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A medida que las máquinas evolucionan, suman nuevas capacidades y multiplican exponencialmente el eco de su alcance y repercusión. La inteligencia artificial (IA) es la última y mayor expresión de un desarrollo que ha transformado radicalmente la sociedad en el último siglo, y ... que pese a ello puede ser tan solo la punta de un iceberg de proporciones colosales. El potencial y las múltiples aplicaciones de este tipo de herramientas digitales es el tema central del curso 'Repensando los fundamentos de la Inteligencia Artificial', en el que participó el catedrático de Filosofía Política Daniel Innenarity, quien dirige una cátedra especializada en Inteligencia Artificial en la Universidad de Florencia.
Durante su intervención, en la que analizó esta nueva herramienta desde distintos enfoques, Innenarity resaltó que la inteligencia artificial «puede contribuir a desideologizar y objetivizar los debates públicos», en la medida en que basa sus análisis y conclusiones únicamente en datos, sin intervención de la emoción y del sesgo cognitivo. Pese a ello, el experto advirtió de que eso no significa que se vaya a cumplir el «sueño tecnocrático» de que vayan a desaparecer los debates. En ese aspecto, Innenarity ahondó en la radiografía de esta nueva realidad recalcando que «siempre habrá diferencias entre lo que consideramos óptimo. Las máquinas optimizan pero no sirven para decidir lo que es óptimo». Pese a ello, el potencial de la inteligencia artificial es enorme y su desarrollo «ha abierto un panorama de grandes expectativas de democratización», explicó el filósofo, quien también hizo referencia a su impacto en el impulso de «una literatura de tintes apocalípticos sobre el fin de la democracia».
Dada la complejidad de la propia herramienta y de sus aplicaciones actuales y futuras, Innenarity destacó que en ese sentido «falta reflexión sobre hacia dónde va la inteligencia artificial», un aspecto en el que reivindicó el papel de la filosofía como herramienta para «buscar un campo intermedio entre la tecnología y la ética». En ese contexto, el experto afirmó que «no tiene mucho sentido buscar soluciones tecnológicas a problemas políticos». Pese a las dudas y sombras que genera este nuevo campo, el ponente resaltó que las tecnologías «pueden contribuir a conocer mucho mejor la realidad social», y tener una gran influencia a la hora de analizar el impacto de las acciones de los gobiernos mediante el uso masivo de análisis de datos, pese a lo cual, insistió, estas tecnologías no supondrán «el fin de la ideologización».
Dado el potencial de la inteligencia artificial, especialmente combinada con las facultades humanas, Daniel Innenarity resaltó que frente a las teorías apocalípticas que apuntan al «gran reemplazamiento» del hombre por la máquina, el desarrollo tecnológico permite construir un ecosistema entre unos y otros donde se puedan evitar errores de ambos. En ese aspecto, el filósofo explicó que dicho 'gran reemplazamiento' «no se va a dar porque en buena medida ya se ha dado», y defendió la capacidad de raciocinio del ser humano con el argumento de que «con mucha menos información» de la que manejan las máquinas «no toma demasiadas malas decisiones». El filósofo también analizó el impacto de la inteligencia artificial y de la máquinas en el entorno laboral, apuntando que no se va a dar una «deslaboralización de la sociedad» por la destrucción de oficios que las máquinas puedan hacer mejor, sino que esto permitirá a los humanos «dedicarse a otras cosas». En el mismo sentido, el director del curso, Manuel González, también desmintió las teorías sobre destrucción de trabajo dado que «no son posibles a corto plazo, ni tampoco en función de las capacidades tecnológicas que se están desarrollando».
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