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MARTA SAN MIGUEL
Lunes, 21 de noviembre 2022, 01:00
Al otro lado de los ventanales del Instituto Cervantes de Frankfurt, el jardín brilla como si fuera verano. Pero es octubre, y el gris plomizo que se esperaba en la ciudad alemana es un azul tan claro que hace que sobren los abrigos, los gorros ... y sobre todo las camisetas térmicas. Cuando hace frío, los futbolistas se las ponen bajo los dorsales, incluso los hay que usan mallas por debajo de los pantalones hasta las espinilleras, pero en el partido que vamos a jugar esa tarde hará falta más bien una gorra.
Días antes, cuando estaba haciendo la maleta, mi hijo me preguntó si me llevaría guantes; sé que me está imaginando en un campo nevado como los que ve en televisión de la Bundesliga y le dejo que afiance la imagen de su madre en mitad de un campo de fútbol reglamentario. Creo que no harán falta, le digo mientras cojo de su armario las botas que usaré para jugar el partido de fútbol vistiendo el 8 de la Selección Española de Escritores, apodada 'La Cervantina', y también su camiseta térmica, porque, pienso, es octubre y en Alemania hace frío en octubre, y si voy a jugar representando a España debo contar al menos con esa ventaja, con la del calor que nos viene de serie a los españoles, ese calor furibundo que tiene acento y arrebatos, y que suple la falta de técnica con 'camachinas' por la mangas; ese calor que hace que te escueza el empeine al chutar cuando vienen hacia ti un par de moles germanas y que no duelan las lesiones acumuladas por años de escritura frente a un ordenador.
Pienso en los guantes que quería darme mi hijo cuando Irene Lozano, responsable de la Casa Árabe y patrocinadora de 'La Cervantina', sube al escenario del Instituto Cervantes y se sitúa ante el atril, mientras afuera llegan más invitados al acto con las acreditaciones de la Feria del Libro colgándoles del pecho, gafas de sol y en traje, como si fuera el uniforme necesario para participar del negocio editorial que esos días mueve millones de euros en ventas de derechos, traducciones y contratos: pienso que van vestidos para un mercado de fichajes que en vez de goles habla de tiradas de ejemplares y derechos de autor.
Luis García Montero, director del Cervantes, está sentado en primera fila. A su lado hay cargos diplomáticos, hay jugadores de 'La Cervantina' y también de la Selección Alemana de Escritores, adversarios contra la que jugaremos en unas horas, y aunque en ese momento solo seamos dos equipos que se mezclan y comparten actos con un fin puramente cultural, ha empezado el enfrentamiento. En el escenario estamos cinco escritores españoles que no hablamos alemán y dos alemanes que hablan un perfecto español. En eso nos ganan, en la presencia de la enseñanza del español en los institutos donde parte de 'La Cervantina' fuimos a dar una charla sobre nuestros libros a estudiantes. Nos ganan también en horas de entrenamiento, porque su selección nació en 2005 para interceder entre lo deportivo y lo literario y retroalimentarse en beneficio de ambas disciplinas, y nos ganan también en su compenetración como equipo, porque entrenan en Berlín cada semana, cuando nosotros, en cambio, nos hemos conocido el día antes aunque sabíamos quiénes éramos porque todos nos hemos leído, o lo hicimos en el momento que el editor Miguel Aguilar lanzó la lista de convocados a esta iniciativa que nos tenía paseando bajo el sol de Frankfurt, o entrenando en las instalaciones de la Federación Alemana que olían a Volkswagen nuevo al entrar y nosotros vestidos por la Federación Española de Fútbol luciendo la estrella en el pecho, o bien visitando el pabellón de España en la feria más grande del mundo entre periodistas, escritores y palos selfies.
Todo es un juego y a la vez un hito, a pesar de dormir de dos en dos en habitaciones diminutas y camas de 1,30 cm y de que el mejor sitio para tomarse una copa por la noche sea el lobby del hotel. Sin embargo, en el escenario del Instituto Cervantes, cuando Lozano empieza a hablar de que nuestra Selección representa la pluralidad de lo que es España como un símbolo de riqueza, es cuando los españoles empezamos a ganar. «Porque han venido escritores de todo España», dice Lozano, y así se verá después en el campo, en las voces que pedirán el balón o el cambio con acento andaluz, mallorquín, catalán, gallego, vasco, manchego o cántabro, «y porque han venido también escritoras», como se verá cuando Carmen Berasategui y la 8 firmante salgamos a jugar en un doble cambio simultáneo, para sofoco de nuestros compañeros cuando perdemos 2-0, algo imprevisible ideado por el míster en el banquillo, Antonio Pacheco, y que sin embargo desbarató por un rato a los alemanes.
Hubo patadas y choques, pero un árbitro español, y también en eso los alemanes fueron anfitriones elegantes. Con las banderas de cada equipo desplegadas en el campo al principio del encuentro, con los himnos sonando y los niños de pie delante de cada jugador, la mímesis con la realidad fue la mejor de las ficciones en ese partido. Porque España no ganó, pero en España se juega al fútbol increíblemente bien porque hay calle y afición y herencia. En España chutar cuando te llega un balón al pie es un aprendizaje como lo es leer a Cervantes, García Lorca, Vila-Matas, Delibes, Morales, Landero, Laforet o Aleixandre, y ponerte después ante un folio en blanco: hay que hacerlo a pesar de las limitaciones. Así fue jugar mientras veía a Carlos Marañón dirigir con batuta a 'La Cervantina' en el centro del campo frente al despliegue alemán; con Álex Grijelmo en la portería al que en los entrenos había que atreverse a meterle goles a pesar de haber sido el referente para los que estudiamos periodismo con sus libros como lectura obligatoria; con Nacho Carretero falando galego para pedir más de lo que había en los pulmones; con Alfredo Matilla y sus kilómetros en el fútbol profesional en el Albacete, como Álex Prada en el Sevilla, un novelista de renglón exquisito como Gabi Martínez, cuya elegancia escribiendo es la misma que usa para frenar a los germanos sin levantar la voz; o Pablo García Casado, inapelable central como los versos que publica en Visor, capaz de parar a tres alemanes como si la poesía fuera eso, algo que sucede al mezclar términos impensables; o Juan López Córcoles, fibroso escurridizo capaz de autoeditar su pasión por el fútbol y escribir con ello el único gol de 'La Cervantina'; o Javier Aznar y Emilio Sánchez Mediavilla dando toques como si estuvieran en El Sardinero y alguien les cantara al oído la Fuente de Cacho; o Enrique Ballester, víctima de un submarino alemán que hundió su tobillo con sospechosa puntería; o Galder Reguera, capaz de ponerse el traje que se necesitara en cada momento, ya fuera el de portero suplente, el de lateral izquierdo del lesionado Ballester, o el de conductor del acto en el Instituto Cervantes, en el que estamos sentados los autores bajo una Ñ gigante y roja, dispuestos a defender nuestros colores literarios.
Y eso hacemos. Defender leyéndonos. Leer en voz alta palabras en nuestro idioma. Mientras afuera el sol hace brillar el jardín del Cervantes, leemos capítulos de un libro del Racing, leemos artículos de nuestros periódicos, leemos un fragmento de Javier Marías, y aunque los alemanes leerán también lo suyo, hay en nuestra literatura de calle y afición y herencia un brillo que apenas disimulan los trajes, las acreditaciones, las térmicas que no usaremos o los jerseis con arrugas de la maleta que llevamos puestos en el escenario. Esa tarde perderemos el partido 3-1, pero hay algo en la estrella del pecho que se excita, refulge y quema cuando nos leemos, y eso ya lo saben los alemanes, que pasaron un extraño calor en el Instituto Cervantes de Frankfurt, un calor inexplicable que los hizo sudar.
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