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Porque la literatura necesita que haya verdad y en la verdad la oscuridad existe
Cuaderno de excepción, día 44 ·
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Cuaderno de excepción, día 44 ·
Fernando Llorente, que es poeta y fue profesor de filosofía, dice: «Cuando me dejen salir, no voy a querer». La escritora polaca Olga Tokarczuk, Premio Nobel de literatura el año pasado, escribe que no padece el trauma de la reclusión y afirma: «Mi introversión, ahogada y maltratada por el dictado de los extrovertidos hiperactivos, se ha sacudido el polvo y ha salido del armario». En este confinamiento, me parece, los que viven hacia dentro tienen algunas ventajas frente a los que viven hacia fuera. Lo contaba hace poco Antonio Muñoz Molina, al explicar que antes ya trabajaba encerrado en una habitación, solo e inmóvil, y que la mayor parte de las cosas que le gustan pasan por estar quieto y a solas.
Los leo y me siento reconfortado. Cuando, al leer un libro o un artículo, me identifico con lo que alguien dice, siento un júbilo interno, un calor, una compañía. Descubrir que pienso las mismas cosas virtuosas que piensan personas a las que admiro, alimenta mi ego. Como son virtudes, las puedo compartir públicamente para completar el círculo del narcisismo. ¡Ey, atención, pienso como ellos! Lo realmente interesante ocurre, en cambio, cuando me identifico con cosas que no confesaría públicamente; con cosas que, en lugar de hacer públicas, ocultaría. Sucede que cuanto más difícil sea de confesar una idea o emoción con la que me identifico, mayor es el placer íntimo que experimento con esa identificación. Si el protagonista de una novela tiene un pensamiento mezquino y ese pensamiento, o alguno similar, lo he tenido yo, me siento acompañado en mi yo inconfesable. Se rompe así una soledad de la que no se puede salir de ninguna otra manera. Por eso, lo políticamente correcto mata la literatura. Porque la literatura necesita que haya verdad y en la verdad la oscuridad existe. En mí, también. Y en mi oscuridad necesito compañía. Por eso, entre otras cosas, leo.
No están los tiempos para decir cosas inapropiadas, para reconocer las miserias que en ocasiones asoman la patita dentro de uno. Para decirlas, hay que resguardarse en la ironía, el humor o la ficción. Qué horror el día que solo puedan escribir las buenas personas (cabe preguntarse, también, quién es una buena persona todo el tiempo), qué pobreza si solo se publicaran libros con ideas virtuosas.
De la misma manera en la que negar la muerte priva de sentido a la vida, ocultar la oscuridad hace de la existencia (y de la propia identidad) un decorado poco creíble. Pienso, en estos días raros, que de una falsa claridad no puede salir nada bueno.
Lea la serie completa pinchando aquí.
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