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Javier Gangoiti
Santander
Viernes, 31 de agosto 2018, 07:39
Cuando Cristóbal Soler (Alcácer, 1967) se sube al podio de director frente a una orquesta no puede evitar sentirse como un pintor. Así lo transmite a sus alumnos del curso para jóvenes directores que ha impartido esta semana en la UIMP. Considerado uno de los ... más importantes directores de su generación, Soler aúna la «parte humana» y las «matemáticas» de las partituras en un ejercicio de comunión con los intérpretes. Un paso más para «sacar lo mejor de los músicos».
–¿La música se parece más a la ciencia de lo que creemos?
–Es la única que es capaz de unir todo lo matemático, lo físico y lo tecnológico con lo humanístico y lo artístico. En el curso manejamos conceptos como la técnica o la precisión. Ahora bien, todas esas indicaciones, que han de estar ajustadas armónicamente, tienen que estar acompañadas de un adjetivo anímico. Se puede construir algo bello, pero si ese resultado está muerto no interesa a nadie. Ahí reside lo interesante de la música: que recoge esa parte científica y le proporciona alma.
–Basta con cambiar únicamente al director de orquesta para que una obra suene totalmente diferente. ¿Cómo se explica eso?
–La música es una comunión entre intérpretes y director, y una orquesta un instrumento grande con muchas almas. Hay músicos de diferentes edades, intelectos e intereses. Es un resumen de la sociedad del momento. Por eso todo el aspecto psicológico es fundamental. El director debe mandar sin mandar. Hay que lidiar con los egos y la personalidad de todos. Por eso tiene que haber un arte de seducción casi mágico, casi sin hablar. Es un líder que tiene que persuadir, convencer, seducir y motivar. Toda esa parte humana es lo que yo trato de transmitir en el curso.
– El seminario trata sobre interpretación musical para jóvenes directores y músicos de orquesta. ¿Qué pautas enseña a sus alumnos para transmitir esa comunión?
–Yo les insisto a mis alumnos que crean en la telepatía, que es la palabra que más se acerca a definir la relación entre intérprete y director. Cuando este último se pone delante de una orquesta, sus músicos tienen que sentir su áurea: serenidad, tranquilidad, dominio...etc.. No estoy hablando de conceptos técnicos. Es su sola presencia la que determina ese sentimiento de comunión desde el primer minuto. Esa primera impresión es básica, igual que en la vida.
–Y a veces no surge ese sentimiento.
–Puede surgir ese sentimiento y otras veces no, entran en juego las dos partes. La orquesta puede arrastrar problemas, puede estar cerrada a nuevas ideas, o por el contrario recibir encantada al nuevo director. Es todo psicológico. Puede suceder que el director transmita libertad a los músicos, cuando en realidad están todos sujetos al tempo y al carácter que este contagia.
–¿Una sensación de falsa libertad?
–Al final siempre hay alguien que cede. Debe haber un equilibrio. Lo que yo acabo diciendo a los músicos es que quiero sacar lo mejor de ellos. Prior izo eso ante todas las cosas. A veces hay que ceder en las ideas que uno trae, no se trata de colonizar a la orquesta. Por eso insisto en la comunión. Antes de moldear a los músicos, es mejor escuchar lo que están proponiendo. Después de todo, las orquestas buscan directores que aporten ideas que van más allá de la partitura, de las matemáticas.
–Sus alumnos tendrán esa oportunidad hoy, cuando dirijan a la Orquesta Sinfónica Juvenil UIMP - Ataúlfo Argenta en un concierto en el Paraninfo de las Llamas. Un movimiento por alumno.
–Ese es un ejercicio muy interesante. En función del director, la música puede sonar más estridente, más suave o más agresiva. Si sale una persona con cierto nerviosismo, eso se transmite al instante aunque no haya contacto visual.
–¿Cómo se controla ese temperamento?
–Ellos tienen que tener la capacidad de la neutralidad, de visualizar un lienzo en blanco. Somos pintores, por eso hay que ser capaz de trasmitir todos esos sentimientos con un gesto, una cara o una mirada. Después de todo, la música puede ser un éxtasis de felicidad o un momento completamente trágico. Es un gran abanico de todas las emociones, imprecisiones, atmósferas y ambientes. Es fundamental comprender que hay ciertos estados anímicos que son más propicios para cada circunstancia.
–Son como embajadores de esa partitura.
–Hay que comprender que el compositor primero lo sintió, y más tarde lo escribió. Es un ejercicio muy complejo y requiere una asimilación de la obra muy importante. Siempre es poco el estudio que se puede hacer, no solo sobre la obra, sino sobre su contexto. Por ejemplo, cuando dirigí el Réquiem de Mozart leí al público la carta que escribió a su padre antes de que este falleciera. Es fundamental entender cómo entendía el dolor. Pero eso insisto en que la música es matemática y proporción, pero que al mismo tiempo tiene un alma detrás.
–De hecho es un gran defensor de la recuperación del patrimonio musical. ¿Qué situación atraviesa esa tarea en España?
–En este momento hay una mejora importante. La pena es que ahí hay un ciclo que no terminamos de cerrar. A lo mejor se acudía a los archivos o las bibliotecas, recupera, se realizaba una edición maravillosa pero acababa expuesta en una sala. No basta con exponer una partitura. Hay que interpretarla y que haya una documentación sonora que cierre el ciclo. Es un proceso complejo en el que países como Francia o Inglaterra llevan muchos años por delante. La crisis en España fue muy nefasta para los musicólogos, aunque ahora se está volviendo a una senda positiva.
–También aboga por una mayor presencia de la música en las universidades. ¿Es la UIMP una excepción en ese sentido?
–El día que la música entre en la educación con la misma fuerza que las matemáticas la sociedad será mucho mejor. No solo en la universidad. A partir de parvulario o primaria. Solo hay que mirar a los países que sí han invertido en esta educación: cómo disfrutan de la música, la cantidad de música que hacen...etc. Por eso estoy muy agradecido a la UIMP por abrirle las puertas. Aunque la situación puede mejorar, la presencia de la música en la educación es cada vez mayor y soy muy optimista con respecto al futuro.
El curso de dirección de orquesta se despide hoy a las 21:00 horas con un concierto de clausura de la UIMP, en el Paraninfo de las Llamas. El recital, de entrada libre, contará con la participación de la Orquesta Juvenil UIMP-Ataúlfo Argenta, e interpretará obras de Joseph Haydn, Wolfgang Amadeus Mozart y Franz Schubert.
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