«La educación no va de aprobados y suspensos, va de herramientas»

-¿Cuál es la idea principal sobre la que ha construido su nuevo libro?

-Lo que hemos vivido desde hace ya poco más de un año ha hecho tambalearse las estructuras a las que estábamos acostumbrados en todos los sentidos que podamos imaginar, desde lo laboral a las relaciones sociales u otros muchos aspectos. Nos cogió a todos por sorpresa y se empezaron a lanzar preguntas a expertos para saber en qué iba a afectar y qué teníamos que cambiar. A mi me llamó mucho la atención que, teniendo en cuenta que todo lo que imaginamos, todo lo que somos y lo que queremos ser empieza en la educación, pensáramos que simplemente con cerrar los ojos, apretar los puños y desear que esto pasara iba a bastar para que volviéramos a lo que había antes de la pandemia, cuando en todo lo demás nos están diciendo que hay que cambiar y han cambiado tantas y tantas cosas.

-¿Estamos siendo poco ambiciosos o realista?

-Si solo nos conformamos con aprender a mantener la distancia de seguridad habremos perdido sin duda una gran oportunidad para afrontar un cambio que además se centra en aspectos básicos del problema.

-¿En qué aspectos cree usted que hay que poner el foco?

-Se trata de ser prácticos, simplemente. Hasta ahora ese enfoque 'práctico' se traducía en la educación en decidir a cuántos suspenderías, y no se trata de eso. La educación no va de ese tipo de cifras, va de herramientas. Viendo cómo están las cosas uno se pregunta en qué momento empezó a focalizarse en unos determinados aspectos y no en otros.

-¿Cuál cree que debería ser el primer paso?

-En lugar de lanzar tantas preguntas sobre los contenidos o las tasas de aprobados y suspensos deberíamos preguntarnos si el sistema que nos empeñamos en perpetuar es un sistema de éxito. Por hay realidades que invitan a reflexionar, y mucho, como el hecho de que uno de cada cuatro alumnos no termina sus estudios, o que se habla siempre de contenidos, de los que hay que hablar, pero no haya tiempo para escuchar a los niños y a las niñas ni para que se escuchen entre ellos. Hay otros ejemplo muy claros como que algo tan absolutamente fundamental como la salud física y mental tenga tan peso en las escuelas, o que no haya tiempo para estimular el pensamiento crítico, que es tan importante.

-Plantea usted una vuelta a la esencia en un país que cambia de ley educativa cada dos legislaturas como mucho. ¿Es posible en este contexto?

-Es esencial que toda la sociedad reflexione y se implique, porque si no quienes pensamos que hay que educar en ciertos aspectos básicos vamos a ir siempre como salmones a contracorriente. En ese sentido creo que todo el mundo debería preguntarse para qué quiere que sus hijos vayan a la escuela. Ahora todo el mundo sabe lo que es una PCR, pero ¿saben lo que es una RCP? Una reanimación cardiopulmonar, algo que puede salvar vidas. Y como esa, mucha otras cosas en ámbitos clave de su desarrollo.

-Y usted, ¿para qué quiere que vayan sus hijos a la escuela?

-Los niños y niñas deben ir al colegio para aprender a convivir, a respetarse a sí mismos y a los demás, a otras culturas y opiniones. Para que desarrollen su compromiso social y para que respeten el medio ambiente. Dos meses antes de la pandemia, Europa fue el primer continente en declarar la emergencia climática, y ahora parece que todo eso ya se nos ha olvidado.

-¿Dónde cree que debe radicar el cambio de actitud que permita avanzar hacia un modelo educativo más capaz?

-Hay que volver a verbos muy básicos como escuchar, que es algo que los adultos apreciamos mucho y los niños también, pero les escuchamos poco. Si sienten que participan ellos van a gusto a clase, pero si ven que solo va a escuchar para luego tener que repertirlo pierden el interés. Otro verbo es reflexionar, algo que no pueden hacer para conocer sus fallos y sus virtudes, para aprender de su propio proceso de aprendizaje... Hay que trabajar más esos verbos y menos otros como evaluar o examinar.

-¿Seremos capaces de ponernos de acuerdo?

-La falta de diálogo que hoy demuestra la clase política es un ejemplo perfecto de la necesidad que hay de educar en el acuerdo, en el consenso, en el respeto a las opiniones de los demás.