La muchacha de Lebeña que triunfó en Hollywood
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Bala Perdida publica una biografía de Catalina Bárcena, la actriz lebaniega que revolucionó la escena teatral española a principios del siglo XXHacia el final de esta biografía hay una foto inesperada de Catalina Bárcena. Nada en ella es como se esperaría de la gran dama del teatro de los años veinte, la que en sus apariciones públicas derrocha encanto y modernidad, con sus aires de 'flapper' – ... las chicas a la moda de la época, hacia 1905– y sin embargo en la instantánea, tomada en la intimidad de su casa madrileña, se nos muestra como una apacible señora, ejerciendo como tal en un salón clásico y repimpolludo, de techos inalcanzables y recargado de cornucopias, tallas y demás imaginería premoderna. Su vestido holgado, con la falda por debajo de la rodilla, el mantón sobre el sofá y hasta su peinado retocado: todo parece conspirar para deconstruir la imagen de mujer liberada y libérrima que le rodearía en aquella década, y sobre todo en la posterior, que le convertirían en una de las artistas más célebres de un país empeñado en subirse en marcha al tren de la historia. Era, como bien señalan sus biógrafos, la Edad de Plata de la cultura española, y Catalina Bárcena, la actriz de Lebeña, le prestaría su rostro y su voz.
Autores Alba Gómez García y Julio Enrique Checa
Editorial Bala Perdida. 2023
Páginas 285
Precio 20 euros
Arranca este 'Catalina Bárcena, voz y rostro de la Edad de Plata', recientemente editado por la editorial madrileña Bala Perdida, con una justificación necesaria: 'Catalina Bárcena desaparece de la historia'. Así se titula el primer capítulo, donde los investigadores Alba Gómez y Julio Enrique Checa exponen los motivos que les llevaron a reivindicar la figura de la actriz que «revolucionó la manera de decir y hacer la comedia en el primer tercio del siglo XX: sustituyó el grito por una media voz, suave y melodiosa, dúctil y plena de vigor». Pero es que, además, «su nombre se convirtió en sinónimo de la alta costura y de las últimas tendencias en el cuidado de la belleza femenina. Lució los diseños de Balenciaga, Chanel, Dior, Lanvin y Poiret (…). Su rostro estuvo al cuidado de los cosmetólogos y maquilladores Max Factor y Jack Pierce para satisfacer la mitomanía de Hollywood cuando, en 1931, protagonizó la primera película rodada en Los Ángeles en español» y «su experiencia cinematográfica dio vida a argumentos y anécdotas que escritores como Enrique Jardiel Poncela convertirían en comedias y monólogos». Pero ¿quién fue Catalina Bárcena?
Catalina Julia María de la Paz de la Cotera y París de Bárcena había nacido en Cuba –en Cienfuegos, concretamente, el 10 de diciembre de 1888– por aquello de la aventura americana, pero su familia retornó pronto a sus raíces lebaniegas. En Lebeña pasó su infancia, donde «saltaba como una corza y trepaba a los árboles», recordaría años después en una entrevista. Probó los escenarios en las escuelas de las Hijas de la Caridad, pero una nueva mudanza familiar, esta vez a Madrid, le brindará la oportunidad de profesionalizarse.
A través de una hermana que ya había debutado en el teatro, trabará contacto con María Guerrero –en la casa de Polanco de José María Pereda, apuntan algunas fuentes–, a quien pide consejo para iniciar una carrera artística. Es entonces una joven de grandes ojos verdes y pequeña estatura, pero que fue capaz de superar un prueba de fuego tan temible como prometedora: tras recomendarla estudiar un monólogo, se lo hizo recitar en un ensayo general, con la platea del Teatro Español llena de escritores, periodistas y críticos. Corría 1907, e iniciaba una fulgurante carrera que la llevaría a conquistar los escenarios hispanoamericanos y europeos. Pronto sería la primera actriz de la 'Compañía Cómico-Dramática Gregorio Martínez', representando obras de García Lorca, de Jacinto Benavente, de los hermanos Álvarez Quintero, de Eduardo Marquina, de Pérez Galdós, Pirandello, Shaw, Ibsen… Con música de Turina y Falla y escenografías de Penagos, Moragas o Manuel Fontanals, el Teatro de Arte Eslava renovaría la escena española, acercándola a la realidad europea.
Veinte años más tarde, Catalina debutó en Broadway, y también Nueva York caería a sus pies: «Una joya de valor incalculable», diría el NY Times; «Maravillosa, al nivel de las más grandes, sin parecerse a ninguna», el Herald Tribune. Con casi cuarenta años, Hollywood la esperaba. Rodadas en español, películas como 'La viuda alegre' o 'Canción de cuna' cosecharían éxitos sonados.
La guerra civil la llevaría al exilio en Buenos Aires, y a su regreso ya no sería posible renovar el éxito de antaño: los gustos habían cambiado y su dicción resultaba anticuada, aunque nunca llegaría a perder el favor del público: todavía en 1954 escribía César Ruano que, aunque la obra que acababa de ver no le había gustado, «sí Catalina Bárcena, como al resto de los espectadores, de todas las edades, que acudieron solo a contemplarla». Así, su estrella, entre homenajes –sobre todo, el Premio Nacional de Teatro en 1972– y algunas apariciones estelares –'Adiós, Mimí Pompón' en 1961–, iría poco a poco palideciendo. Ya no se movería de su casa madrileña en la calle Lista, hasta su muerte en 1978.
Una vida así había que contarla, obviamente. Gómez y Checa desvelan que la biografía de Catalina Bárcena «ha circulado de boca en boca, como una antigua leyenda», pero la actriz en sus últimos años se había sumido en el mutismo más absoluto. Tal vez, porque en la vida no solo había conocido el éxito, sino también la reprobación social. De «señorita venida a menos», la hija de indianos se convirtió en comediante, en una época todavía muy cargada de prejuicios. Escapó de un matrimonio que nunca había querido contraer y «renunció a convivir con su esposo porque quería vivir su vida, haciendo oídos sordos a quienes le señalasen que su recién nacido necesitaba un padre. Apenas tenía veinte años cuando empezó a frecuentar a un señor casado –Gregorio Martínez Sierra, fundador del Teatro de Arte y el gran amor de su vida–, en apariencia mucho mayor que ella, al que admiró, cuidó y quiso bien. Se convirtió en su amante y con él tuvo a su segunda hija, que unió sus vidas definitivamente». Todo eso, en la España de los años veinte que, con todo, resultaría mucho más moderna que la de los años cincuenta o sesenta.
Así, los investigadores Gómez y Checa decidieron romper con ese silencio recurriendo a todas las fuentes a su alcance, desde decenas de entrevistas hasta los testimonios de compañeros de las tablas, pasando por un nutrido epistolario. Por si fuera poco, también han logrado rescatar los expedientes abiertos sobre ella por los servicios de información de la dictadura franquista.
Con todo, han logrado armar una biografía que, aligerada de la carga académica, relata en una prosa clara y amena la peripecia vital de un personaje olvidado que resulta crucial para comprender los profundos cambios sociales y culturales producidos en la España del primer tercio del siglo XX.
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