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Como lector, busca trasladarse a «un mundo de adrenalina, emociones al límite» y circunstancias que desconoce. Ahora como narrador pretende que su novela ofrezca «ese tipo de viaje por La Vida». Óscar Beltrán de Otálora (Vitoria, 1967), periodista de 'El Correo' (Vocento), acaba de ... publicar su primer libro, 'Tierra de furtivos' (Destino), ambientado en su tierra natal, reflejo de sus vivencias y del compromiso con su oficio. Su desembarco en la novela negra se presenta hoy en el Aula de Cultura de El Diario, en el Ateneo (19.30 horas). Un microcosmos posterrorista de ruido, barro y violencia habitado por claroscuros.
-¿Ha primado su gusto de lector al oficio de narrador a la hora de elegir la novela negra como territorio más propicio para la historia que quería contar?
-Se escribe para contar la historia que nos gustaría leer y no hemos encontrado en las librerías. Me considero un adicto a la novela negra porque es una forma de literatura que tiene varias facetas que para mí son importantes. Una de ellas es su compromiso con el lector, la obsesión por colocarlo en el centro de la historia con tramas que generen suspense y emociones al límite. Además, tiene ese componente de crítica de la realidad, de llevar la luz a esos callejones que están en la oscuridad.
-¿Dónde empieza y termina el periodista Beltrán de Otálora y dónde el narrador?
-El límite está en la imaginación. El periodista no se puede permitir incluir ni un gramo de ficción en una crónica. Pero creo que hay puntos comunes que me han ayudado mucho. Los periodistas vamos siempre con el radar encendido, intentando encontrar historias o descubrir detalles de la realidad que pueden explicar muchas circunstancias que nos rodean. El escritor, a partir de esos datos puede hacer ficción y hacerse preguntas que un periodista no puede hacerse como el clásico 'qué hubiera pasado si...'
-'Tierra de furtivos' posee ese aroma de las crónicas con pulso y de las ficciones que se adentran en el epicentro social. ¿Bajo esa doble capa cabe la denuncia y la crítica?
-Desde luego. No me gusta la novela que lo único que ofrece al lector es la resolución de un acertijo. Para mí es más interesante la novela negra que, además del enigma, puede aportar la descripción de una atmósfera moral, narrar al lector tensiones emocionales que se encuentran detrás de acontecimientos que vemos cada día en los periódicos.
-¿Qué define y aporta la novela negra?
-Afortunadamente, la novela negra ha crecido y ahora tiene ramas muy fecundas. Estamos ante un estilo que ha evolucionado desde los clásicos británicos hasta los narradores nórdicos, en un camino que pasado por la novela dura norteamericana, el 'polar' francés o el actual 'country noir'. No sé si hay géneros literarios tan fecundos. En mi gusto personal estoy influenciado por obras como los cuentos de Bay City, de Raymond Chandler, en los que narra las historias de un pueblo corrompido por las mafias del juego, o 'Cosecha roja', de Dashiell Hammet, que cuenta las miserias de Poisonville, una ciudad tomada por la violencia. Y, desde luego, por las obras de James Ellroy en las que Los Ángeles como ciudad de la gloria y el pecado.
-¿Se ha tardado demasiado o había que trazar distancias para llevar a la ficción los factores implícitos en el terrorismo?
-Se ha tardado demasiado, aunque hay autores como Raúl Guerra Garrido, que ya en los años 70 se atrevió a hablar de lo que estaba haciendo ETA. La pena es que han sido excepciones. Luego surgió otra literatura que colocaba a los terroristas en el centro de la narración y, en mi opinión, en ocasiones era equidistante con respecto a las víctimas. En el cine se acuñó ese tópico de que ETA era veneno para la taquilla y hubo una especie de silencio durante varios años en los que se ignoró un hecho tan trascendental como el terrorismo que sacudía España. Pero creo que eso ya está cambiando y éxitos como el de 'Patria' lo atestiguan. Quedan muchas historias por contar.
-Su experiencia periodística tiene un obvio reflejo. ¿Cómo ha superado las concesiones y tentaciones del combate entre realidad y ficción?
-Es una pregunta muy difícil e intuyo que la clave es ser sincero con el lector. A veces se tiene la tentación de rellenar con imaginación las lagunas de la realidad y creo que ese juego no respecta al lector si no se le avisa de lo que está pasando. Otras veces se manipula la realidad como juego literario, y, de nuevo, es necesario hacer esa advertencia. En el juego literario, como en todo juego, lo importante es que las reglas estén claras.
-El paisaje es un personaje más. ¿Ha sido quizás el reto mayor?
-Buscaba un paisaje que ayudase a crear la atmósfera de la que hablaba antes. Y los embalses alaveses, que están situados geográficamente en el centro del País Vasco, conseguían ese efecto. Es un lugar con pueblos sumergidos en los que, por ejemplo, tuvieron lugar batallas tremendas durante la Guerra Civil. Ahora sobre ellos navegan veleros y los turistas pasean con piraguas. Es una metáfora que me gusta sobre esa realidad que está ante nuestras narices pero permanece oculta.
-¿Qué reflexión hace de la violencia una presencia constante y lacerante?
–La reflexión la deberían hacer quienes la practicaron y la defendieron públicamente. Creo que deberían preguntarse: ¿De qué ha servido tanto dolor? Lo preocupante es qu al no querer responder a esa pregunta, quienes apoyaron en su día el terrorismo y ahora han iniciado otro camino, han permitido que surja ese mundo de disidentes que describo en la novela y que sigue defendiendo que la violencia puede ser necesaria. Me inquieta que haya sectores marginales de la juventud vasca que reivindican a ETA. Son los mismos chavales que están realizando pintadas a favor de Putin, con la famosa Z de las tropas que han invadido Ucrania. Es inquietante.
-¿Cree posible una nueva novela negra que revolucione el género?
-Desde luego. El género no ha hecho más que evolucionar. Es curioso como a partir del canon que crearon los maestros, desde Conan Doyle hasta Chandler, la novela negra ha evolucionado con una creatividad magistral.
-¿Llevaría a las escuelas una asignatura de educación en la paz, de memoria histórica tras una dictadura, muchas vendas y décadas de terrorismo etarra?
-No sé cómo se debe hacerlo pero es necesario. No puede ser que las nuevas generaciones ignoren la historia reciente de España. El mejor aliado de los violentos y de los sectarios es la ignorancia.
-¿Se ha autocensurado, o en la ficción vale todo?
-No. No hay ninguna autocensura. Creo que para escribir con miedo es mejor no hacerlo. La creatividad es imposible si uno mismo se pone límites porque precisamente lo original es atravesar las fronteras impuestas.
-¿Cuáles son sus espejos literarios (también los deformados)?
-Soy más del canon americano, en el que incluyo al James Ellroy que escribe la trilogía con la historia underground de los Estados Unidos en los años 60. Y en España, en lo que respecta a ficcionar el terrorismo, hay dos libros tremendos: 'Una tumba en el aire', de Adolfo García Ortega, en el que se cuenta la historia real de los tres jóvenes gallegos que cruzaron la frontera para ver 'El último tango en París' y un comando de ETA los confundió con policías, los secuestró, los torturó y los mató, sin que sus cadáveres hayan aparecido todavía. Y 'El mal de Corcira', de Lorenzo Silva, una gran ficción sobre cómo fue posible la derrota de ETA.
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