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En la madrugada del 13 de septiembre de 1923, el capitán general del Ejército en Cataluña, Miguel Primo de Rivera (1870-1930), se levantó contra el Gobierno liberal de Manuel García Prieto. Fue un golpe de Estado que triunfó en apenas tres horas y sin ... un disparo y que finiquitó el sistema de la Restauración, incapaz de resolver los dos grandes problemas del momento, la Guerra de Marruecos y el auge del nacionalismo secesionista en Cataluña. Hace un siglo comenzaba la dictadura de Primo de Rivera, un periodo de la historia de España no demasiado conocido y que sin embargo, ofrece las claves para entender la convulsión política que en los años siguientes desembocaría en la Segunda República y en la Guerra Civil.
La España de 1923 no se encontraba en una situación política o económica peor que otros países europeos. Al contrario, la neutralidad en la Primera Guerra Mundial alentó un notable despegue económico, con una peseta fuerte y una mayor industrialización, destaca el historiador Roberto Villa, que acaba de publicar '1923. El golpe de Estado que cambió la Historia de España' (Espasa). Tampoco el panorama en las instituciones era especialmente dramático, sin fuerzas políticas que plantearan un desafío constitucional como los que habían afrontado Rusia con los bolcheviques o Italia con los fascistas.
«España no sufría una crisis de legitimidad, pero sí de eficacia», explica Villa. «El sistema político comienza a tener problemas en la función de gobierno y el turno pacífico, que había funcionado relativamente bien, desaparece en 1917 por las divisiones internas de los dos grandes partidos, sobre todo, los liberales, la izquierda constitucional. Comienza una etapa en la que el Parlamento discute demasiado y legisla muy poco», apunta el profesor de Historia Política en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. El auge del nacionalismo en Cataluña y las dudas sobre qué hacer en Marruecos, coronadas por el desastre de Annual, enrarecen el clima político y alientan el ruido de sables.
En esas circunstancias, difíciles, pero no extremas, emerge Miguel Primo de Rivera. Miembro de una familia de larga tradición castrense, sobrino del laureado Fernando Primo de Rivera y militar vocacional él mismo, es un hombre de carácter firme y valiente (se presentó como voluntario en los destinos más difíciles, como Filipinas, Cuba o Marruecos), pero a la vez carismático, que concita el apoyo de sus compañeros para confirmarse como el líder de una dictadura personalista.
«El significado de dictadura no es el mismo ahora que hace un siglo», apunta Villa; «entonces, un golpe como el de Primo de Rivera tenía como objetivo asumir poderes extraordinarios para restaurar el orden a través de un gobierno de excepción». De hecho, Primo de Rivera se veía como un 'cirujano de hierro' que se planteaba permanecer en el poder solo tres meses, aunque luego estuvo casi seis años y medio. Pero llega al poder sin oposición, ni siquiera la de la izquierda de fuera del sistema.
«El PSOE era entonces una fuerza muy minoritaria, con 7 de 409 escaños, y cuando descubre que el régimen iba a reprimir a sus principales enemigos, los anarcosindicalistas y los comunistas, acaba colaborando con él», sostiene el autor de obras como 'La República en las urnas. El despertar de la democracia en España' y '1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular' y biografías de Alejandro Lerroux o Ricardo Samper.
El papel que Alfonso XIII jugó en el golpe ha sido objeto de arduos debates. El consenso general apuntaba a una colaboración entre el monarca y el militar para la llegada del nuevo régimen, pero Villa disiente. «He revisado toda la documentación disponible y no hay ninguna prueba de que el rey conspirara con Primo de Rivera. Alfonso XIII siempre negó cualquier apoyo al golpe y Primo de Rivera aseguró que no había consultado al rey porque si lo hubiera hecho, se le habría puesto en contra. En realidad, si hay golpe es porque el monarca apoya hasta el final el Gobierno liberal, y eso precipita el levantamiento», señala el historiador.
Los años de la dictadura tienen unas características concretas. En la economía, Primo de Rivera «administra la bonanza anterior sin introducir cambios», detalla Villa. «Son años de crecimiento rapidísimo, al 4% de media, el más alto de Europa, y de cambio social más rápido, con un gran crecimiento de las ciudades. También el mundo cultural brilló, con la Generación del 27, pero en la política, las cosas fueron mal», indica el autor.
«Por un lado, las medidas que conlleva cualquier régimen autoritario, como el toque de queda o la censura de prensa, acaban siendo rechazadas por buena parte de la población. Por otro, la dictadura se acabó identificando con la monarquía, pero había arrasado con sus bases de apoyo, los conservadores y los liberales, de manera que en 1930 tanto los viejos partidos como las formaciones favorecidas durante la dictadura, como el PSOE, estaban contra el rey», asevera el historiador, que traza un paralelismo entre la situación de hace un siglo y la actual: «Nosotros no dejamos de tener problemas similares a los de entonces: el nacionalismo, la situación con Marruecos, gobiernos débiles y elecciones consecutivas».
En enero de 1930, sin el apoyo social ni el del Ejército, Primo de Rivera presentó a Alfonso XIII su dimisión, un hecho insólito en un dictador. Gravemente enfermo de diabetes, se exilió en París, donde murió el 16 de marzo.
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