Venir a Santander era como una fiesta para él. Y el culmen ha sido esta exposición de Enaire que estaba prevista mucho antes y que él ya no pudo ver».
Como artista, describe su viuda, «la seriedad era un factor muy destacado. Era un gran trabajador, obsesionado, nunca dejó de trabajar en su vida. Y aún hoy nos asombramos de ello, de lo que ha dejado. Priorizaba su trabajo. Luego tan importantes eran los libros como la cultura en general, pero su trabajo, cada pintura, era lo prioritario».
Otras descripciones de quien mejor lo conoció muestran a «un crítico feroz, permanente, del mundo del arte, pero también de la situación política. En arte nunca entendió los procesos que imponía el mercado. El decía: 'somos el cuadro y yo y ahora resulta que viene alguien de repente y dice que es la comisaria para imponer tal cosa u otra'».
«Cuando empezó a enfermar -dice ahora Azcárate con las heridas cicatrizadas- comprendió que tenía una fuerza y es la que dedicó al trabajo durante toda su vida». En este sentido, ensalza a ese hombre que fue «muy ordenado con todo. Desde sus cuestiones de trabajo a sus deseos, incluso cuando pidió que se le enterrara con 'Robin Hood' debajo de su cabeza, el primer libro que leyó». Un hombre, asegura Azcárate, de grandes pasiones, «enormemente particular, muy atractivo y divertido y también muy difícil, y esto lo puedo decir yo».
Del vínculo con Santander, Azcárate alude al esencial descubrimiento del Archivo Lafuente (que ahora posee un importante fondo propio del artista, también reflejado en la muestra). «Para alguien como Eduardo que sentía pasión por el papel y por guardarlo todo, encontrarse y verlo reflejado en el Archivo de José María resulto algo muy singular. Hubo circunstancias de trabajo y la propia enfermedad del pintor que retrasaron los acuerdos, pero conocer el Archivo fue fundamental en esa etapa de su vida».
Entre junio y agosto de 2018 dio vida en su taller de Robles de Laciana (León) a 'El Buque Fantasma', su último gran lienzo. Un gran submarino marrón de ruedas naranjas con un fondo repleto de máscaras de 'Fantomas', que preside y da nombre a la muestra de Gamazo. «Era una obsesión. Él estaba ya malísimo, pero logró terminarlo. Incluimos además dos obras incompletas ('Tres visitadoras en la cocina de Ágatha Christie' y 'La bella y la bestia') que no pudo concluir. Él no quería hacer en todo caso una obra pequeña».
La muerte le llegó cuando aún «quería seguir viviendo», evoca Azcárate, pero subraya que ese todo inabarcable del creador incesante y apasionado recorre las entrañas de la muestra de Santander. «Él se fue con la satisfacción de haber dicho y hecho todo lo que quería». «Siempre le gustó disfrazarse, le divertía enmascararse como estar y no estar», explica su viuda ante las máscaras que habitan en muchas de las pinturas de Arroyo.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Estos son los mejores colegios de Valladolid
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.