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Decía el desconfiado Stravinsky (1882-1971) que «la música no se mueve en lo abstracto. Su traducción plástica exige exactitud y belleza». No podía pensar el maestro ruso que en un rincón del imperio musical actual un festival estival iba a resistir 72 años asomado ... al mar en una 'aldea' llamada Santander. Un festival (FIS) que fue creciendo desde una céntrica plaza entoldada a todo un palacio, creando pequeñas 'aldeas' musicales conocidas como 'Marcos Históricos'. El FIS, con el palacio y sus diecisiete marcos, ha brindado 27 días de concreciones musicales de gran belleza. Un año muy armónico y simétrico: 72 – 27 (años y días). La sede principal del FIS ha ofrecido conciertos de grandes orquestas y solistas dentro de un equilibrado planteamiento: se ha abierto y cerrado con una gran orquesta, director israelí, sinfonía de Beethoven y coral vasca.
En medio, día decimocuarto, un gran nombre en un concierto memorable: Sokolov, maestro que deslumbró –una vez más– al piano. Otras sedes han repartido belleza y maestría musical por la región en lugares que realmente son marcos históricos: iglesias, palacios, santuarios y castillos. Escuchar al pianista Juan Pérez Floristán con su trio en Escalante fue una vibrante velada; oír a un extasiado Josetxu Obregón con su violonchelo en las alturas pasiegas de Miera fue estar un poco más cerca del cielo; disfrutar del violín de Jorge Jiménez recordando a Farinelli en un santuario fue un placer melismático; reconocer a Bach a la trompeta moderna, al saxofón, al contrabajo jazzístico, en motetes y cantatas fueron muchas delicias; hallar a un nuevo Coltrane en el Centro Botín un descubrimiento, lo mismo que percibir las muchas formas de interpretar a Lully o Purcell.
Los 'Marcos Históricos' del FIS ya son una garantía de calidad musical, de oferta diversificada, de sorpresas climáticas y melódicas. Los músicos participantes hablan ya de ser un referente en España y Europa, envidia de otros certámenes por su duración y la calidez del público. Los llenos fueron casi la norma, algo a destacar y, si se puede, reproducir en el futuro. ¿Su fórmula mágica? Una marmita con unas gotas de cantigas medievales, unos pellizcos de canciones populares renacentistas, los currículos desmenuzados de muchos compositores barrocos, chispas contemporáneas y lo que un clave anunciaba en muchos conciertos: 'Inspirationis est principium creationem'. Creadores alborozados, improvisando y tocando inspirados. Y una frase para enmarcar, repetida por espectadores desde Castro a San Vicente: «Queremos más». Y entre las citas de la Sala Argenta destacó Juan Diego Flórez, cantante lírico peruano que encandiló al entregado público. Exactitud y belleza que el tenor derrochó con creces. ¿Su fórmula mágica? Unas gotas de arias conocidas, varias cucharadas de las mejores romanzas de la zarzuela española y un ingrediente secreto: su infancia y una guitarra. Acompañado por la orquesta Oviedo Filarmonía, bajo la dirección de Guillermo García Calvo, la suya fue una noche única, acierto popular del FIS, donde se pudo descubrir la belleza tímbrica de un tenor en su mejor momento. Y, por si faltara algo, Juan Diego Flórez cantando y trasteando a la guitarra: 2x1.
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