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«Cantabria ha sido siempre Cantabria, la región cántabra, aunque formara parte de Castilla, y ahora aún más porque es comunidad autónoma, por tanto se puede afirmar que el castellano no nació en Castilla y León, sino en Cantabria». Ramón Grande del Brío (Salamanca, 1942), ... Doctor en Historia, naturalista y prolífico investigador acaba de publicar el estudio 'Santo Toribio de Liébana. Los orígenes de la lengua castellana'. En el texto pone en una zona aislada de alta montaña, hogar de los primeros monjes y destino de peregrinos, Santo Toribio de Liébana, el punto donde «comenzó la transformación del latín al romance». Esto es, los pasos iniciáticos de lo que sería la evolución del español actual.
El núcleo que sustenta esta tesis es el Cartulario de Santo Toribio de Liébana, donde en el año 796 aparecen las primeras palabras en romance. En aquella época el monasterio llevaba el nombre de San Martín de Turieno que mantendría hasta 1181. Fue uno de los centros de peregrinaje más notables de la cristiandad y fue esta una de las claves que propició, como si de un río creciente se tratase, la circulación de los nuevos términos y expresiones hacia otros lugares.
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Un cartulario es la suma de documentos que se transcribían completos o en extractos para asegurar su conservación y consulta. Mirados desde la actualidad, se convierten en un testimonio realista de la sociedad de distintas épocas, plasmando las propiedades que atesoraban iglesias, monasterios y conventos, así como la evolución de aspectos culturales y, por extensión, la lengua. En concreto, el Cartulario de Santo Toribio contiene 134 folios con 245 cartas o documentos, el último de ellos, un apunte del año 1644, que se conserva en el Archivo Histórico Nacional.
Frente a otros legados más conocidos y publicitados como el del monasterio burgalés de Santa María de Valpuesta, respaldado por el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua y la Real Academia de la Lengua, los localizados en Liébana son «menos atractivos, más difíciles de leer, considerados materia de estudio puramente diplomático». Y sin embargo, para el investigador, que ha profundizado en ambos, hay un aspecto sobre el que no cabe discusión alguna: los documentos del cartulario de Valpuesta, situados en el siglo IX y que compiten en antigüedad con los cántabros «son falsos», afirma. «Están falsificados en el siglo XI, así que da igual cuando estén datados. Hay que desecharlos».
Molina, hórreo, pumares, egresia… Son algunas de las palabras no latinizadas, sino romantizadas que se pueden encontrar en el Cartulario. «Son manifestaciones por escrito», de las que Grande del Brío quiere dejar constancia. «El castellano tuvo ahí sus primeros rudimentos, como un niño que diese sus primeros pasos».
El salmantino desconfía siempre de las transcripciones. «He leído cientos y cientos de documentos en los que la transcripción posterior contiene erratas. En algunos casos matizaciones significativas. Por eso recomiendo ir siempre a las fuentes».
Respecto a la investigación realizada por el profesor George Kaplan en 2008, 'Los orígenes de la lengua española en Valderredible, en el sur de la región de Cantabria' afirmando que el origen del castellano está efectivamente en la comunidad, pero ubicándolo en otra zona, Grande del Brío es categórico: «¿Dónde están los documentos que lo demuestran?». Según Kaplan, fueron los seguidores San Millán, santo eremita en Cantabria, los que llevaron el castellano al monasterio de La Rioja, donde se conservan los primeros testimonios escritos del castellano, las famosas 'Glosas Emilianenses'.
La segunda edición de este volumen saldrá en un mes aproximadamente, desarrollando el estudio de todos los documentos y destacando que poner el foco en San Millán de la Cogolla como cuna del castellano, también es un error, pues la documentación del monasterio riojano, va la zaga de Santo Toribio, donde «sin lugar a dudas», la lengua dio sus primeros pasos.
Ramón Grande del Brío
A los 16 años publicó su primera novela. Pasó a escribir con 17 en 'El Adelanto', el diario local, un centenar de artículos. De ahí saltó a trabajar en una imprenta y editorial del País Vasco para, después, publicar alguna novela, un libro de poemas, pero sobre todo, investigar.
Ramón Grande del Brío formó parte de un grupo de rock and roll que teloneaba a Juan Pardo, el Dúo Dinámico y Julio Iglesias. Estando en Madrid, actuando, «llevaba siempre los prismáticos en la funda de la guitarra eléctrica» y salió al campo a hacer una ruta e ir apuntando en una libreta de campo, con sumo detalle, aquello que observaba. En una de esas salidas, guiada por Félix Rodríguez de la Fuente, el icónico naturalista le invitó a acompañarle. El salmantino dirigió sus pasos a ampliar su formación como naturalista, si bien acabaría siendo Doctor en Historia.
Escribió el capítulo del lobo en la 'Enciclopedia de la Fauna Salvaje', al que seguirían los del oso pardo o el lince. Sobre el lobo tan problemático en la actualidad cántabra, afirma que se confunde dispersión con incremento poblacional. «Ha rebasado los límites territoriales que tenía hasta hace unos años; se desplazan con muy poco aumento de población y son los ejemplares más jóvenes los que causan problemas, frente a los maduros, que se vuelven acomodaticios».
A su juicio, la mayor parte de los universitarios «no sabe ni leer». Todo lo hacen con la misma entonación, lamenta. Una realidad que recoge en otro de sus libros 'Habla, si quieres que te conozca'. Las herramientas para evitarlo serían «recuperar los viejos métodos de lectura de obras lingüísticamente bien escritas». En esta línea, no sale bien parada la Real Academia Española de la Lengua y sus académicos, «chapuceros indecentes por los que no me siento representado».
Grande del Brío salva, por así decirlo, la labor que realizan autores como Pérez Reverte, Lledó o Delibes, a quien conoció y con quien intercambió impresiones, pero cree que como institución «son un desastre» que no tiene «calado en la sociedad».
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